Ť Fungió como gran vigilante del sistema
Emblema del régimen, fue un hombre que sabía
callar
Ť Nunca alcanzó la Presidencia, pese a sus
50 años de servicio
Ť Su última labor en el PRI este año, arbitrar la elección interna
Luis Hernández Navarro y Alonso Urrutia Ť Personaje mítico y emblema de un régimen en extinción, Fernando Gutiérrez Barrios falleció a los 73 años, fiel al partido en el que militó durante medio siglo: el PRI.
Sucesivamente militar, policía y político, comenzó su carrera en la administración pública en 1952, como jefe de Control e Información de la Dirección Federal de Seguridad, de la Secretaría de Gobernación, y la terminó en el Senado de la República, como legislador de una bancada priísta inevitablemente destinada a la oposición.
Estudiante del Colegio Militar entre 1943 y 1947, hizo carrera en las fuerzas armadas y se retiró del Ejército con grado de capitán. Su trayectoria en la administración pública estuvo marcada por su papel en los servicios de inteligencia del Estado; en mucho, a la sombra y protección de personajes claves del alemanismo.
Su paso por puestos de elección popular, primero como gobernador del estado de Veracruz, donde nació, entre 1986 y 1988, y después como senador por ese mismo estado, se caracterizó por el apoyo masivo a sus candidaturas.
Durante su carrera fue un personaje leal a las instituciones, pero se distanció de la tecnocracia gobernante a últimas fechas, al punto de criticar al Registro Nacional de Vehículos (''desprestigió a México en el extranjero'', dijo), las prácticas de espionaje y el último Informe presidencial.
Gran mito político, fue una figura simultáneamente temida y respetada. Emblema de un Estado omnipresente y omnipotente, que todo lo sabía y todo lo controlaba, personificó hasta el final de su vida el papel de gran vigilante.
La mezcla de una lúcida memoria y una afinada información alimentaron la leyenda del funcionario que sabía todo lo que había que saber. Fue además un político bisagra capaz de mantener acuerdos básicos en su partido entre militantes de distintas generaciones y diferentes corrientes políticas. En él se sintetizaba la ecuación de gobernabilidad como suma de coerción y consenso.
Su trayectoria como funcionario público se caracterizó por la dualidad de su comportamiento. Hombre de finos modales y de mano dura; amigo de los cubanos y colaborador de la CIA; amigo del exilio latinoamericano y responsable de la policía política; negociador al que no le temblaba la mano para aplicar toda la fuerza del Estado, era uno de los personajes mejor informados capaz de guardar el mayor silencio. Por sus manos pasaron simultáneamente los expedientes de la disidencia y de los hombres y mujeres del régimen. Por su despacho transitó la mayor parte de la clase política del país. Con él trataron y negociaron. De él obtuvieron soluciones y represión.
Entre 1958 y 1970 fue responsable de la Dirección Federal de Seguridad, entidad nacida en los cincuenta, en el marco de la Guerra Fría, dedicada, en mucho, al combate a la ''subversión''. Durante esos años se desarrollaron en México importantes luchas por la independencia sindical de los gremios ferrocarrilero, petrolero y magisterial, que fueron reprimidas, y se efectuaron los movimientos médico y estudiantil.
De policía a político
Tuvo la difícil virtud de la paciencia. Durante doce años (1970-1982) fue subsecretario de Gobernación.
Dos años después de su participación en los sucesos de Tlatelolco, el presidente Luis Echeverría, su jefe en la secretaría de Gobernación, lo ascendió a subsecretario. Con ese rango, Gutiérrez Barrios enfrentó uno de los momentos más delicados del régimen echeverrista: los movimientos guerrilleros. Serían los años de la guerra sucia.
En ese tiempo, Gutiérrez Barrios tuvo bajo su mando al temible Miguel Nassar Haro, quien fungió entonces como Director de la Federal de Seguridad y quien estuvo como operario de la guerra sucia en contra organizaciones que habían surgido después de la matanza de Tlatelolco de 1968, como la Liga 23 de Septiembre
En su expediente están también, según las múltiples denuncias de madres y familiares de víctimas de la represión política, desapariciones, ejecuciones extrajudiciales, torturas, detenciones arbitrarias y presos en cárceles clandestinas.
Jugador a dos manos, hombre de equilibrios, Gutiérrez Barrios se desempeñó, de manera simultánea, como protector de la inteligencia cubana en México y, según los diarios estadunidenses The New York Times y The Washington Post, como uno de los principales colaboradores de la CIA, entre 1973 y 1975.
