MARTES 31 DE OCTUBRE DE 2000
Ť José Blanco Ť
Mitos nuestros (y nota bene)
En una explosión social proveniente de los profundos sótanos de unas comunidades superexplotadas, una gran diversidad de mexicanos "se fue a la bola" al despuntar el siglo XX. Halló caudillos y dirigentes e identificó al Estado oligárquico como la fuente de la opresión insultante. No había plan ni concierto para el conjunto de los alzados, pero había enemigo común. A la postre, los ejércitos populares fueron derrotados militar y políticamente, debido a que eran movimientos sociales faltos de visión de Estado como de suyo son los movimientos sociales, pero sus demandas no murieron. Fueron apropiadas por la fracción constitucionalista --que sí poseía visión de Estado-- para evitar nuevos alzamientos en el futuro.
Con todo, los derrotados contribuyeron como nadie a barrer del mapa al Estado oligárquico. La lucha dio experiencias terribles a todos, y también significados y símbolos. Y de los símbolos al mito (la ideología de la Revolución mexicana) no había más que un paso. Muchos contribuyeron a darlo, entre ellos, destacadamente, Luis Cabrera: "la revolución es la revolución"; la mágica sustanciación de todo lo que pasó en "la bola", su conversión en sagaz ánima con vida propia que perseguiría ab aeterno el bien y la felicidad de los desdichados de los siglos.
Ello sería posible, según el mito, porque aquí en la vida terrena había unos esforzados hombres que representarían, defenderían y hablarían en nombre de "la revolución": eran los hombres del Estado. Las masas creyeron en ellos, porque la encarnaban; ellos, poco a poco, traerían el bien a los desdichados, en una lucha constante contra el enemigo: "los empresarios". Las masas aprendieron que los gobernantes eran buenos y los empresarios malos: para la ideología de la revolución, comerciante, banquero e industrial eran sinónimos de bandido. Los gobernantes velarían por las masas y las defenderían de los malos (mientras los promovían).
Cuanto más avanzó el siglo, más el mito se alejó de las realidades sociales. Aun cuando no hay mal que dure cien años, este mito estuvo a punto de cumplirlos. Ahora se halla en franca retirada, aunque aún tiene fervientes creyentes y dizque creyentes que todavía buscan sacarle jugo.
El de la revolución fue un mito en positivo; ahora, desde hace algunos años, desde el flanco izquierdo estamos empeñados en generar otro mito, esta vez en negativo: se llama "neoliberalismo". Este es el enemigo de todas las buenas causas, y sirve para explicar todas las desgracias. Aun la pobreza profunda, que proviene de todos los siglos, sin que nunca hayamos sabido superarla, es "culpa" del "neoliberalismo". El nuevo mito sirve para cerrar los ojos a las complejas realidades del mundo, para ni intentar entenderlas y explicarlas, para no saber si de por medio existe la necesidad que se impone y con la que hay que contar y a partir de ella construir. Sirve para gritar no sé qué seas, pero maldito seas; todo lo que en el mundo es y no me gusta, hoy se llama "neoliberalismo". Sirve, en fin, para retrasar indefinidamente la comprensión de lo existente, y nunca hallar la forma de cambiarlo, mejorarlo, transformarlo.
Nota bene, principalmente para mis eventuales lectores de la UNAM. Durante cerca de tres lustros, con algunas salidas, he trabajado en alguna tarea de la administración central de la universidad, al lado de sus responsables institucionales. En mi trabajo, y también públicamente, principalmente en estas páginas, he mantenido mis propios puntos de vista sobre la institución, su presente y su futuro, y he pugnado por hacerlos prosperar. Durante los últimos cinco años, además, he destinado parte de mi trabajo a estudiar sistemáticamente aspectos que considero centrales para el entendimiento de la historia académica reciente de la institución; algo indispensable para pensar y actuar una transformación profunda que urge a la UNAM. Sin conflicto, la semana pasada he debido renunciar a la Unidad de Estudios Especiales, que coordinaba, después de procesar durante algunas semanas esta decisión.
Mi renuncia dice, entre otras cosas: "Desde hace varias semanas ha habido algunas expresiones (de las autoridades) de nuestra institución, que son orientaciones generales sobre el sentido, el marco o los alcances de la reforma universitaria. Estas expresiones me han convencido plenamente de que las ideas y el proyecto general que yo defiendo como reforma de nuestra institución se hallan alejados de las ideas que, sobre el mismo asunto (las autoridades) han venido formulando. Defenderé, por supuesto, el derecho del rector a impulsar el proyecto en el que cree, como el mejor para nuestra universidad, pero me es igualmente claro que no estoy en condiciones de colaborar y contribuir con el mismo. Me sería imposible de una parte sostener un discurso público como el que permanentemente sostengo, y en la práctica hacer algo distinto".