MIERCOLES 1Ɔ DE NOVIEMBRE DE 2000

 

Ť Luis Linares Zapata Ť

La ventana burocrática

La sublevación de los burócratas públicos apunta hacia varios finales al pardear el sexenio del doctor Zedillo. Con sus protestas monetarias, insultos a sus representantes oficiales, incomprensión y hasta repudio de amplias capas de la población, se dan algunos toques postreros a la prolongada transición hacia la normalidad democrática. Marcará también la agotada permanencia de los gobiernos priístas con quienes se adhirieron en un pacto por demás desventajoso para ellos y caro para la nación.

Tiene tal protesta y desacato, algunos puntos atractivos. Al debilitarse una más de las cadenas del corporativismo atadas al antiguo régimen, se pueden liberar fuerzas constructivas que habían permanecido inactivas por décadas de manoseos de dirigentes espurios, las más de las veces corruptos, que hicieron de la intermediación un patrón desmovilizador de la energía individual y colectiva. Así, el Servicio Civil de Carrera se revela, por obligada comparación, como una imperiosa necesidad de desarrollo del país, la continuidad en el trabajo y la valoración individual. La humanización de las condiciones de trabajo y de las actitudes de los servidores públicos, bien pueden convertirse en un proceso en constante superación que haga el ejercicio de gobierno más llevadero. Lo mismo ocurrirá con la capacitación como fórmula permanente para el cambio de patrones económicos o sociales y la adaptación al mejoramiento tecnológico, que por ahora han sido onerosas ausencias. Dará, como una derivada nada despreciable, más valor al voto individual al usarse como premio o castigo hacia la conducta y las visiones de los gobernantes. Permitirá, de aquí en adelante, evaluar mejor a los dirigentes sindicales; repensar, como gremio, sus preferencias partidistas y renfocar sus lealtades hacia el contribuyente, su real mandante y a quien debe servir para ser retribuido con justicia.

El patrimonialismo, una las características que describían mejor el presidencialismo autoritario, así como al Estado benefactor a la mexicana, reciben con el escándalo de los bonos discrecionales un golpe que los dejará mal parados ante el contribuyente. Ambos rasgos, esenciales del antiguo régimen que fenece, no llegaron a completar su etapa de justicia, bienestar y de igualdad por estacionarse, a veces de manera por demás cínica, en el uso discrecional, desviado y displicente de los recursos públicos y el menguado aprecio a la dignidad de las personas, en especial de los trabajadores. De aquí para adelante los burócratas públicos tienen que montar sus dispositivos de organización que les permitan una constante y crítica evaluación de sus liderazgos para evitar ser traicionados, como se dicen, por sus llamados líderes.

Será obligación permanente preocuparse de su imagen pública, no como pretexto para campañas de propaganda individualizadas, sino para permitir el intercambio y la comunicación con los demás y cumplir sus obligaciones cotidianas con atingencia y respeto. Así evitarán el desprecio y ninguneo que hoy están recibiendo de amplias capas de la población a quienes sirvieron mal e ignoraron por años, a pesar de ser, en verdad, sus empleadores y fuente real de ingresos.

El camino que han adoptado los que hoy por hoy están encaramados en los puestos de conducción sindicales para permanecer con el cambio de gobierno, debe ser puesto a revisión y análisis minucioso, tanto por los agremiados como por las autoridades federales venideras. Terminar el sexenio con la venta de favores ilegales, cacareando un liderazgo que ha sido torpe, engañoso y de poca monta o buscando el reconocimiento por tareas no desempeñadas por el simple expediente de pretender encabezar una reivindicación monetaria apreciada por las llamadas bases, es una ruta simplista y transparente en sus falsos motivos; sobre todo frente a todos aquellos que aspiran a introducir mejoras tangibles para llevar a cabo un buen y eficiente gobierno.

Las leyes que rigen la vida de los sindicatos de burócratas y los mecanismos usados para la elección de dirigentes sindicales están viciados de origen. La existencia y pormenores del apartado B famoso son discordantes con las ambiciones de modernidad. Las lealtades lacayunas han sido un distintivo para subir el escalafón directivo. Al ISSSTE lo convirtieron en un fondo para apoyar el control de los dirigentes sobre sus correligionarios con préstamos, casas y otras asignaturas en perjuicio de la seguridad social. Los grupos formados al interior de los gremios han estrechado, por años, sus complicidades y han formado mafias completas que se prolongan durante sexenios completos. La corrupción al interior de los sindicatos, en especial de la FSTSE, es generalizada y se sustenta en la de cada dependencia. Una somera investigación a las formas de vida de los dirigentes actuales sería suficiente para que afloraran sus oscuras formas de financiamiento.