Al concluir la administración echeverrista, Gutiérrez Barrios repitió como subsecretario de Gobernación en el gobierno de José López Portillo, aunque ya no en las funciones de seguridad nacional. Ahí estuvo bajo las órdenes de Jesús Reyes Heroles, en los años finales de la clandestinidad del Partido Comunista Mexicano.
Concluida la administración de López Portillo, terminó también, momentáneamente, su largo paso por la Secretaría de Gobernación. Bajo el régimen de Miguel de la Madrid, prácticamente fue alejado de la política nacional. El nuevo presidente lo designó como director general de Caminos y Puentes Federales de Ingresos y Servicios Conexos, cargo que ocupó hasta 1986.
Sería hasta el 22 de abril de 1986, cuando Gutiérrez Barrios se reincorporó a la vida política, cuando fue postulado candidato del Revolucionario Institucional a la gubernatura de su estado, Veracruz. En diciembre de ese año, Gutiérrez Barrios tomaba protesta como gobernador constitucional para el periodo 1986-1992.
Como jefe del Ejecutivo estatal no admitió desafíos a su poder. Con eficacia acalló la disidencia tanto dentro del priísmo como de la oposición. Sus operativos se dirigieron lo mismo contra el cacique priísta Cirilo Vázquez que contra grupos campesinos de Chicontepec. La experiencia acumulada fue utilizada, años después, en el operativo montado en contra del dirigente petrolero Joaquín Hernández Galicia, La Quina.
Al fin hombre del sistema...
De nuevo a la palestra de la política.
La agitación política que siguió a la polémica victoria de Carlos Salinas de Gortari no le sería del todo ajena, pues esa coyuntura le habría de abrir paso de nuevo a la actividad política. En diciembre de 1988, el entonces presidente lo designó responsable de la política interior. Entre sus objetivos estaban enfrentar la secuela del fraude electoral.
En su último mensaje como gobernador veracruzano, a sabiendas de que sería el próximo secretario de Gobernación, Gutiérrez Barrios reconoció la urgencia del fortalecimiento de un régimen democrático y plural. Consolidar la democracia, dijo entonces, era uno de los grandes retos que enfrentaba el país.
Tocaría a él instrumentar las acciones para la legitimación del salinato. En diciembre de aquel 88, de inmediato comenzó los contactos con la Iglesia católica, la directiva de Acción Nacional y los líderes de la izquierda mexicana.
En una de las escasas referencias que en sus memorias del sexenio hace de su secretario de Gobernación, el ex presidente describe los frecuentes encuentros del veracruzano con Luis H. Alvarez, Diego Fernández de Cevallos, Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo.
''Entre diciembre de 1989 y de 1992, el secretario de Gobernación, Gutiérrez Barrios, se reunió en promedio una vez cada quince días con Cuauhtémoc Cárdenas", dice Carlos Salinas.
Desde enero de 1989, comenzó a operar la reforma política ofrecida al panismo a cambio del reconocimiento del triunfo de Salinas. En su doble calidad de secretario de Gobernación y todavía de presidente de la Comisión Federal Electoral, realizó los cabildeos con la oposición para la reforma electoral, que concluiría con un mayor distanciamiento con la izquierda y la división del panismo, hasta su fractura con los dirigentes históricos.
Sin embargo, las pláticas correrían paralelas a las elecciones más violentos que se recuerden en el salinismo: Guerrero. La secuela de muertos que dejó el proceso sería el anticipo de un sexenio de conflictos poselectorales, los cuales se resolvían desde las oficinas de la Gobernación.
Muy pronto, las reformas impulsadas desde la dependencia evidenciaron su ineficacia y provocaron la célebre concertacesión de Guanajuato, aparejada a los agitados comicios en Michoacán y San Luis Potosí. Serían los estertores de las elecciones organizadas por el gobierno como juez y parte.
Según algunos perredistas, Gutiérrez Barrios sería uno de los pocos puentes de comunicación que encontró el perredismo durante el salinismo, años en que su oposición al régimen le dejaría 300 militantes muertos.
Sus últimos servicios
Los años de Gutiérrez Barrios como secretario de Gobernación serían también los últimos de una etapa histórica en las relaciones entre la Iglesia y el Estado. Parte fundamental del proceso de legitimación del salinismo, las reformas en materia religiosa representaría uno de los más grandes desencuentros de Gutiérrez Barrios con Carlos Salinas de Gortari.
Una semana después de la toma de posesión de Carlos Salinas, comenzó el debate sobre las reformas al artículo 130 constitucional. El propio Gutiérrez Barrios hablaría de la disposición gubernamental a revisar la relación entre la Iglesia y el Estado.
