MARTES 31 DE OCTUBRE DE 2000
Ť Vilma Fuentes Ť
De libros, cuadros y precios
Ciudad industrial de origen minero, ubicada en el centro de Francia, Saint-Etienne organiza desde hace quince años la fiesta del libro más concurrida de provincia -pero la provincia abierta al mundo, pues tiene lugar por segunda vez ''La torre de Babel'', manifestación denominada este año ''La vuelta al mundo en ochenta lenguas'', la cual da la oportunidad al público de conocer escritores venidos de todo el mundo.
Cuatrocientos cincuenta autores presentes y más de 120 mil visitantes durante los rápidos tres días que duran las festividades dan una idea de la importancia del acto.
Lo que no podía imaginar, al tomar el tren para participar como autora en la fiesta del libro, eran mis capacidades de vendedora. Pero ya se verá cómo la engañosa ilusión y la cruel vanidad me ofuscaron, me aclararía Belphé Shakespeare-Cervantes, apellidos que afirma suyos cuando asiste a un encuentro de este tipo.
Las pilas de mis tres novelas traducidas al francés disminuían de manera vertiginosa. Situada entre dos escritores que serían premiados con las Babets d'or (Piñas de oro) la noche siguiente, mi orgullo me indicaba la modestia. Una vuelta por Saint-Etienne, me dije, para volver a tierra... Pero el destino es el destino, como decía con burla Ibargüengoitia, y descubro las vitrinas de la chocolatería Cluizel -Saint-Etienne es una urbe chocolatera- dedicadas a temas mexicanos y con mis libros expuestos. Belphé me explica y yo comienzo a comprender: no son mis libros los que vendo, es la pasión de los habitantes de Saint-Etienne por nuestro país. De ahí las actividades y exposiciones mexicanas que, desde hace varios meses, tienen lugar en esa ciudad gracias a la labor del Centro Cultural de México en París a cargo de Lucía García Noriega.
Pero si las ilusiones de la vanidad se esfuman, dos magníficos encuentros me compensan: la del escritor iraquí, Jabbar Yassin Hussin, autor de El lector de Bagad, cuentos miliunichescos que reviven el sueño de Bagdad en nuestros días y que merecería ser conocido en nuestra lengua. Y la de Christian Levesque, jugador de ajedrez y de palabras, de un humor franco e irónico, fraternal y burlón, difícil de traducir pero enriquecedor para quien desea descifrar los enigmas de la lengua.
Feria del Arte Contemporáneo
De regreso a París, Belphé da Vinci y Azimuth Picasso, trajeados a la última y caprichosa moda parisiense: camisa y corbata negras bajo el traje gris oscuro arrugado, me apuran, vigilan cómo me visto... y me hablan en dólares. Lista para salir a la FIAC, me comunican que podemos ir a cenar pues nadie que se respete puede llegar antes de la media hora que precede el cierre de la inauguración.
En los pasillos del Palais des Expositions, pululan marchantes y mercaderes de arte en busca de un negocio o una víctima, algunos coleccionistas, dueños de galerías, críticos de arte, viudas y pintores más o menos célebres perdidos entre el gentío.
De pronto, veo un rostro ya visto. El de un vendedor ambulante. Su propietario tocó a mi puerta, recuerdo, hace 18 años, con una carta de José Luis Cuevas para mí. Se sentó y miró, sin decir una palabra, un cuadro del pintor mexicano Alfonso Domínguez. Escuchó unos boleros de Agustín Lara. Comió un mole que le serví. Pensé que se trataba de una broma de Cuevas. El vendedor volvió a mi casa muchas otras noches. Quería el cuadro de Domínguez, oír boleros y comer mole. Me hizo reír con su humor silencioso, inesperado, corrosivo, imitándose a sí mismo, al relatarme anécdotas de su vida y explicarme por qué no era avaro sino tacaño. Reconocí, entonces, al pintor nicaragüense Armando Morales gracias a las magníficas imitaciones que Cuevas me había hecho de él.
Una vez más este año, el espacio de la galería Claude Bernard en la FIAC fue consagrado a sus telas: sus lagos mudos y profundos, la penumbra de sus junglas, los extraños coloridos de sus casa, la textura de sus frutas, semejante a la de la piel de sus opulentas mujeres, semidesnudas y con los rostros velados por la sombra, transformadas por su pincel en naturalezas muertas.
Los duendes se informan del precio de sus telas: entre 200 y 400 mil dólares. Entonces, encantados de dedicarse a la pintura, me preguntan, burlones, cuántos libros debería vender para comprarme, ya no se diga un Pierre Soulages, sino un Morales.
-''Ser artista significa: cesar de calcular y contar...'' -les respondo con una frase de las Cartas a un joven poeta, de Rainer Maria Rilke, que los deja mudos durante dos segundos.