Género y pobreza
Julio Boltvinik
La economía moral es convocada a existir
como resistencia a la economía del libre
mercado: el alza del precio del pan puede
equilibrar la oferta y la demanda de pan,
pero no resuelve el hambre de la gente
La paradoja aparente
La tesis de la feminización de la pobreza en México
deriva de la aplicación a nuestra realidad de un hallazgo empírico
común en los países desarrollados. Por otra parte, se apoya
en la observación de que, en algunas actividades, las mujeres reciben
salarios menores que los hombres, aunque hagan lo mismo y ocupen el mismo
puesto. Cuando se calcula la pobreza, sin embargo, la unidad en la que
ésta se define no es la persona, sino el hogar. La pobreza depende
no sólo de que uno gane poco, sino también del número
de personas que dependen de ese ingreso. Por eso, cuando queremos verificar
empíricamente la tesis de la feminización de la pobreza,
lo que hacemos es contrastar los hogares de jefatura femenina con los de
jefatura masculina. Se trata, sin duda, de una mera aproximación
a lo que realmente quisiéramos observar, pero no hemos encontrado
una mejor manera de hacerlo. La definición de la jefatura misma
tiene problemas, ya que se trata de una atribución subjetiva: la
persona que es reconocida como jefe en el hogar, según la declaración
de la persona entrevistada.
Aun así, los resultados empíricos muestran
que los hogares jefaturados por mujeres son menos pobres que los jefaturados
por hombres. En mi Economía Moral del pasado 22 de septiembre
("¿Quiénes son los pobres?") presenté datos calculados
a partir de la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares de
1996 (ENIGH96). Según estos cálculos, 77 por ciento de los
hogares con jefe varón son pobres, y 40 por ciento indigentes, contra
69 y 31 de los encabezados por una mujer. En aquella ocasión, y
en mis escritos previos, no he podido aclarar la razón de que ello
sea así. Lo primero que constatamos, al clasificar los hogares según
el género de su jefatura, es que los jefes masculinos (de ahora
en adelante jefes) perciben un ingreso promedio 54 por ciento más
alto que el de los jefes femeninos (de aquí en adelante jefas),
lo cual consolida el carácter de paradoja de los hallazgos y obliga
a buscar una explicación.
Rasgos de los hogares según sexo de la jefatura
Antes que nada, algunas características generales.
La gráfica 1 muestra que las edades de los jefes de ambos sexos
son muy diferentes. Mientras más de 70 por ciento de los jefes tiene
entre 21 y 50 años de edad, las jefas son mucho mayores: más
de la mitad de ellas son mayores de 50 años, contra 28 por ciento
de los jefes, y 77 por ciento de ellas tiene 41 años o más,
contra menos de la mitad entre los jefes. Esta diferencia en la etapa del
ciclo de vida del hogar (o en la naturaleza de éste), marca una
diferencia sustancial entre ambos grupos de hogares que puede explicar
muchas otras cosas. Es decir, el prototipo de la feminización de
la pobreza en los países ricos, la madre soltera que vive sola con
sus hijos, no parece una figura importante en nuestra realidad.
Además, las jefas tienen niveles educativos más bajos que los jefes, como se aprecia en la gráfica 2. Esto se asocia, sin duda, con sus más bajos niveles de ingresos. Otro rasgo notable es la gran diferencia en las tasas de participación en la actividad económica entre ambos grupos de jefaturas. De 16.6 millones de jefes, 15.3 millones (92 por ciento) son activos económicamente, mientras que de los 3.3 millones de jefas, sólo 2 millones (61 por ciento son activas). La paradoja adicional es que la pobreza está mucho más presente en los hogares con jefes activos que en aquellos con jefes inactivos, como se muestra en la gráfica 3, en la que se aprecia que la peor situación ocurre cuando el hogar tiene jefe activo (primera columna), cuando la proporción de hogares indigentes es de 40.5 por ciento, y la menos mala cuando tiene jefa inactiva (última columna) y los hogares indigentes se acercan a la mitad del primer caso (22.4 por ciento).