Al paso del tiempo, Gutiérrez Barrios se reveló como uno de los principales opositores del régimen a la modificaciones constitucionales en materia religiosa. La importancia que tenía para el salinismo este renglón motivó su marginación de las negociaciones que, desde entonces, quedaron prácticamente en manos de las cabezas priístas visibles en el Congreso de la Unión: Fernando Ortiz Arana, José Antonio González Fernández y Mariano Palacios Alcocer.
Las discusiones sobre la reforma religiosa serían uno de los puntos de mayor desgaste en la relación entre Gutiérrez y Salinas de Gortari. Al fin, hombre de sistema, el secretario se allanó del camino y no obstaculizó el cambio.
Los albores de la sucesión de 1994, catalizador de la ruptura.
Transcurrido más de la mitad del sexenio, los tiempos políticos tradicionales marcaban ya el arranque institucional de quienes aspiraban a la sucesión. Tiempos aún de hermetismo político acerca de los aspirantes a la Presidencia de la República, algunos trascendidos apuntaban ya a que Gutiérrez Barrios sería uno de los principales aspirantes en la recta final.
Cuando parecía estar más cerca de lograr las aspiraciones de todo político mexicano, fue sustituido. El temor presidencial de que Gutiérrez Barrios jugara desde la estratégica posición que ocupó para su causa y no para el proyecto transexenal del entonces presidente motivaron su remoción. Los servicios de inteligencia nacional estaban para entonces destruidos.
En 1993, año de definiciones en la sucesión presidencial, Gutiérrez Barrios dimitió a su cargo.
El 4 de enero, de forma poco común, envió una carta a Salinas en la que renunciaba y anticipaba su retiro de la política: ''La vida me ha enseñado ?decía entonces? que lo más importante para un ser humano y principalmente para un político es saber retirarse a tiempo. Retirarse con dignidad, decoro y la tranquilidad de conciencia de haber cumplido con su responsabilidad y de haber entregado lo mejor de sí mismo''.
Con esta misiva al presidente, ponía fin a una carrera de 43 años en la administración pública.
Durante los años de su retiro, se conoció una noticia que circuló profusamente en los medios de comunicación. En 1998, quien fue responsable de la Seguridad Nacional, fue secuestrado en Coyoacán. La versión nunca fue admitida por él, pero tampoco fue desmentida. Trascendió ?sin que nunca se hubiera confirmado? que quien fuera su subordinado en los setenta, Miguel Nassar Haro, habría sido el artífice de su liberación.
Su retiro duraría sólo seis años. Su fidelidad al sistema se mantendría. En 1999, en el ocaso del régimen de partido de Estado, la urgencia de legitimación del candidato presidencial del PRI y las necesidades del sistema lo devolvería nuevamente a la vida pública como el responsable de conducir el primer proceso de elección interna de un candidato presidencial del PRI.
Aunque fuertemente cuestionado por el candidato Roberto Madrazo, la figura del veracruzano no fue puesta en duda por el gobernador de Tabasco. No exento de sobresaltos y de dimes y diretes, Gutiérrez Barrios pudo conducir el proceso interno del PRI hasta la elección del candidato, Francisco Labastida Ochoa.
Sería el último servicio al sistema que haría en su larga carrera que para entonces se acercaba a los 50 años. Su retribución fue un escaño en el Senado de la República, desde donde viviría sus últimos días y donde pronunciaría sus últimos discursos.
Ť Figura controvertida, para el senador el poder era instrumento, no un fin
El ideario de un hombre de la vieja guardia
Ť El político veracruzano conoció a fondo las miserias y grandezas del sistema político mexicano
María Rivera Ť Fernando Gutiérrez Barrios fue un hombre de poder. La mayor parte de su vida estuvo en contacto con él. Colaboró con siete presidentes de la República, conoció de cerca todas las grandezas y miserias del sistema político mexicano. Por eso respetaba al poder, pero también le temía y lo consideraba uno de los enemigos más importantes. Sabía que un auténtico político no debía dejarse seducir por él, por la sensualidad que conlleva, y sólo tenía que considerarlo como instrumento de su tarea política.
Hombre de la vieja guardia, lamentaba la llegada de la nueva clase política a las esferas del gobierno porque, desde su punto de vista, traía consigo más ruido que ideas. "Se ha enfriado la esfera de lo político en función de un modelo de administración uniforme. Ya no importan las ideas sino el ruido. A ver quién hace más ruido parece la divisa de los que creen que la política es una derivación de la mercadotecnia. Hay que recordar la relación de teoría y praxis que había caracterizado a la política como arte, hasta llegar a las formas litúrgicas del poder".
