JUEVES 2 DE NOVIEMBRE DE 2000

 


Ť Orlando Delgado Ť

Banca de desarrollo y banca social

En los últimos días del régimen priísta se han hecho públicas las implicaciones económicas de la crisis de la banca de desarrollo. A nadie escapa que la crisis bancaria de 1994-95, cuyo costo ha estado en el centro de la atención nacional, gracias al escándalo desatado por la actuación del Fobaproa, impactó también a los grandes bancos de desarrollo: Nacional Financiera, Banco Nacional de Comercio Exterior, Banobras y, por supuesto, Banrural y que llevó a liquidar al Banco Nacional de Comercio Interior (BNCI).

La función de la banca de desarrollo es clara: otorgar los recursos crediticios necesarios para promover el desarrollo nacional. Este propósito básico fue corregido por la tecnocracia neoliberal, obligando a que el crédito para el desarrollo tuviera que ser otorgado a través de la banca comercial; de este modo, la operación activa, formalmente se ubicó en el segundo piso para evitar que los bancos públicos compitiesen contra los privados, lo que consideraban desleal. Esto no impidió que en los años de la euforia salinista (1991-1993), en los que el crédito privado se disparó sin ningún orden y frecuentemente financiando operaciones irregulares, los bancos de desarrollo, particularmente Nacional Financiera, otorgaran directamente préstamos a intermediarios, como las Uniones de Crédito, que no pudieron recuperarse.

Por ello, se creó un Fobaproa para la banca de desarrollo: el Fideliq, fideicomiso liquidador, que absorbió créditos por 100 mil millones de pesos, concentrados en tres instituciones (Nafin: 55 mil millones; Banrural: 20.6 mil millones; BNCI: 15 mil millones), sin considerar la situación de Banobras. La operación del Fideliq se ha mantenido hasta hoy con un perfil muy discreto, buscando evitar que la debacle de la banca de desarrollo se convirtiera en un escándalo de proporciones similares al del Fobaproa. A esta cartera traspasada al Fideliq deberá añadirse el monto de las pérdidas que se han ido produciendo este sexenio, explicadas por el crecimiento de la cartera vencida, que aún está administrada por los bancos de desarrollo; esta cartera vencida, a diferencia de lo que ocurre con los bancos comerciales, sigue creciendo: de junio de 1999 a junio del 2000, por ejemplo, se incrementó 26 por ciento.

Consecuentemente, en los ya largos años en los que los bancos comerciales han contraído drásticamente el otorgamiento del crédito, la banca de desarrollo ha estado prácticamente paralizada; esto, por supuesto, era precisamente lo que perseguían los tecnócratas: eliminar la supuesta competencia desleal en la operación activa por parte de las instituciones públicas. De este modo, si los bancos privados deciden utilizar los recursos de los ahorradores para intermediar operaciones en el mercado de dinero, en lugar de dedicarlos al crédito, el gobierno carece de instrumentos financieros eficientes que pudieran fondear proyectos de desarrollo, sectores importantes o comunidades, que resulta fundamental apoyar.

La intervención de Vicente Fox en el evento organizado por la Fundación Grameen, surgida para generalizar la experiencia del Banco Grameen de Bangladesh, resulta ilustrativa de la misma concepción que ha eliminado a la banca de desarrollo. Para el presidente electo, el primero de diciembre se iniciará "una gran cruzada contra la pobreza y la marginación, contra la... exclusión. El mayor compromiso de mi gobierno será con los excluidos. Para ello, hemos de desarrollar la banca social... una banca cuya visión central sea incluir a los excluidos...". Para él, se trata de un tema "de la política social y económica" que coloca en el centro la necesidad de contar con financiamientos capaces de contribuir a resolver la carencia de crédito y que, sin embargo, propone abandonar instituciones que pueden tener un papel estelar en la lucha contra la pobreza, en el marco de un programa entero de desarrollo.

Así las cosas, resulta pertinente cuestionar la propuesta de crear una banca social, al tiempo que se permite que la banca de desarrollo esté ausente del otorgamiento del financiamiento necesario para dar viabilidad no solamente a los micronegocios, ciertamente fundamentales en la estrategia de combate a la pobreza. No debe olvidarse que, pese al éxito del Banco Grameen, 42.7 por ciento de su población está por debajo de la línea de pobreza; ello indica que, además de los esfuerzos de una institución como ésa, hace falta que el programa entero del gobierno ponga verdaderamente en el centro el combate a la pobreza.

En la propuesta económica del próximo gobierno no parece que, según lo que hasta ahora se ha dado a conocer, el combate a la pobreza sea colocado en el centro de la política económica; más bien se le ubica como un tema de la política social, disociado del planteo económico fundamental, lo que limitará enormemente sus posibilidades de éxito.