JUEVES 2 DE NOVIEMBRE DE 2000

Ť Actividades a cargo de las poblaciones indígena y mestiza del estado


Raíces prehispánicas y españolas, eje del culto mortuorio en Oaxaca

Ť Habitantes de Santa Cruz Xoxocotlán deben vigilar que las ''almas en pena'' no se pierdan

Ť Por doquier, la convicción de que los difuntos consumen los alimentos de las ofrendas

Víctor Ruiz Arrazola, corresponsal, Oaxaca, Oax., 1o. de noviembre Ť En el estado de Oaxaca, como en la mayor parte del país, tanto la población mestiza como indígena, durante los días 1 y 2 de este mes rinde culto a sus muertos mediante ceremonias, festejos y ofrendas con raíces prehispánicas y españolas.

Las etnias zapoteca, mixteca, mazateca, triqui, chinanteca, chatina y otras diez que habitan el territorio oaxaqueño tienen sus formas singulares de venerar a sus seres queridos que moran en el más allá.

Para los zapotecas de los Valles Centrales, en particular los de Santa Cruz Xoxocotlán, comunidad ubicada a tres kilómetros al sur de esta capital, y asentada al pie del cerro de Monte Albán donde aún se encuentra el máximo centro ceremonial de sus antepasados, ''los hombres y mujeres tienen que velar en el panteón, porque los difuntos salen a vagar y en ese momento de distracción las almas en pena pueden aprovechar la ocasión para apoderarse de ese sitio sagrado o, tal vez, perderse en el camino".

El cuidado de las ánimas

Desde el 31 de octubre, al escuchar del repique de las campanas a las tres de la tarde, ''los vivos saben qué angelitos han llegado. Inicia, entonces el ritual para llegar al panteón con sus flores amarillas de cempazúchil, velas, veladoras, tamales, chocolate y pan, para que con música de guitarras y tragos de mezcal, se les reciba como a ellos les gustaba".

La creencia popular dice que el papel de los familiares en el panteón es cuidar a las ánimas encendiendo velas que guiarán al difunto en su regreso y ahuyentar a los otros espíritus.

Los pobladores de Xoxo, después de pasar la noche en el cementerio, instalan en sus hogares el tradicional altar de muertos, adornado con cañas de azúcar, flores amarillas (flor de muerto), frutas y el mole negro.

El día 2, después del repique de campanas de las 15:00 horas -señal de retiro de los difuntos-, los xoxoeños regalan sus ofrendas a sus compadres y después participan en una comparsa por las calles del poblado, para mofarse de la muerte, del diablo y de San Miguel Arcángel.

Adorar a los muertos, recuerda el historiador José María Bradomin, se instituyó por la Iglesia católica en el siglo XII, pero ''conserva todavía y casi intacto, un aspecto muy apreciable de las antiguas prácticas indígenas".

En la época prehispánica, dice Bradomin, se creía que el ánima de los difuntos llegaba a la casa donde habían vivido, durante la noche de la fecha de celebración, ''y para recibirlos y agasajarlos dignamente ponían a su alcance ofrendas": mole, tamales, tortillas de maíz, atole, calabaza, palomas, codornices y conejos aderezados, miel silvestre y frutas de la temporada.

Por otra parte, en la comunidad de indígenas chatinos de Santo Reyes Noapala, a 220 kilómetros al sur de la capital del estado, en plena serranía, la Fiesta de los Muertos o de Todos los Santos, empieza dos o tres días antes de que termine octubre, con la realización de la Plaza Grande, en la que se venden todos los productos que la población habrá de utilizar para esa festividad.

Javier Pérez Sánchez, en sus apuntes, dice que desde el 30 de octubre ''se comienzan a elaborar los arcos o altares en cada casa".

Los altares se confeccionan sobre una mesa con varas de otate -carrizo grueso, pero flexible- o cañas de azúcar que sirven para formar los arcos ''atando éstas a las patas de la mesa y cubriéndola con flores de muerto. En la mesa se coloca un mantel y sobre éste el pan de muerto (elaborado para la ocasión), la fruta, las bebidas que gustaban a sus muertos, los cigarros, los dulces y la luz que habrá de alumbrar a las ánimas visitantes".

El deber de los vivos

Pérez Sánchez asevera que el 31 de octubre, a la cinco de la mañana, la mayoría de los pobladores, ''acompañados de la banda de música se dirigen al panteón municipal llevando velas y flores de muerto para recoger a los angelitos, es decir, las ánimas de los niños muertos que tienen el permiso de Dios para visitar a sus familiares en la Tierra".

El 1 de noviembre, a las 12:00 horas, el pueblo se reúne en la iglesia para ir a dejar, con música, a los angelitos al panteón, y después ''traerse a las ánimas de los difuntos grandes".

Para darles la bienvenida a los adultos que habitan en el más allá, se colocan en el altar platos con mole, tamales, pan de yema -elaborado a base de huevo y harina de trigo-, chocolate, atole, café, cerveza, mezcal y cigarros.

Se tiene la creencia, dice Pérez Sánchez, de que las ánimas de los difuntos consumen la esencia de los alimentos ''por lo que todos los platillos que se les ofrecen en el altar ya no pueden ser consumidos por los vivos y tienen que tirarse en el río una vez que pasa la fiesta".

El compromiso de los vivos termina con sus antepasados, a las 12:00 horas del 2 de noviembre, cuando tienen que ir a dejarlos de regreso al panteón.

De igual manera, en la ciudad de Oaxaca, para celebrar las fiestas de Todos los Santos el ayuntamiento organiza una serie de actividades, en diferentes sitios, principalmente en el Panteón de San Miguel, que es adornado el 31 de octubre y el 1 de noviembre de 20:00 a 24:00 horas con más de 2 mil 400 veladoras. Además, en estas fechas, a la entrada principal del camposanto se instala un enorme altar para honrar a los fieles difuntos.

Durante los últimos años, en la ciudad de Oaxaca se retomó la añeja tradición de los tapetes de arena, que por lo general sólo se utilizaban para las levantadas de cruz que se efectúan a los nueve días de que es sepultado un difunto.

Ahora se promueve este tipo de arte popular en estas fiestas y se exhiben en los corredores del cementerio de San Miguel y en la Alameda de León, en el centro histórico de la capital de Oaxaca.