MARTES 31 DE OCTUBRE DE 2000
Ť CLASE POLITICA
Miguel Angel Rivera Ť Una airosa tarde en que se realizaron unos accidentados ejercicios militares en una zona semidesértica de Oaxaca, el polvo cubría todo, hombres, máquinas de guerra, vehículos, y el aire descomponía lo mismo ropas de militares que de civiles. Pero en medio del vendaval, una figura se mantenía erguida en lo alto de una colina, imperturbable, como si el viento lo respetara. Podría jurar que sus bien boleados zapatos brillaban, y que ninguno de sus cabellos había salido de su sitio.
A pesar de que se mantenía alejado del resto de la comitiva que acompañó al entonces presidente José López Portillo, y no obstante que su imagen prácticamente no aparecía en los medios de comunicación, no fue difícil determinar que se trataba de Don Fer, como se le llamaba coloquialmente a Fernando Gutiérrez Barrios, fallecido ayer en la madrugada.
Años después, en la madrugada del 18 al 19 de agosto de 1991, tuve la oportunidad de presenciar uno de los pocos momentos en que perdió la serenidad. Se veía desvelado, despeinado, pero sobre todo disgustado.
Como secretario de Gobernación, presidía el recién nacido Instituto Federal Electoral (IFE) que había prometido avances de los resultados de las votaciones antes de la medianoche, pero a las tres de la madrugada todavía no tenía nada que informar. El director general del instituto, Emilio Chuayffet Chemor, leía lo más lentamente posible, para dar tiempo a que llegaran más datos.
Tiempo después circuló la versión de que la demora se debía a que el poderoso jefe del desaparecido DDF, Manuel Camacho Solís, había exigido revisar todos los datos de la capital del país antes de comunicarlos al IFE. Con la memoria fresca de la "caída" del sistema en 1988 era impensable dar información sin incluir los resultados de la ciudad de México.
Don Fer se preciaba de cumplir su palabra. Una demora de esa dimensión le resultaba intolerable. Seguramente tuvo momentos tanto o más difíciles, pero tal vez nunca lo había reflejado en público como esa noche de elecciones.
Su desazón se acentuaba porque seguramente había incubado la esperanza de llegar a la Presidencia de la República. Estaba en una antesala, la Secretaría de Gobernación, pero no pertenecía al círculo cercano del entonces presidente Carlos Salinas de Gortari.
Poco después renunció y anunció que abandonaba la actividad pública. Esta vez no cumplió su palabra porque, primero, aceptó presidir la comisión partidista que "vigiló" el proceso interno del Revolucionario Institucional para elegir a su candidato presidencial, y luego llegó al Senado por la vía plurinominal.
La imagen de Gutiérrez Barrios iba de lo más luminoso al negro profundo. Para los partidarios del sistema político mexicano fue uno de los pilares básicos. Para muchos en la oposición, personificó lo más negativo: la represión, la tortura y el crimen de Estado. Calificado de superpolicía, no se salvó de ser víctima de la inseguridad reinante en el país, al sufrir un secuestro nunca bien aclarado.
Su imagen frente a un amplio sector de la izquierda mexicana difiere radicalmente del hecho de ser considerado un héroe de la Revolución Cubana que encabezaron los hermanos Fidel y Raúl Castro, así como Ernesto Che Guevara, a quienes puso fuera del alcance de los servicios de inteligencia del dictador Fulgencio Batista, además de que les devolvió íntegro el dinero con el cual financiaron su expedición revolucionaria.
Descanse en paz, Don Fer.