MARTES 31 DE OCTUBRE DE 2000
Ť Figura controvertida, para el senador el poder era instrumento, no un fin
El ideario de un hombre de la vieja guardia
Ť El político veracruzano conoció a fondo las miserias y grandezas del sistema político mexicano
María Rivera Ť Fernando Gutiérrez Barrios fue un hombre de poder. La mayor parte de su vida estuvo en contacto con él. Colaboró con siete presidentes de la República, conoció de cerca todas las grandezas y miserias del sistema político mexicano. Por eso respetaba al poder, pero también le temía y lo consideraba uno de los enemigos más importantes. Sabía que un auténtico político no debía dejarse seducir por él, por la sensualidad que conlleva, y sólo tenía que considerarlo como instrumento de su tarea política.
Hombre de la vieja guardia, lamentaba la llegada de la nueva clase política a las esferas del gobierno porque, desde su punto de vista, traía consigo más ruido que ideas. "Se ha enfriado la esfera de lo político en función de un modelo de administración uniforme. Ya no importan las ideas sino el ruido. A ver quién hace más ruido parece la divisa de los que creen que la política es una derivación de la mercadotecnia. Hay que recordar la relación de teoría y praxis que había caracterizado a la política como arte, hasta llegar a las formas litúrgicas del poder".
"Para un auténtico político el poder es importante -explicaba al periodista Gregorio Ortega en el libro Fernando Gutiérrez Barrios, diálogos con el hombre, el poder y la política-, pero instrumental (...) es un instrumento importante. Es con el uso del poder como se puede modificar la realidad en el sentido de los ideales, en esa dimensión lo he tenido y lo he apreciado, pero nunca he sentido eso que llaman sensualidad del poder, que, en muchos aspectos, me disgusta".
En algunas de las entrevistas recopiladas en esta obra, posteriores a su "retiro" de 1993, analizó además de los temas coyunturales, la relación entre el poder y la política. "Nunca, cuando es verdadera, la política es el poder por el poder, sino que cumple un compromiso y una exigencia moral". Con pasión defendía su vocación, indicaba que no se podía ser político a ratos o sólo cuando se ejercía un cargo. "Se es político de manera permanente; con las circunstancias a favor o en contra. Es una vocación auténtica y real. Es una forma de destino". Y recordaba: "En política no hay jóvenes y viejos; hay aptos o ineptos, leales o desleales, dignos o indignos, honestos o deshonestos. Nada más".
Responsable de la seguridad nacional durante más de tres décadas -encargado de la política interior de 1988 a 1993- tuvo que responder a algunos de los más importantes movimientos sociales del país. Para algunos queda el recuerdo de la represión. Para otros, la del hombre que tenía puentes con todos los grupos políticos. En ese intermedio que tuvo su carrera política en los noventa, recapitulaba: "Yo he tenido dos normas en mi vida pública: la primera es privilegiar siempre lo que une sobre lo que diferencia o separa. La segunda, cumplir siempre con la palabra empeñada; por ello es importante no prometer nunca lo que no se puede cumplir".
Entre las cualidades que consideraba indispensables para ejercer las responsabilidades de su puesto destacaba: "la prudencia, la serenidad, el equilibrio emocional y evitar la soberbia del poder y la minimización de los conflictos". Y por supuesto, "un estado permanente de alerta y una adecuada información para evitar que se cometan errores".
Gutiérrez Barrios siempre se vio a sí mismo como un hombre leal a los gobernantes en turno. Un hombre de su época. Había nacido a fines de la década de los veinte, cuando empezó el proceso de institucionalización de la Revolución, hecho que le hacía percibir que aun formando parte de la primera esfera del poder, su capacidad de maniobra estaba acotada. "Como parte del gobierno y miembro del gabinete no se puede real ni formalmente ser opositor. Lo que sí se puede hacer es opinar o sugerir". De estos instrumentos se sirvió. Porque su opinión pesaba y sus silencios también. Baste recordar su primera respuesta sobre el espinoso tema de Chiapas, un año después de haber dejado la Secretaría de Gobernación, tras considerar que su presencia en el cargo despertaba "infundadas suspicacias políticas". "En la última conferencia de prensa que tuve como funcionario público, cuatro días antes de mi renuncia, en Culiacán, donde había concurrido como representante presidencial a la toma de posesión del gobernador de Sinaloa, expresé que había logrado preservar el orden constitucional y la paz social en el país". No dijo más. Había pasado la cuenta a Carlos Salinas de Gortari y Patrocinio González Garrido.
Militar de vocación, recordaba que si bien el Ejército debía ser apartidista también tenía que responder a un orden de creencias encarnado en la historia del país. Ante el conflicto de Chiapas defendió el papel institucional del Ejército, pero llamó a la negociación digna. Pedía atención prioritaria a sus peticiones, pero puntualizaba que la negociación debía culminar con la entrega de las armas.
Hombre que creció bajo los ideales de la Revolución, vivía el acercamiento de su partido con el llamado liberalismo social, como una incongruencia. "La crisis ideológica del partido ha provocado una grave crisis de identidad política. Uno de los principales retos del PRI es el de una reafirmación doctrinal. Percibo que en los últimos años ha habido una desorientación en ese sentido, a través de lo que se llamó liberalismo social". Y recordaba que en el PRI se resumía todo el espectro de la revolución mexicana y que debía regresar a esos principios, que él veía como válidos para el México contemporáneo.
En 1999 fue llamado a poner orden en el proceso interno del PRI para seleccionar su candidato a la Presidencia. Señalaba en una entrevista con Beatriz Pagés, directora de la revista Siempre!, que había aceptado ese cargo porque era un desafío para contribuir a la transición política. Advertía que la comisión que encabezaba trataba de romper inercias y transformar mentalidades para permitir que el PRI encabezara el cambio democrático.
En su campaña al Senado volvía a recordar que en política siempre se suma, nunca se resta y menos se divide. Su partido no lo escuchó: no sólo no sumó, sino que restó y se dio el lujo de dividirse. A Gutiérrez Barrios le tocó verlo caer.