FIN DE UNA LEYENDA
Emblemático en la vida y en la muerte, el senador
Fernando Gutiérrez Barrios falleció en los momentos postreros
del sistema político cuyas entrañas conoció mejor
que nadie y al que sirvió durante medio siglo con disciplina y lealtad
a toda prueba. En esas cinco décadas transitó del ámbito
militar al servicio civil, operó por mucho tiempo en los tenebrosos
sótanos represivos del poder y ascendió lentamente a la escena
pública, en la que se desempeñó como un político
hábil y sensible, abierto al diálogo y a la negociación
con todas las corrientes, tanto al interior del régimen y de su
partido como con las formaciones opositoras.
La trayectoria de Gutiérrez Barrios sintetiza,
de esa forma, las grandes paradojas de lo que se conoció como sistema
político mexicano, un vasto y contradictorio engranaje social en
el que coexistieron la brutalidad policial y la capacidad de diálogo,
la cerrazón facciosa y los mecanismos de participación sui
generis, el espionaje furtivo y la ética institucional, la persecución
implacable y el respeto a las libertades, el sometimiento de los trabajadores
y la promoción del bienestar social, el desprecio a las ideas y
la aguda inteligencia política, el pragmatismo a ultranza y el respeto
a los principios, la paranoia del poder y el análisis lúcido.
En ese entorno, el fallecido político veracruzano
ejerció tareas contrastadas a lo largo de su carrera: dio un apoyo
inapreciable a Fidel Castro cuando éste, desde su exilio en México,
organizaba lo que habría de ser la revolución cubana; tres
lustros más tarde fue uno de los operadores de la cruenta represión
contra el movimiento estudiantil de 1968, y en la década siguiente
se desempeñó como uno de los cerebros de la guerra sucia
contra las oposiciones ?armadas o pacíficas-- de izquierda y contra
los movimientos sociales; durante el salinato, y desde la Secretaría
de Gobernación, Gutiérrez Barrios realizó una enorme
tarea de negociación política y fue uno de los poquísimos
funcionarios que, en medio del acoso salinista contra el Partido de la
Revolución Democrática (PRD), mantuvo abierta una puerta
de interlocución con ese organismo político.
Con razón o sin ella se le describía como
el poseedor de una vasta y precisa información --recopilada, de
manera legal o no, a lo largo de ocho sexenios-- sobre todas las personas
relevantes de la escena política. Pero se le reconocía, también,
como el depositario de una sabiduría sin paralelo en el país
en materia de seguridad nacional.
En su última encomienda priísta, Gutiérrez
Barrios fue el árbitro en una elección primaria interna que
amenazó con fracturar al tricolor y que, a la postre, con todo y
las dudas que arrojó su realización, fue conducida, con éxito
aparente, a una reconciliación interna que se denominó operación
cicatriz.
Muy dura hubo de ser la derrota priísta del pasado
2 de julio para este hombre, cuya convicción central fue la persistencia
del régimen al que sirvió, en sus grandezas y en sus miserias,
con toda convicción y con plena congruencia. Descanse en paz. |