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México, D.F. martes 31 de octubre de 2000 
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Editorial
  
FIN DE UNA LEYENDA 

SOL Emblemático en la vida y en la muerte, el senador Fernando Gutiérrez Barrios falleció en los momentos postreros del sistema político cuyas entrañas conoció mejor que nadie y al que sirvió durante medio siglo con disciplina y lealtad a toda prueba. En esas cinco décadas transitó del ámbito militar al servicio civil, operó por mucho tiempo en los tenebrosos sótanos represivos del poder y ascendió lentamente a la escena pública, en la que se desempeñó como un político hábil y sensible, abierto al diálogo y a la negociación con todas las corrientes, tanto al interior del régimen y de su partido como con las formaciones opositoras. 

La trayectoria de Gutiérrez Barrios sintetiza, de esa forma, las grandes paradojas de lo que se conoció como sistema político mexicano, un vasto y contradictorio engranaje social en el que coexistieron la brutalidad policial y la capacidad de diálogo, la cerrazón facciosa y los mecanismos de participación sui generis, el espionaje furtivo y la ética institucional, la persecución implacable y el respeto a las libertades, el sometimiento de los trabajadores y la promoción del bienestar social, el desprecio a las ideas y la aguda inteligencia política, el pragmatismo a ultranza y el respeto a los principios, la paranoia del poder y el análisis lúcido. 

En ese entorno, el fallecido político veracruzano ejerció tareas contrastadas a lo largo de su carrera: dio un apoyo inapreciable a Fidel Castro cuando éste, desde su exilio en México, organizaba lo que habría de ser la revolución cubana; tres lustros más tarde fue uno de los operadores de la cruenta represión contra el movimiento estudiantil de 1968, y en la década siguiente se desempeñó como uno de los cerebros de la guerra sucia contra las oposiciones ?armadas o pacíficas-- de izquierda y contra los movimientos sociales; durante el salinato, y desde la Secretaría de Gobernación, Gutiérrez Barrios realizó una enorme tarea de negociación política y fue uno de los poquísimos funcionarios que, en medio del acoso salinista contra el Partido de la Revolución Democrática (PRD), mantuvo abierta una puerta de interlocución con ese organismo político. 

Con razón o sin ella se le describía como el poseedor de una vasta y precisa información --recopilada, de manera legal o no, a lo largo de ocho sexenios-- sobre todas las personas relevantes de la escena política. Pero se le reconocía, también, como el depositario de una sabiduría sin paralelo en el país en materia de seguridad nacional. 

En su última encomienda priísta, Gutiérrez Barrios fue el árbitro en una elección primaria interna que amenazó con fracturar al tricolor y que, a la postre, con todo y las dudas que arrojó su realización, fue conducida, con éxito aparente, a una reconciliación interna que se denominó operación cicatriz. 

Muy dura hubo de ser la derrota priísta del pasado 2 de julio para este hombre, cuya convicción central fue la persistencia del régimen al que sirvió, en sus grandezas y en sus miserias, con toda convicción y con plena congruencia. Descanse en paz.

 

 

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