JUEVES 2 DE NOVIEMBRE DE 2000

 


Ť Olga Harmony Ť

Acerca de la Muestra de Teatro

La alegría de los rencuentros (en mi caso, con la talentosa Karina Gidi de la que pude estar cerca ahora que está lejos sin que esto sea un contrasentido más que en apariencia, y con el entrañable Gerardo Moscoso, ahora coordinador de teatro del Instituto Coahuilense de Cultura) se nubló no poco con la noticia de la temprana muerte de Gerardo Mancebo del Castillo Trejo. Sus amigos, los teatristas o aun los que como yo sólo fuimos espectadores de su lucidez y gracia, sentimos que nuestra dramaturgia perdió a un joven de presente ya muy rico y cuyo futuro se adivinaba mayor.

La 21 Muestra Nacional de Teatro con sede en Mérida se mezcló, para desconcierto de todos, con el Festival de Otoño 2000, ya no federal sino iniciativa del gobierno yucateco. Así, algunos hicieron caso omiso de la apertura oficial de la muestra, que se dio con el teatro regional -carpero, fluctuante entre lo chistoso y lo envejecido, con cómicos que son verdaderos ídolos populares- ''Wiinic Pooch" y acudieron (aunque se fueron, nos fuimos, saliendo durante su desarrollo) a ver la insoportable Una flor para tu sueño, de Marcela del Río, en la también insoportable escenificación de Wilebaldo López que era la apertura del Otoño 2000. Poco y malo se puede decir del teatro presentado por el estado anfitrión del que ya sólo vi un par de obras más, pero su falta de oficio o su pesada grandilocuencia (se puede ser grandilocuente aun con un monólogo) los hicieron extremadamente aburridos. Una feliz excepción fue Moliére por ella misma, de Francoise Thiryon, con el buen desempeño de la actriz Silvia Káter bajo la dirección de Tomás Ceballos.

La presencia del DF tuvo mucho peso y se presentaron montajes vistos ya aquí, de los que me ocupé en su debido momento, con dos excepciones. Una, la obra infantil Hermanitos, de Carey English, bajo la siempre solvente dirección de Perla Szuchmacher y Larry Silberman, con la graciosa actuación de Gustavo Muñoz y Lourdes Echevarría. La otra, una adaptación libérrima de Volpone, de Ben Jonson (al que no se da crédito en el programa, lo que no ha de molestar ya al clásico) hecha por Mauricio Jiménez y sus alumnos cuya graduación fue esta escenificación que parte de un trabajo escolar, como lo demuestra el necesario travestismo allí donde no hay actores varones, y lo rebasa gracias al talento del director y maestro, y a la capacidad mostrada por el grupo, de manera sobresaliente Jacqueline Sewrafin como Volpone y Pilar Villanueva como Mosca.

Me temo que hablar de lo visto de teatro de los estados sea hacer un recuento de los daños. En general -por supuesto que existen las excepciones- no se eligen los mejores textos y los de autores de los grupos no tienen una estructura dramatúrgica. Podría citar el caso de una buena idea mal desarrollada, como El quinto mandamiento de Dolores Espinosa, de Tamaulipas, o Estela Luna, de Jissel Arroyo, de Chihuahua. A ello habría que añadir un afán de vanguardismo envejecido. Pienso que al culpable centralismo hay que oponer, cada vez con mayor energía, la profesionalización en serio del teatro en la provincia: ojalá se sigan y profundicen los esfuerzos de Mario Espinosa en este sentido. Y si la caníbal capital de la República se traga a muchos de los buenos teatristas de los estados, habría que hacer como el bajacaliforniano Edward Coward, que prosigue formando jóvenes actores como lo demuestra con Pedro y Lola. En cambio, el grupo Alborde Teatro, que padeció el mismo fenómeno no logra reponerse a diferencia del Tatúas, comandado por Adolfo Arriaga.

Pienso que el peor problema de los teatristas de los estados es que muchos todavía no asimilan sus deficiencias formativas. Pondría yo un ejemplo. Entre los eventos especiales de la muestra, como siempre, se presentaron libros (los de Sergio López Sánchez, los del CITRU o los de CAEN, éstos con un sabor a despedida de la gran labor realizada por Ignacio Flores de la Lama) y hubo una mesa redonda, ''El vestuario, Ƒun arte ignorado?", al que fueron invitados tres muy buenos y muy profesionales diseñadores, Sergio Ruiz, Adriana Olivera y Edyta Rzeuska. A ellos, ignoro por quién, fue agregada como moderadora una señora yucateca que, amén de un nerviosismo rayano en la histeria, ignoraba todo acerca de lo que es el vestuario teatral, pero que llevaba preparadas preguntas tipo entrevista, con lo que también demostró su desconocimiento de lo que es moderar una mesa redonda. Su nerviosismo y la ineptitud de sus preguntas desconcertaron de tal manera a los ponentes que casi parecía una parodia del té del Sombrerero, pero afortunadamente los diseñadores recuperaron la calma, hicieron poco caso de las preguntas de la tenaz señora, y ya se prosiguió sin incidentes. La moraleja de mi ejemplo es que no hay nada peor que el que no sabe y cree saber.