"Para un auténtico político el poder es importante -explicaba al periodista Gregorio Ortega en el libro Fernando Gutiérrez Barrios, diálogos con el hombre, el poder y la política-, pero instrumental (...) es un instrumento importante. Es con el uso del poder como se puede modificar la realidad en el sentido de los ideales, en esa dimensión lo he tenido y lo he apreciado, pero nunca he sentido eso que llaman sensualidad del poder, que, en muchos aspectos, me disgusta".
En algunas de las entrevistas recopiladas en esta obra, posteriores a su "retiro" de 1993, analizó además de los temas coyunturales, la relación entre el poder y la política. "Nunca, cuando es verdadera, la política es el poder por el poder, sino que cumple un compromiso y una exigencia moral". Con pasión defendía su vocación, indicaba que no se podía ser político a ratos o sólo cuando se ejercía un cargo. "Se es político de manera permanente; con las circunstancias a favor o en contra. Es una vocación auténtica y real. Es una forma de destino". Y recordaba: "En política no hay jóvenes y viejos; hay aptos o ineptos, leales o desleales, dignos o indignos, honestos o deshonestos. Nada más".
Responsable de la seguridad nacional durante más de tres décadas -encargado de la política interior de 1988 a 1993- tuvo que responder a algunos de los más importantes movimientos sociales del país. Para algunos queda el recuerdo de la represión. Para otros, la del hombre que tenía puentes con todos los grupos políticos. En ese intermedio que tuvo su carrera política en los noventa, recapitulaba: "Yo he tenido dos normas en mi vida pública: la primera es privilegiar siempre lo que une sobre lo que diferencia o separa. La segunda, cumplir siempre con la palabra empeñada; por ello es importante no prometer nunca lo que no se puede cumplir".
Entre las cualidades que consideraba indispensables para ejercer las responsabilidades de su puesto destacaba: "la prudencia, la serenidad, el equilibrio emocional y evitar la soberbia del poder y la minimización de los conflictos". Y por supuesto, "un estado permanente de alerta y una adecuada información para evitar que se cometan errores".
Gutiérrez Barrios siempre se vio a sí mismo como un hombre leal a los gobernantes en turno. Un hombre de su época. Había nacido a fines de la década de los veinte, cuando empezó el proceso de institucionalización de la Revolución, hecho que le hacía percibir que aun formando parte de la primera esfera del poder, su capacidad de maniobra estaba acotada. "Como parte del gobierno y miembro del gabinete no se puede real ni formalmente ser opositor. Lo que sí se puede hacer es opinar o sugerir". De estos instrumentos se sirvió. Porque su opinión pesaba y sus silencios también. Baste recordar su primera respuesta sobre el espinoso tema de Chiapas, un año después de haber dejado la Secretaría de Gobernación, tras considerar que su presencia en el cargo despertaba "infundadas suspicacias políticas". "En la última conferencia de prensa que tuve como funcionario público, cuatro días antes de mi renuncia, en Culiacán, donde había concurrido como representante presidencial a la toma de posesión del gobernador de Sinaloa, expresé que había logrado preservar el orden constitucional y la paz social en el país". No dijo más. Había pasado la cuenta a Carlos Salinas de Gortari y Patrocinio González Garrido.
Militar de vocación, recordaba que si bien el Ejército debía ser apartidista también tenía que responder a un orden de creencias encarnado en la historia del país. Ante el conflicto de Chiapas defendió el papel institucional del Ejército, pero llamó a la negociación digna. Pedía atención prioritaria a sus peticiones, pero puntualizaba que la negociación debía culminar con la entrega de las armas.
Hombre que creció bajo los ideales de la Revolución, vivía el acercamiento de su partido con el llamado liberalismo social, como una incongruencia. "La crisis ideológica del partido ha provocado una grave crisis de identidad política. Uno de los principales retos del PRI es el de una reafirmación doctrinal. Percibo que en los últimos años ha habido una desorientación en ese sentido, a través de lo que se llamó liberalismo social". Y recordaba que en el PRI se resumía todo el espectro de la revolución mexicana y que debía regresar a esos principios, que él veía como válidos para el México contemporáneo.
En 1999 fue llamado a poner orden en el proceso interno del PRI para seleccionar su candidato a la Presidencia. Señalaba en una entrevista con Beatriz Pagés, directora de la revista Siempre!, que había aceptado ese cargo porque era un desafío para contribuir a la transición política. Advertía que la comisión que encabezaba trataba de romper inercias y transformar mentalidades para permitir que el PRI encabezara el cambio democrático.
En su campaña al Senado volvía a recordar que en política siempre se suma, nunca se resta y menos se divide. Su partido no lo escuchó: no sólo no sumó, sino que restó y se dio el lujo de dividirse. A Gutiérrez Barrios le tocó verlo caer.