MARTES 31 DE OCTUBRE DE 2000

 


Ť Ugo Pipitone Ť

El euro en la alta mar política

La semana pasada el euro tocó su nuevo mínimo histórico llegando a 82 centavos de dólar. Y sólo el viernes registró una pequeña mejora por los datos económicos (apenas publicados) que revelan un serio enfriamiento de la economía estadunidense en el tercer trimestre del año. Pero, más allá de circunstancias varias de impacto coyuntural, el hecho sustantivo es que la debilidad del euro parece un dato duro del presente económico global.

Sin embargo, esa misma debilidad del euro amenaza convertirse en un factor de crisis política de la Unión Europea. El euro nació como un acto de orgullo y una afirmación de voluntad colectiva. Desde entonces, y van 22 meses, el patrimonio de los europeos, expresado en dólares, se ha reducido en 30 por ciento, a consecuencia de la pérdida de valor del euro frente a esta moneda. Es comprensible así que confianza y optimismo retrocedan en estas condiciones. Recientes encuestas de opinión indican claramente una pérdida de confianza hacia el euro en la población europea y un aumento de la nostalgia (sobre todo, alemana) en las viejas monedas nacionales.

Entre las explicaciones de la debilidad del euro, hasta ahora se han mencionado tres aspectos: la mayor confianza de los inversionistas sobre las perspectivas a mediano plazo de la economía estadunidense respecto a la europea; el mayor crecimiento económico que, en este año, llevará Estados Unidos a crecer en 5 por ciento frente a 3.5 por ciento de la zona del euro; la escasa fuerza política unitaria que se percibe a sostén de la moneda europea. Difícil saber cuál de estas tres hipótesis sea la que explique una mayor rebanada de realidad.

Pero, si concentramos la atención sobre el último aspecto no son difíciles de imaginar las razones del voto reprobatorio de los mercados: el euro es expresión de un proyecto que aún no define sus estructuras políticas fundamentales. La Unión Europea ha avanzado exitosamente, pero se encuentra ahora en un momento decisivo y complejo de su historia en que sus perspectivas de ampliación se vuelven inaplazables y ponen en estado de tensión todos los equilibrios de poder construidos entre los países miembros. En pocos años la membresía a la Unión podría duplicarse hasta llegar a treinta países, unos más, unos menos. ƑCómo se gobierna una Europa que, ampliándose, refuerza su heterogeneidad y multiplica sus factores internos de complejidad?

Para dentro de un mes y medio, en ocasión de la cumbre europea de Niza, deberán tomarse decisiones sobre la nueva mayoría calificada, sobre las "cooperaciones reforzadas" (que en la jerga del burocratiqués europeo, significa el reconocimiento del derecho de los países miembros a seguir acuerdos más avanzados de integración recíproca sin verse estorbados por la lentitud de los otros), sobre el nuevo sistema de ponderación del voto nacional y sobre la composición de la comisión. Sin considerar el detalle de las nuevas funciones de la comisión como órgano ejecutivo de la Unión.

A menos que se quiera dejar el euro en manos de especuladores, es obvio que necesita instituciones europeas sólidas que den confianza a los inversionistas. Apostar dinero a una empresa de éxito institucionalmente incierto hace parte de una irracionalidad poco difundida en el mundo del dinero.

Así que no debería asombrar que en las próximas semanas, en espera de la Cumbre de Niza, las presiones sobre el euro se fortalezcan a menos que comiencen a mostrarse señas de que un acuerdo global es finalmente viable en el diseño de las nuevas instituciones europeas. Por paradójico que sea, la situación contemporánea es ésta: los mercados hoy exigen que Europa se construya a sí misma para seguir políticas que serán evaluadas después caso por caso. Tal vez los mercados puedan perdonar las estructuras políticas sin ideas, pero las ideas (aunque sean tan brillantes como una moneda común europea) sin estructuras políticas están destinadas a la derrota incluso antes de la batalla. En síntesis, el euro necesita tanto a Europa como Europa al euro. Casi nunca economía y política son universos felizmente independientes.