LUNES 30 DE OCTUBRE DE 2000

Ť Corrida inaugural con 8 mansos de Rancho Seco, Martínez y Gómez


Primera estafa de la grande: Andy lidia un toro no reseñado

Ť Juan Bautista confirmó alternativa Ť Pizarro y Mora, nulos Ť No se llenó la México

Lumbrera Chico Ť Cuando el rejoneador Andy Cartagena fracasó con el primero de la tarde, Bebeto, de la ganadería de Manolo Martínez, Rafael Herrerías tomó una decisión. Como el segundo del torero ecuestre era también del hierro de Martínez, el "empresario" ordenó que le aserraran los pitones a Casi Cien, primera reserva del encierro, perteneciente a la vacada de Teófilo Gómez. Y para taparle el ojo al macho, burlarse de la autoridad y del reglamento, ordenó al pintor de toriles que alterara la pizarra de Casi Cien, para que ésta saltara a la arena de la Plaza México rebautizado como Beto, cometiendo así la primera estafa de la temporada grande 2000-2001 que se inauguró ayer.

Ante algo más de media entrada, con ocho mansos de tres ganaderías distintas, con un cartel mixto, compuesto por dos mediocres matadores mexicanos que envejecieron antes de cumplir los 30 años, y dos lidiadores foráneos, un frío ex novillero francés y un caballista español, la primera corrida de la serie transcurrió entre bostezos.

Cartagena, que hasta el año pasado actuaba en los cosos de Europa y Sudamérica como El rápido de Cartagena, tuvo un debut gris, no por falta de ganas o méritos, al vérselas con Bebeto, de 484 toros-6-jpg kilos, oriundo de la dehesa de Martínez que regentea el propio Herrerías. Dada la sosa presencia del animal, el rejoneador salió a tratar de lucir la buena doma de sus tordillos -Brujo, Guitarra y Brasil-, y si comenzó clavando un primer rejón de castigo casi en el anca del novillo, después logró crecerse e intentar con éxito la suerte del violín con la banderilla larga, así como un par a dos manos, antes de colgar tres rosas, una verde, una blanca y una roja, para después pinchar dos veces con el rejón de muerte y abreviar el asunto por medio de un bajonazo. ƑEste es el alter ego de Pablo Hermoso?, decíanse los espectadores mientras las mulillas arrastraban las carnes de Bebeto.

Tercia de nadies

Imagínese qué arranque de temporada: Federico Pizarro, Jorge Mora y Jean Baptiste, que sin embargo firma como Juan Bautista, un joven rubio y seco, nacido en el sur de Francia, donde la afición taurina está al alza, y que, para confirmar su alternativa, se vistió ayer de tabaco y oro y muy cerca de las tablas ejecutó un quite de verónicas de hinojos con la dócil colaboración de Jabato, de Rancho Seco, de supuestos 485 kilos, que tomó la primera vara sin recargar, salió escupido del caballo, se desplomó en la arena, se levantó de nuevo y se convirtió en estatua.

Pizarro, su padrino de confirmación -imagínese qué padrino-, estuvo ante Apostador, de 508, y Trovador, de 497, tan inexpresivo con el capote y la muleta como cuando le entregó los simbólicos trastos a su ahijado francés. Por lo contrario, el tercer espada de a pie, Mora, derrochó elocuencia pero sólo para mostrar sus incapacidades, lo mismo ante Cartujo, un pavo feo, gordo y paralítico de 565, que después ante Hortelano, de 495, que brindó a Joaquín López Dóriga y mató de pinchazo y media.

Con el último del festejo, Capellán, de 516, el más potable de los ocho, Juan Bautista sacó el oficio y estructuró una faena derechista con la franela, que luego desdibujó con dos pinchazos y una estocada contraria y caída.

El minuto feliz de Víctor Martínez

De pronto la plaza vibró hasta los cimientos. En la arena estaba Casi Cien, el torete que Herrerías rebautizó como Beto. El bicho resultó el peor del encierro: manso, feo, rajado, burriciego, deprimido incluso. El rejoneador había regresado al patio de caballos en busca de otro equino, y el sobresaliente Víctor Martínez, que para eso había ido a la México, o sea para jugarse la vida como un bravo, se echó el capote a la espalda y a la mitad de una serie de dramáticas gaoneras fue empitonado y zangoloteado en el aire sobre el testuz de la res.

Ya se apresuraba el muchacho a recoger el percal para culminar el quite y lavar la honra cuando el caballista retornó a la arena y le ordenó que se tapara. Sin embargo, el aspirante le pidió que lo dejara rematar la serie y al aceptar la propuesta, el jinete se echó al público a la bolsa, mientras el novillero reanudaba y remataba las gaoneras con la gente ovacionándolo de pie. Y entonces sí comenzó la fiesta.

Cartagena se fue hasta el otro lado de la circunferencia, se arrancó a todo galope en dirección del toro, quebró el caballo en la cara del bovino y clavó con destreza y emotividad. Volvió a remontarse a las lejanías, repitió la suerte, provocó la embestida de Beto y ahora lo clavó al violín. La cosa habría culminado con las orejas del mansísimo en manos del rejoneador, pero tardó mucho el rejón de muerte, falló dos veces el puntillero, vinieron 12 infructuosos golpes de descabello y le sonaron dos avisos.