LUNES 30 DE OCTUBRE DE 2000
Ť En Soul recorrió corrientes y expresiones representativas de la región
Joaquín Cortés, la fuerza del baile hispano
Colombia Moya Ť Joaquín Cortés, gigante. A las siete en punto, la hora convocada, como si fuese un grito de guerra, tres voces de mujeres gitanas estrujaron de golpazo las entrañas de los 10 mil espectadores que asistieron el sábado al Auditorio Nacional para ver Soul. Estupefactos, los asistentes guardaron silencio. Aquella noche fue de pasión flamenca; de raza y de sangre gitana.
Recortao en negro, con el pelo atado a la nuca, Joaquín Cortés demostró al público mexicano por qué le dicen ''fenómeno, revolucionario del flamenco, diva, estrella, extraordinario...''. Como él, pocos.
De imponente personalidad, comenzó con un martinete. Cortés viajó por las diversas corrientes de la danza, con su personal versión del baile y la música.
Con su conjunto de músicos, bailarinas y cantaoras, Joaquín Cortés hizo sentir a los mexicanos el profundo torrente de nuestras raíces por medio de un recorrido prodigioso por los tiempos y las culturas. Fue una síntesis, moderna y actual, preñada de futuros sin barreras que apeló al sentimiento de latinidad; su actuación despertó una especie de orgullo por ser, por pertenecer a Latinoamérica, cuyas prodigiosas raíces culturales, ni con cinco ni seis ni cien siglos de opresión y penurias de nuestros pueblos podrán ser borradas, porque bullen en el fondo de los huesos, en las entrañas palpitantes, vibrantes de emoción. Joaquín Cortés no sólo rescata, mezcla con sus músicos Jesús Bola, Diego Carrasco y Juan parrilla. Hace de todo. Es una erupción africana, árabe, flamenca, gitana, cubana... todo lo que algo nos dice de nosotros.
El empleo de los recursos escénicos, los diseños de Giorgio Armani, dibujando exquisitamente los cuerpos de las bellas bailarinas enfundadas en unos trajes de corte perfecto, con matices y colores exactos, fueron mostrando el rostro de una nueva España, de corazón enorme. Mil ojos y oídos volcándose en el braceo culebreante característico del baile español o en los movimientos, saltos y giros de la danza contemporánea, perfectamente nacionalizada como española y con pasaporte universal.
Emergió la fiesta gitana
Impredecible, Cortés de pronto apareció por el pasillo de la luneta, con el torso desnudo y una enorme falda de olanes de unos diez metros de largo, mientras en una especie de realentando, pausadamente avanzó hasta el escenario a fin de, como él dice, mostrar un poco de su alma íntima. En ello, ora escultura, ora ave nostálgica y melancólica, el hombre se envolvía en la enorme cola o se reclinaba sobre ella en el suelo con leves braceos y movimientos que sugirieron a los cisnes tristes y mortuorios, tal vez en la menos afortunada expresión de sí mismo y del contexto general del espectáculo.
Luego, ya en el vértigo de las bulerías, este artista excepcional hizo lo que le dio la gana y volteó al público al revés. A cada secuencia se paraba al borde del proscenio y parecía decir ''šala, allá va eso, pa' que se lo coman!". Con ademanes desafiantes y sonrisa conquistadora, recibía la ovación y gritos del público que ya parecía enloquecido. Después hizo tertulia flamenca y sacó y movió a sus cantantes y músicos; los hizo improvisar bailando flamenco, y, šala, ala, ala!, la gente parecía estar ahí dentro.
Fiesta gitana. La gente bullía, y cuando ya parecía terminar la función a una hora cuarenta de empezada, de pronto toda aquella gente apareció vestida de blanco y el hombre nos regaló la extraordinaria fusión en La Habana vieja, arrasando con el guaguancó o rumba columbia y tambores mozarabes, con aquellas cajas y cueros que sus percusionistas tocaban como dioses. Así, de blanco y en el corazón de La Habana y América Latina, éste bailarín, artista prodigioso, después de casi dos horas de espectáculo de primer mundo, en el que todos fueron talentosís imos, se despidieron del público de esa noche para dejarnos el incomparable sabor y satisfacción que la buena danza y mejor música, en manos del talento, el valor y la inmensa sensibilidad que un gran artista puede conjugar.