VIERNES 3 DE NOVIEMBRE DE 2000

 

Ť Horacio Labastida Ť

Zea no tiene razó

Sentí alegría al enterarme de que se otorgó a Leopoldo Zea la medalla Belisario Domínguez. La recibiría un universitario de altas calidades por su saber y honestidad. Entre 1943 y 1944 concluí la lectura de los libros que el filósofo dedicó al estudio del positivismo, implantado en México por el distinguido poblano Gabino Barreda, una vez que el benemérito Juárez restauró la República, en 1867, y desde ese tiempo comprendí que Zea es dueño de un gran talento inquisitivo y de una visión cabal y profunda de los problemas humanos; y después pasaron ante mis ojos más obras magistrales: recuerdo los Ensayos sobre filosofía en la historia (1947), Dos etapas del pensamiento hispanoamericano (1949), Esquema para una historia de las ideas en Iberoamérica (1956) y su valiosa interpretación de Simón Bolívar (1980), así como el esfuerzo fructífero que hizo en Filosofía de lo americano (1983), donde intenta trazar un perfil esencial de la cultura llena de originalidad, cultivada en nuestro mundo. Es decir, el filósofo Leopoldo Zea merece admiración y respeto dentro y fuera de la universidad. Su trato es sobrio, cordial, vivaz y generoso en la medida en que comparte su saber con los demás. La universalidad de su pensamiento nunca lo ha marginado de la mexicanidad; me atrevería a decir que el juicio ecuménico de Zea, propio de un auténtico profesante de la filosofía, encuentra raíces hondas en sus investigaciones sobre el mexicano, asunto este explorado con agudeza por el grupo Hiperión, en los años en que él y Samuel Ramos desempeñábanse en la dirección y la secretaría de la Facultad de Filosofía y Letras. Uno y otro escuchaban y propiciaron el intenso debate en que participaban, por ejemplo, Emilio Uranga, Francisco López Cámara, Jorge Portilla, el sarcástico Ricardo Garibay, Luis Villoro, Eli de Gortari, Joaquín Sánchez McGregor y en ocasiones Margo Glantz. Como bien lo señaló Víctor Flores Olea en breve advertencia a la Fenomenología del relajo, de Jorge Portilla, esos catedráticos hicieron de la filosofía mexicana "un programa generacional", y naturalmente Zea y Ramos participaron en el compromiso. Consta así en El perfil del hombre y la cultura en México (1934) y en la colección México y lo Mexicano, fundada y dirigida por el mencionado Zea, en la que contribuyeron el citado Uranga, Alfonso Reyes, Jorge Carrión, José Moreno Villa, Salvador Reyes Nevares, José Gaos y José Luis Martínez, entre otros intelectuales preocupados por develar los valores del mexicano.

Leopoldo Zea estuvo y ha estado íntimamente enhebrado con lo que hay de supremo en nuestra cultura como vía de su encuentro con lo que hay de supremo en lo humano, y considerando esta enhebración cultivada con maestría desde sus reflexiones sobre Gabino Barreda, resultan aperplejantes las palabras del filósofo en el Senado de la República. Sin desconocer los méritos de cada uno, Belisario Domínguez y Luis Donaldo Colosio son personalidades muy diferentes. El eminente comiteco murió por tratar de realizar su utopía de la unidad de política y moral, frente al Estado criminal que instaló Victoriano Huerta junto con el restauracionismo porfirista de 1913; en cambio, Colosio perdió la vida por haber decidido no servir al poder financiero e industrial que se venía formando con los bienes privatizados del Estado. Tampoco es cierto que las elecciones de 1994 y de julio pasado sean actos democráticos: las que llevaron al poder al actual presidente Zedillo sustanciáronse en el voto aclientelado, y las que dieron la victoria a Vicente Fox fueron alimentadas en un voto inducido por la mercadotecnia, y es claro que no hay democracia si el sufragio no se decide al interior de la libertad ética.

Por otra parte, ni el subcomandante Marcos ni los miembros del EZLN son parches artificiales en las comunidades chiapanecas; es absurdo pensar de esta manera. El EZLN es ejército formado por la totalidad de los indígenas que izaron como propias las banderas zapatistas, y el subcomandante Marcos lo es porque así lo han decidido los pueblos que buscan recobrar la dignidad que les ha sido arrebatada desde hace casi cinco siglos.

En el huerto de la verdad, Leopoldo, no fructifica la no verdad. No es objetable que el receptor de la medalla Belisario Domínguez sea priísta, porque esta confesión pertenece a la órbita moral de cada uno, pero suponer que el presidente Zedillo y la reciente alternancia partidista nos colocan de lleno en la democracia es hipótesis inconsistente. Sólo hay democracia donde el acto político se corresponde con los sentimientos de la nación, y hasta la fecha esto no ha sucedido en México.