JUEVES 2 DE NOVIEMBRE DE 2000
EN EL ZOCALO, UN FESTIVAL CON OLOR A MUERTE
El Zócalo va como escenario de muerte. Yacen decenas de tumbas con sus lápidas, veladoras rojas por la "sangre zapatista", cráneos tirados al azar y las plegarias por la paz.
Familias y parejas caminan escuchando la voz en canto de Pedro Infante y la de otros clásicos de la cultura popular. Miles recorren el panteón montado en la Plaza Mayor e irremediablemente llegan a donde la masa húmeda empieza a oler al pan dorado que se cocina en un horno de barro.
La muerte, la invitada y anfitriona de esta fiesta de recuerdos se erige en un Altar monumental de cráneos prehispánicos y domina el espacio destinado al repaso de las tradiciones en cada delegación.
La máxima expresión de unidad en este escenario está viva, pero va a morir: la flor de cempasúchil regada por todos lados. Antes de morir esta flor de temporada es arrancada de su tallo y entonces impregna todo con su aroma.
Otra vez la muerte. Siempre la muerte. En forma humana. Como parodia, vestida de policía, de ejecutivo, de vendedora de quesadillas, de novios y de mariachi. Como Coyolxhauqui y como diosa ambulante.
Una vez más la celebración de los muertos preparada por el gobierno de la ciudad de México y que hoy llegará a un punto culminante con la llegada de más 300 mil personas que recogerán pan y leche.
En ese lugar se hace la filosofía instantánea con frases en las lápidas: "nacer es morir" y "no me voy del todo". La cultura popular encuentra en las cruces los nombres de algunos de sus representantes: Beny Moré, el Bárbaro del Ritmo, María Sabina, el Che Guevara, David Alfaro Siqueiros.
Y la protesta también tiene espacio con las lápidas que levanta el FZLN por las matanzas de Acteal, El Charco, Aguas Blancas, Tlatelolco y la entrada de la policía a la UNAM en febrero pasado. Así el Zócalo va. Por fortuna, los niños que se acercaban no pedían halloween, sino su calaverita Ť Texto: Ricardo Olayo Foto: José Carlo González