MIERCOLES 1o. DE NOVIEMBRE DE 2000
Ť Ejército de meseros, cantineros y bailarinas
Sin prestaciones, en cada noche se disputan la propina
Ť Los trabajadores de los antros carecen de cualquier tipo de seguridad social Ť Los ingresos no compensan los peligros
Elia Baltazar y Josefina Quintero Ť Viven de la propina. Y por ella compiten y se pelean al cliente meseros, cantineros, tarjeteros, valet parking y hasta las bailarinas de los centros nocturnos, quienes en la mayoría de los casos carecen de cualquier tipo de seguridad social.
"Para nosotros no hay horas extra, salario especial por trabajar de noche, y mucho menos Seguro Social o cualquier otro tipo de prestación. Y a veces ni contrato firmamos", asegura El Talión, un joven de 27 años quien debe su alias a un dije al que atribuye sus ingresos de la noche como barman, en un antro de la esquina de Havre y Hamburgo, en la Zona Rosa.
Nadie sabe cuántos son. Porque si no hay datos exactos en la ciudad sobre el número de centros nocturnos que operan, sean giros negros o no, mucho menos hay un censo de quienes allí laboran. Apenas un cálculo: "Son como 200 establecimientos, de grandes dimensiones, que pudieran preocupar al gobierno por las condiciones en que funcionan", dice José Antonio Mejía Barreto, director general de Trabajo y Previsión Social del Gobierno del Distrito Federal.
Pero de los empleados, ni hablar: "No tenemos el dato exacto porque se trata de gente dedicada a varios tipos de actividades: meseros, cocineros, garroteros, cantineros; las mujeres que atienen al cliente; las que bailan. Cada una de estas labores tiene características específicas, pero tienen como denominador común su desempeño en una situación de riesgo".
Las ganancias, asegura, no compensan los peligros. Y el funcionario recuerda una anécdota reciente, que surgió a partir de los operativos del fin de semana: "Una joven se acercó a nosotros y nos dijo que estaba muy preocupada porque sólo llevaba consigo lo del camión. Eso indica que viven al día, y que están sujetas a la propina del cliente".
Según los testimonios de las jóvenes que atienden a los clientes, sus ingresos varían, pero la cifra aproximada son 150 pesos por noche. A las bailarinas les va mejor, dice Amanda, cuyo verdadero nombre es Virginia L., empleada en el Isis desde hace dos años: "Cuando es viernes de quincena me llevo hasta mil o mil 200 pesos. Y eso que yo ya estoy en la segunda división (por su edad)".
Indiferente a argumentos contra su empleo: aguantar borrachos, estar con hombres que no le gustan, vivir bajo la vigilancia de los "perros", les llama ella a los empleados de seguridad, Amanda prefiere eso y más, con tal de no vivir con un sueldo de secretaria o trabajadora doméstica. "Mira, igual aguantas marranadas y no sacas nada".
Sin embargo, esperaría como un milagro que le ofrecieran algún tipo de seguridad social, sobre todo para su hija de tres años, a quien cuida su madre mientras ella trabaja. "No creas, pronto voy a ser vieja y tengo que pensar en cómo me las voy a arreglar, porque aquí seguro que no voy a tener lugar".
Horas en las esquinas, rifándosela con los automovilistas
Ajenos a sus derechos laborales, los trabajadores de centros nocturnos sólo agradecen tener dónde emplearse, "aunque sea con todas las de perder", como dicen. "Si no lo hacemos por gusto. A quién le va a gustar estar parado en las esquinas durante horas, rifándotela con los automovilistas que a veces nos echan encima el carro, o nos cabulean. Y luego andar peleando nuestra parte con los capitanes (de meseros) o los gerentes. Si lo hacemos es porque no hay pa'dónde jalar".
Es la voz de Luis Enrique, tarjetero "establecido" en Londres y Florencia, quien revienta "de coraje por los operativos que nos chingan más a nosotros que a los dueños de los antros". Porque trabajan al día, dicen. Porque dependen de los fines de semana para aguantar los otros días. "Porque tenemos familia y necesidad".
Nómadas de la noche y la fiesta, muchos de ellos cambian constantemente de lugar de trabajo. "Aquí nadie la tiene segura. Y si no cumplimos con la cuota de la semana, vamos pa'fuera y a buscar otro lugar".
Para permanecer en sus empleos, los güi-güis deben cumplir al menos con una cuota de entre 15 y 20 clientes por noche de jueves, viernes y sábado. Lunes, martes y miércoles sus jefes se conforman con lo que caiga. "De la cuenta que paga el cliente nos toca una parte, como a los meseros, al cantinero y a las chavas que bailan... Y lo bailan (al cliente)".
Güi-güis y empleados de los centros nocturnos saben que no hay ley laboral que valga para ellos. "Aquí cada quien se la rifa por llevar el mayor número de clientes, y sacar nuestra parte de lo que consumen. Ya adentro es labor del mesero, que se lleva la mejor parte". Pero este último a su vez tendrá que dar una parte de la propina al cantinero, "para que se las sirva mejor a su cliente". Porque la regla es universal: "Entre más borrachos, más espléndidos".
Difícil inspeccionar, condiciones de trabajo en los giros negros
Si bien los trabajadores de centros nocturnos debían regirse bajo leyes y normas laborales del ámbito federal, lo cierto es que no hay mecanismos eficientes para vigilar que así suceda, por las características y horarios en que desempeñan su tarea, admite José Antonio Mejía Barreto.
Dice: "No hemos podido ir al fondo en la inspección, por las dificultades que implica hacer una revisión nocturna, en un lugar donde hay gente en estado de ebriedad. Eso pondría en riesgo a nuestros inspectores".
Además, la actuación de las autoridades depende en mucho de las quejas que se interpongan. "Lamentablemente, el área de inspección comenzó a trabajar formalmente en esta administración, luego de más diez años. Los recursos también son muy limitados, pues en esta área tenemos trabajando a un promedio de 20 personas que enviamos a los lugares denunciados para comenzar la inspección y el seguimiento", explica Mejía Barreto.
De 1998 a la fecha, la dirección de Trabajo y Previsión Social ha recibido más de mil denuncias de trabajadores capitalinos. Pero en el caso de los empleados de centros nocturnos el principal obstáculo para que denuncien es el miedo. "Temen perder su trabajo, que cerremos su fuente de ingresos, y cuando los interrogamos, prefieren mentir", explica el funcionario.
Así, pese a los abusos, "están agradecidos con sus empleadores y ven a la autoridad como agresor". Por eso no dudan en advertir, como lo hace Luis Enrique: "šQue nos dejen en paz! No van a solucionar nada y sólo nos perjudican."