VIERNES 3 DE NOVIEMBRE DE 2000

 


Ť Leonardo García Tsao Ť

La célula, un viaje por la mente

Mal llamada La célula en lugar de La celda, como debiera ser (la distribuidora Arte Cinema no acierta una ni cuando pretende ser fiel a los títulos originales), la película es el primer largometraje del realizador Tarsem Singh (o simplemente Tarsem, para los cuates), veterano de videoclips y comerciales. Esa formación le vendría bien en teoría para un asunto de mucho efecto visual: una terapeuta llamada Catherine Deane (Jennifer López) participa en un experimento científico que consiste en introducirse, por medio de una novedosa droga, a la mente de un paciente en coma. Cuando el asesino en serie Carl Stargher (Vincent DíOnofrio) es arrestado en estado catatónico por el FBI, el agente Novak (Vince Vaughn) recurre a la doctora para que explore la mente de Stargher y averigüe dónde se encuentra su última víctima potencial, en trance de morir ahogada en una celda.

Los realizadores con experiencia en el cine publicitario suelen enfatizar lo formal a cambio de no prestarle mucha atención a detalles como tensión dramática o caracterización de personajes. Tarsem no es la excepción. La célula combina dos vertientes de moda en el cine actual. Por un lado, la exploración de mundos virtuales, sean estos oníricos, creados por una computadora, o mentales como en este caso, y por otro, la investigación policiaca de los crímenes de un asesino en serie que mata de forma rebuscada, dejando pistas oscuras. El realizador aprovecha ambas instancias para ostentar sus conocimientos sobre la historia del arte gráfico.

Como es una línea delgada la que divide al plagio del homenaje, Tarsem hace una revisión abigarrada de pintores tan diversos como Dalí o Bacon, dentro de una estética que no ilustraría tanto la mente de un psicópata, sino un festival de comerciales de perfumes.

Las referencias son también cinematográficas, claro. El cineasta acude a una especie de sección amarilla, fantasías húmedas (quizás el subgénero más choteado del thriller moderno) de inspiraciones. Si se necesitan ambientes oxidados, llenos de agua y arena, pues se busca Tarkovski en el inciso Stalker. Si la heroína debe presenciar una escena de abuso familiar, pues ahí está el voyeurismo desde un closet, patentado por Lynch en Terciopelo azul. Y si el asesino convierte a sus víctimas en muñecas, no hay otra que buscar en la Q, bajo hermanos Quay.

Lo más reprochable del enfoque de Tarsem es su presuntuosa solemnidad. En los ejemplares definitivos del género -El silencio de los inocentes, Seven- un perverso sentido del humor campeaba por la historia, haciéndonos partícipes de la torcida perspectiva del asesino. Aquí, el realizador se toma en serio su papel de guía de museo y no hay un asomo de ironía ni cuando transforma a Jennifer López en una virgen redentora, Nuestra Señora del Kitsch, enmarcada por ornamentos dorados. (Con ese mismo material, el vilipendiado Ken Russell hubiera hecho algo por lo menos divertido en su desenfadada vulgaridad).

Tarsem no es el único culpable. El guionista Mark Protosevich se ha esmerado tanto en la premisa del viaje mental que descuida y cae en esquematismos freudianos de traumas infantiles para explicar las obsesiones acuáticas de Stargher,

La célula (The Cell) D: Tarsem Singh/ G: Mark Protosevich/ F. en C: Paul Laufer/ M: Howard Shore/ Ed: Paul Rubell, Robert Duffy/ I: Jennifer LÛpez, Vince Vaughn, Vincent DíOnofrio, Marianne Jean-Baptiste, Jake Weber/ P: Caro McLeod/Radical Media asociado con Katira Productions GmbH. EU - Alemania, 2000.

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