Confieso haber querido capturar a los asesinos de mi hermano contra viento y marea, sin medir las consecuencias.
Confieso haber desafiado al sistema político mexicano en la búsqueda de quienes acabaron con su vida.
Confieso que estoy convencido de que los homicidas intelectuales de mi hermano son parte de un grupo priísta.
Confieso no haber accedido a los deseos de Ernesto Zedillo de proceder en contra de Raúl Salinas por no haber contado con evidencias.
Confieso no haber guardado respeto por la clase política priísta.
Confieso no haberle dado ninguna ''recomendación'' al homicida Fernando Rodríguez González.
Confieso no haber visto nunca a los homicidas Jorge Rodríguez González y Marco Antonio Rodríguez González.
Confieso no haber cometido peculado.
Confieso no haber cometido tortura.
Confieso no haber cometido el delito de lavado de dinero.
Confieso no haber cometido el delito de enriquecimiento ilícito.
Confieso no haber cometido el delito de fomento al narcotráfico.
Confieso no haber querido pactar con Pablo Chapa para acusar a Raúl Salinas y al ex presidente Carlos Salinas.
Confieso que considero que Jorge Stergios es un hombre serio, honorable y responsable.
Confieso saberme traicionado por Jorge Carpizo.
Confieso haber sido calumniado permanentemente en los medios de información.
Confieso no haber tenido relación de ningún tipo con Raúl Salinas.
Confieso no haber sido amigo personal del ex presidente Carlos Salinas.
Confieso que los cargos que tuve en el gobierno fueron promovidos por mi hermano José Francisco y por Jorge Carpizo.
Confieso que hubo dos dictámenes que señalaban que la carta de Manuel Muñoz Rocha en la que solicitaba licencia no era auténtica.
Confieso que nunca pensé ser objeto de una persecución política de esta magnitud cuando renuncié al PRI y denuncié a sus dirigentes.
Confieso que yo decidí dejar de ver a Jorge Carpizo porque consideré, entre otras cosas, que se había aliado con los dirigentes del PRI.
Confieso que el presidente Salinas pudo haber hecho más por que la investigación avanzara.
Confieso que soy un hombre sin posibilidades de salir adelante.
Confieso que he sido congruente con mis principios, convicciones y experiencias.
Confieso que admiro la singular perseverancia de Cuauhtémoc Cárdenas, así como su serena figura.
Confieso que cuando renuncié al PRI y a mi cargo en el gobierno me sentí un hombre feliz.
Confieso que nunca debí ser funcionario público y que desperdicié muchos años de mi vida en ello.
Confieso que no luché como debía por la justicia, la libertad y la democracia.
Confieso que no he sido un padre para María José y Claudio.
Confieso que no medí las consecuencias de desafiar al poder.
Confieso que el dinero me interesa mucho menos de lo que la gente supone.
Confieso que el origen del dinero confiscado en Houston es lícito, ya que provino de fuentes familiares.
Confieso que me duele el daño que me han hecho Ernesto Zedillo, Antonio Lozano Gracia, Pablo Chapa Bezanilla, Jorge Madrazo Cuéllar, José Luis Ramos Rivera, Jorge Carpizo y Armando Ruiz Massieu.
Confieso que fui sacrificado por motivos estrictamente políticos.
Confieso que pienso que Carlos Salinas me abandonó a mi suerte.
Confieso que creí que el director de la Policía Judicial Federal (PJF) Adrián Carrera Fuentes había hecho una buena labor, y que era serio, responsable, eficaz.
Confieso que me equivoqué al confiar en el jefe de la PJF.
Confieso que descubrí demasiado tarde la delicia de ser opositor al gobierno.
Confieso que los medios de información ayudaron a Ernesto Zedillo a liquidarme, sin que él tuviera conciencia de ello.
Confieso que me espanta la desinformación de la sociedad.
Confieso que los Salinas, por cuidar sus intereses, destruyeron mi vida y la de mi familia.
Confieso que nunca informé al presidente Salinas que iba a abrir una averiguación previa a los dirigentes del PRI y al procurador de la república.
Confieso que pienso que el presidente Salinas siempre temió que por mi deseo de conocer la verdad pudiera actuar en su contra.
Confieso que el sistema judicial mexicano es, para mí, una cloaca.
Confieso que yo vi a Jorge Carpizo dar órdenes como procurador al presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
Confieso que no creo que Mario Aburto sea el asesino de Colosio. Por el contrario, pienso que es un sustituto.
Confieso que no huí de México.
Confieso que mi determinación era la de regresar al país unas semanas después.
Confieso que casi siempre que le hablo a alguien por teléfono recibo desaires y descortesías.
Confieso que prefiero la muerte a la cárcel.
Confieso que me lastima la situación de encierro que viven Regina y María Eugenia en virtud de mi arraigo domiciliario. No hay mejor esposa e hija que ellas.
Confieso que he decidido ser yo el que determine cuándo alejarme de la vida.
Confieso que debí estar cerca de Diego Valadés, a quien quise infinitamente. Fue un gran error distanciarme.
Confieso que lo que más lamento es no haber llegado a desentrañar la verdad del homicidio de mi hermano.
Confieso que pienso que Ignacio Pichardo Pagaza, Jorge Carpizo, María de los Angeles Moreno y Humberto Benítez Treviño se unieron para defender al sistema político y obstruir la investigación.
Confieso que salvo mis padres, mi esposa, mi hermano Arturo y mi hija Regina, no cuento con nadie.
Confieso que, paradójicamente, el talento, la inteligencia y la ambición acabó con una familia unida.
Confieso que creo que en el homicidio de mi hermano hubo dos conspiraciones: una para asesinarlo y otra para ocultar la verdad del hecho y culpar a otro de su muerte.
Confieso que creo que debería investigarse el papel que tuvieron Ernesto Zedillo y Jorge Carpizo en los crímenes de 1994.