VIERNES 3 DE NOVIEMBRE DE 2000

Ť Recital irrepetible en el claustro dedicado a la Décima Musa


Diamanda Galas hermanó su música con la poesía de seres grandes de espíritu

Ť Revisitó a Paul Celan, Henri Michaux, César Vallejo y Gerard de Nerval, entre otros

Ť Apostar por los desposeídos, los rebeldes y los héroes de la resistencia, divisa de la cantante

galas-diamanda-3-jpg Pablo Espinosa Ť Un recital por los caídos. Como un eco al ritual espontáneo que acontece cuando cantan las ballenas durante lo alto de la noche en el océano, una dama de piel casi transparente ataviada en mantos negros untados a sus carnes entona una música canora profundísima.

La potencia de sus cuerdas vocales -casi cuatro octavas, del agudo escalofriante al grave aterrador- es superior a cualquier hazaña operática y a los despliegues azorantes de cualquier cantante conocida. Sobrenatural, diríase.

Los efectos estéticos son evidentes en sus escuchas: ateridos, arrullados, conmovidos, revolcados, purificados, revividos. Exhaustos como después de un coito o una ceremonia de iniciación o un exorcismo. Porque un recital de Diamanda Galas siempre es una situación límite.

Sentada al frente de un piano Petrof eleva plegarias, ahonda lamentos, evapora un ritual que amarida a Eros y a Tánatos en un procedimiento artístico parecido a la alquimia: una vez condensada la sustancia de la ofrenda, lo que queda es testimonio.

Protesta contra el genocidio impune

Diamanda Galas ofreció un recital intenso, a piano solo, la noche del 1 de noviembre en el Claustro de Sor Juana.

El lugar resulta idóneo: un patio nocturno convertido en útero. El público -nadando en líquido amniótico, en un estado edénico de trance- está sumergido en tinieblas al igual que el piano, el cuerpo blondo y duro de Diamanda y apenas unas luces mínimas, diamantes con pabilo y cera emergen a la superficie.

Defixiones, will and testament, se titula el recital de esta nueva visita de Diamanda Galas. Las defixiones son letreros en las criptas que indican que esa tumba guarece a un espíritu al que se le ha negado el reposo porque murió de manera violenta. Un alma exiliada de su muerte.

La génesis de este recital yace en las tumbas de los armenios y griegos masacrados a manos de turcos en 1915 y 1922, como explicó Diamanda en entrevista (La Jornada, 19/10/00) y a partir de allí el grito de protesta se eleva contra todo genocidio impune, todo abuso de poder, toda vejación nunca enjuiciada, toda humillación sin remitente conocido.

La música de Diamanda Galas se hermana en este recital con galas-diamanda-4-jpg la poesía de autores malditos, desterrados, exiliados, que han dejado testimonio de su grandeza de espíritu: Paul Celan, Henri Michaux, César Vallejo, Gerard de Nerval, Atom Yarjanian, y el sentido anímico y artístico se enfrasca en la coherencia de principios estéticos, morales, sociales, humanos que enarbola Diamanda Galas y que son materia prima de su arte, ubicado del lado de los desposeídos, los rebeldes, los héroes de la resistencia.

Un responso por las almas sin reposo. Una serie de cánticos-preludio a ese canto desconocido dentro del cual la muerte entona la primera nota solemne, como solía meditar poéticamente don Alphonse Marie de Lamartine.

Un recital cantado en diez idiomas. Una temporada en el infierno con las vocales incendiadas por Rimbaud y puestas en música por la garganta de la señora Galas en un prodigio de canto que eleva el grito, el gemido, el alarido, el graznar de ángeles a la categoría de las bellas artes. Gemir, gritar, berrear, de la misma manera como se entona una canción de cuna.

Entre las trece piezas que interpretó la autora de A plague mass, la octava, titulada Epistle of the transients está armada de los versos de César Vallejo, decantados en delirio de berridos, graznidos, caricias canoras:

''Pero cuando yo muera/ de vida y no de tiempo/ cuando lleguen a dos mis dos maletas/ éste ha de ser mi estómago en que cupo mi lámpara a pedazos / ésta aquella cabeza que expió los tormentos del círculo en mis pasos,/ éste ha de ser mi cuerpo solidario/ por el que vela el alma individual; éste ha de ser/ mi ombligo en que maté mis piojos natos/ ésta mi cosa cosa, mi cosa tremebunda."

El público escucha y se estruja domeñado por el prodigio artístico que está ocurriendo en pleno claustro. Entre la oscuridad -densas penumbras cuya tersura se puede tocar con la punta de los dedos- se percibe el jalón de aire continuo que hacen las bocas abiertas y mudas cuando escuchan tantas maravillas sonantes desde el piano, desde el diafragma respirado de Diamanda.

Cada vez que termina una pieza, inicia una respiración de clepsidras agotadas: una atmósfera inequívoca: el público extasiado y exhausto de tanta adrenalina derramada.

Puede olerse el oleaje adrenalínico entre los pliegues del sillerío colmado por el público, sumergido así en tinieblas húmedas.

Dar largas a la muerte

Canta Diamanda Galas: si muero en el navío, digan que fui bello y que gocé la vida. Quien protagoniza ese poema es una antigua dama griega. ''Qué chingón -nos dijo Diamanda en entrevista- es una muchacha que dejó esta canción para su novia y quiere ser recordada como un hombre hermoso, para ella, porque quiere ser eternamente ella, una mujer griega".

Y lo hace Diamanda con requiebros de la música remembika, que es una mezcla de melodías del Medio Oriente que solía reunir a armenios, turcos y griegos para cantar y fumar mota (así como en Alemania hay música para beber cerveza) y lo hace Diamanda con la técnica amanes, que es una forma del canto improvisatorio que solía entonarse en el desierto acompañado de bouzoukis y de ouds, instrumentos antiguos, pero Diamanda lo hace todo sólo con la voz y el piano: si llega la muerte y pregunta por mí -canta Diamanda- dile que regrese otro día porque todavía no termino un poema, todavía no doy un beso de despedida a mi novia, no he saldado mis deudas ni me he reconciliado con mis enemigos. No es por miedo, dile que regrese luego porque no he conocido hijo aún.

Diamanda está sola en el escenario, entre penumbras y unas luces pobres, moribundas y al mismo tiempo renacientes en el piso. Está sola entre el micrófono y un piano. Sola entre su arte que es magnificente y el público que está extasiado. Sola entre el efecto contundente de su canto y el público, que está también solo y se va a morir entero, como ella, y que va a salir purificado, igual que ella, y su voz quedará en los cráneos, las almas y las vísceras resonando y resoplando como ecos durante la noche entera como un canto de ballenas a lo alto, en cuanto termine este recital que es único e irrepetible como lo es todo aquello que conjunta lo que da miedo con lo que es bello, es decir la muerte con la vida, Eros y Tánatos condensados en un molde que lleva el letrero de Sublime, inscripción lenta en la lápida a la altura donde suele ir la cabeza de los muertos cuando aspiran al reposo desde dentro de sus criptas, mirando al cielo con los cuencos vacíos de cuerpo, rebosantes sus espíritus de vida resonante.

Todo eso puesto en el canto de casi cuatro octavas de registro de Diamanda Galas, que de tal manera ofreció un recital la noche de muertos del año 2000 en el Claustro de Sor Juana.