LUNES 30 DE OCTUBRE DE 2000
Ť José Cueli Ť
Corren los caballitos
Corren los caballitos... y uno de ellos relinchó con una fuerza que hizo estremecerse la Plaza México. Dio unos saltitos increíbles y los olés comenzaron a zumbar en los oídos del rejoneador español Andy Cartagena y, švenga a galopar! En galopes rápidos combinados con giros por delante de la cara del torillo, que nos hicieron temer rodara por el ruedo, turbado por el vértigo del coso. Pero no, todo era parte del cirquito. El corcel seguía sin detenerse, feliz de la vida, y los nuevos aficionados encantados.
Por su puesto que de encelar y dominar para reunir y rematar las suertes, švamos!, lo que se llama torear, nada. En cambio de correr y correr y ver girar la plaza en un caleidoscopio de colores como exhalación, todo. En sus fantásticas carreras, Andy hasta el ruido de los cascos perdía. ƑCuánto tiempo corrió, galopó, sin saber por dónde, sin rumbo fijo? Lo importante era sentir silbar el viento invernal mexicano en sus oídos, mezclado con los oles típicos de nuestro público. El caballo corría sobre la arena arrojando chispas, queriendo seguirse por las barreras, atravesar los tendidos, llegar a las nubes y contemplar la neblunesca ciudad, encaramado en el fondo de una sombra; mas eso de encelar, templar, mandar, torear, no era lo suyo, ni lo de su jinete, que chavo aún le gustaba más eso de "corren y corren los caballitos...".
Después aparecieron los de a pie y la cosa no mejoró, empeoró, pues además de no torear, carecían de la contagiosa alegría olímpica de Andy y, para rematarla, los de Rancho Seco salieron secos con excepción del último de la corrida, desaprovechado por el diestro francés Juan Bautista, que confirmó alternativa.
Nada más que después de una estocada en lo alto, el ridículo puntillero levantó al torillo, y Andy fue incapaz de descabellarlo, volviéndolo taco de moronga. El burel se debió haber ido vivo al corral šel gozo se fue al pozo! Más el juez se la perdonó y los neoaficionados también, aplaudiéndolo con fuerza. No sólo eso, al salir de la plaza, la chaviza que hizo media entrada, corría y corría y se manoteaba la culera para correr más y más aceleradamente a sus carros, a los que confundían con caballos, después de tres horas y media de festejo.