Estar presididos por una mujer, lo que ocurre sobre todo
con mujeres de edades medias y avanzadas, y mucho menos en edades jóvenes,
está asociado con menores niveles de pobreza. Veamos qué
pasa si comparamos la incidencia de la pobreza entre ambos tipos de hogares
para las mismas edades de los jefes. Esto se presenta en la gráfica
4, en la cual, para 5 grupos de edad de los jefes y jefas de hogares se
presenta la estratificación social resultante. En los tres grupos
de mayor edad no hayduda: los hogares con jefas están mucho mejor:
la diferencia en la incidencia de la indigencia, por ejemplo en el grupo
de 60 y más, es casi 13 puntos porcentuales más alta entre
los hogares con jefe. Algo similar pasa en los grupos de jefaturas de 41
a 50 años y de 51 a 60 años de edad. En elgrupo de 31 a 40
años las estructuras son muy similares, aunque son ligeramente mejores
las de los hogares presididos por jefes. Por último, en el grupo
de 21 a 30 años, la situación de los hogares con jefas sería
mejor si se juzga por la proporción de hogares no pobres, pero peor
si se juzga por la proporción de hogares indigentes. Obsérvese
también, sin embargo, que hay una tendencia a que a mayores edades
de la jefatura (de ambos sexos) los niveles de indigencia y de pobreza
sean menores, lo que resulta más claro en el caso de las jefas.
Si esto lo asociamos con lo antes analizado, con base en la gráfica
1, que muestra que las jefas se concentran en los tres grupos de edad mayores,
y los jefes en los tres más jóvenes, se deriva la posibilidad
de un efecto
composición que podría explicar parte de la paradoja. Es
decir, loshogares con jefes son más pobres que los presididos por
jefas, porque predominan entre ellos los hogares jóvenes que son
más pobres que los hogares viejos. Al controlar la diferencia de
edades que muestra la gráfica 1, sabremos en qué proporción
ello reduce el tamaño de la paradoja. Esto lo presentaremos en la
próxima colaboración, la semana que entra. Cuando se contrasta
la estructura de tipos de hogares (nucleares, ampliados, unipersonales,
etcétera) no se encuentran, en una primera mirada, diferencias entre
hogares con jefes y con jefas. Sin embargo, es necesario abrir las categorías
de nucleares y ampliados con hijos y sin hijos. Esto queda pendiente también.
Para terminar, analicemos tres diferencias adicionales
entre ambos tipos de hogares. Estas se muestran en el cuadro 1. Como se
aprecia, los hogares presididos por mujeres son más pequeños,
una diferencia muy significativa que asciende a casi 1.2 miembros menos
por hogar, 25 por ciento menos que los de jefatura masculina. En segundo
lugar, las jefas presiden hogares con una mayor proporción de mayores
de 12 años, aunque en este caso la diferencia no es tan fuerte:
diez puntos de diferencia, arriba apenas de 10 por ciento: 83.2 por ciento
contra 73.6. Por último, y en parte determinado por los rasgos anteriores,
la tasa de dependencia en los hogares femeninos es significativamente más
baja que en los masculinos: 2.17 contra 2.44, 11 por ciento menos. Todas
estas diferencias juegan en favor de una menor probabilidad de pobreza
en los hogares femeninos que en los masculinos, lo cual tendería
a contrarrestar dos hechos que apuntan en sentido contrario: las jefas
son inactivas en una mayor proporción que los jefes y, cuando trabajan,
ganan menos que ellos. En la próxima entrega, además de mirar
los pendientes que he anotado antes, exploraré con detalle la percepción
de ingresos y la estructura de la ocupación en ambos tipos de hogares.
Asimismo me asomaré al fenómeno en los ámbitos urbano
y rural que hoy no hemos tocado.