MARTES 31 DE OCTUBRE DE 2000

 


Ť Angel Guerra Cabrera Ť

Vieques y los volcanes inactivos

La resistencia de los pueblos contra el nuevo orden global y los terribles abusos en que éste se asienta transcurren con frecuencia ante el silencio cómplice o la complacencia de los grandes medios de comunicación masiva. El caso de la isla de Vieques, en Puerto Rico, así lo confirma.

Sólo en raras ocasiones encontramos en los medios referencias a la lucha de los viequenses y sus hermanos boricuas por la salida de la marina de guerra de Estados Unidos de "la ínsula" y por el respeto al derecho de sus pobladores a vivir en paz y acceder a los beneficios del desarrollo económico y social. Pero estas ocasionales menciones se quedan casi siempre en los límites circenses fijados a la información por la sociedad del espectáculo y eluden ahondar en las causas de ese movimiento.

Vieques, diminuta en territorio y población, es hoy protagonista principal de una lucha directa y muy desigual contra el imperio estadunidense, que se inscribe entre la de los nuevos y alentadores movimientos populares surgidos frente a la globalización neoliberal. Los viequenses son víctimas de una de las peores arbitrariedades de nuestro tiempo a manos del complejo militar industrial yanqui, que ha hecho de la ínsula uno de los polígonos principales para la prueba y ejercitación de sus medios de guerra. Sometidos durante casi 60 años a la degradación del medio ambiente y de su economía agrícola y pesquera, obligados muchos de ellos a sobrevivir de la asistencia social brindada por la potencia ocupante, los habitantes de Vieques padecen, además de desempleo y pobreza, una incidencia de cáncer y una mortalidad general e infantil mayores a la de Puerto Rico en 27, 40 y 53 por ciento, respectivamente. Estudios independientes vinculan estas cifras a la contaminación de la isla y sus aguas fluviales y marítimas por metales pesados y materiales tóxicos utilizados en las prácticas, el uranio empobrecido entre ellos.

La presencia de la marina y los ejercicios militares en Vieques son rechazados no sólo por los habitantes del lugar, sino también por el conjunto de la nación puertorriqueña, incluidas las comunidades residentes en Estados Unidos. Expresado tanto en diversas encuestas como en las mayores protestas masivas que recuerdan la historia de Vieques y Puerto Rico, incrementadas después que el presidente Clinton, escudándose en dudosas y mezquinas promesas, ordenara la reanudación de las prácticas. Estas habían sido suspendidas durante un año en virtud de la muerte de un viequense a consecuencia de una bomba mal dirigida y de las propias protestas que siguieron al hecho.

Para hacer frente a la directiva presidencial se acrecentó el movimiento de desobediencia civil, que busca impedir la continuación de las prácticas bélicas al situarse sus activistas como escudos humanos en la zona de la isla donde la marina realiza los bombardeos aéreos y navales. Más de mil de ellos han sido detenidos este año por penetrar en el sitio, muchas veces multados despúes de permanecer semanas en la cárcel. Entre ellos, obispos católicos y protestantes, pescadores, sindicalistas, comerciantes, artistas, ecologistas, líderes independentistas y de otras expresiones políticas.

Pero hasta la directiva de Clinton fue desvirtuada por un acuerdo del Congreso de Washington, que quitó de ella mucho de lo que podía beneficiar a Vieques o reparar en parte la humillación que constituye para Puerto Rico la presencia de la marina en la isla Nena, como es conocida también. Se suprimió el compromiso del presidente de no usar más proyectiles con cabezas explosivas en las prácticas y 16 mil acres de tierra que iban a pasar a manos del pueblo de Puerto Rico ahora quedan en poder del gobierno federal. Se omitió además la promesa de descontaminar el área de tiro de sustancias nocivas a la salud, algo imprescindible para que la ínsula vuelva a ser un lugar vivible.

Lo que busca Washington es ganar tiempo para hacer caso omiso de las protestas, tratar de neutralizarlas mediante el cansancio, la intimidación y la eventual cooptación de sus líderes para continuar bombardeando en Vieques como si nada hubiera pasado. Si uno no conociera hasta dónde puede llegar la ausencia de humanidad y decoro del sistema capitalista estadunidense podría llenarse de asombro del desprecio por la voluntad y la vida de los seres humanos de que han sido capaces los jerarcas del Pentágono, el propio presidente de Estados Unidos y una mayoría de legisladores ante los justos reclamos de los viequenses.

La prepotencia de Washington le impediría darse cuenta que con la obstinación por quedarse en Vieques acciona el gatillo del sentimiento nacional puertorriqueño. Una fuerza moral y cultural dormida en apariencia, como los volcanes inactivos.

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