LUNES 30 DE OCTUBRE DE 2000
Ť James Petras Ť
Israel, los cabildeos locales y las elecciones en EU
Con las elecciones en Estados Unidos afloran muy frecuentemente los peores aspectos de los políticos, sobre todo cuando hay algún asunto de política exterior que afecta a una minoría religiosa o étnica poderosa.
Por ejemplo, en el conflicto actual entre palestinos y judíos, los dos candidatos presidenciales más importantes -Bush y Gore- han expresado su respaldo al gobierno israelí pese a que han muerto más de 125 palestinos y miles tienen serias heridas de bala. Compárese esto contra seis bajas israelíes y algunas decenas de heridos por las piedras lanzadas por los palestinos.
Los tanques y los helicópteros artillados israelíes atacan los asentamientos civiles y los soldados israelíes tienen bloqueado todo el abastecimiento de comida y de otros artículos vitales, y no obstante Gore y Bush continúan su danza amorosa como los dirigentes políticos israelíes. La razón fundamental es que los judíos israelíes y sus organizaciones proporcionan millones de dólares en fondos de campaña (casi todos a los demócratas) y tienen influencia significativa en los medios de comunicación masiva, en la Casa Blanca y entre los líderes de opinión. En otras palabras, no se trata del "voto judío" -un escaso 5 por ciento a escala nacional y menos de 20 por ciento en Nueva York- sino del poder político y económico judío alineado con Israel, lo que explica que los dos principales candidatos presidenciales estén renuentes a condenar las masacres de palestinos perpetradas por los israelíes, y que los medios de comunicación sean tan sesgados y vocingleros en favor del gobierno israelí.
En menor escala, ocurre un proceso semejante en torno a Cuba: ambos candidatos compiten en demostrar quién de los dos es el mayor enemigo de la revolución cubana y quién el más amigo de los exiliados. En ambos casos -el de Israel y el de los exiliados cubanos- los candidatos presidenciales ignoran intereses económicos estratégicos: el petróleo árabe en el Medio Oriente y los dos mil millones de dólares del mercado cubano. Es decir, la política exterior la determinan minorías internas, con muchos fondos, que tiene cogidos por el cuello a los políticos, en particular durante las elecciones.
Cuando no existen minorías étnicas poderosas económicamente, los candidatos presidenciales importantes pueden ignorar las preocupaciones de sus ciudadanos. Por ejemplo, muchos colombianos y varios grupos de activistas de derechos humanos en Estados Unidos están consternados por los efectos destructivos del Plan Colombia y por la masiva intervención militar estadunidense. Sin embargo, ninguno de los candidatos importantes se molesta siquiera en encarar el punto, excepto de manera indirecta para expresar su apoyo a la "guerra antidrogas". Y no importa que docenas de colombianos sean asesinados cada semana por los grupos paramilitares y militares: ni Gore ni Bush expresan la indignación que no dejan de mostrar contra Arafat o Castro. Los colombianos y los grupos de derechos humanos no tienen el poder financiero o la influencia en los medios que tienen los judíos o los exiliados cubanos.
Otro ejemplo semejante de desprecio político hacia las minorías étnicas es evidente en el caso del genocidio de los armenios a manos de los turcos. Una plataforma armenia-estadunidense ha intentado asegurar el reconocimiento del Congreso en torno al asesinato turco de dos millones de armenios. La Casa Blanca dio el albazo bloqueando la legislación, debido a los vínculos estratégicos de Washington con los militares turcos. Los medios de comunicación estadunidenses continúan citando o noteando el genocidio, pero aceptan el punto de vista del Estado turco que lo minimiza llamándole "problemático". Cualquier presidente de Estados Unidos en circunstancias similares que cuestionara la autenticidad del Holocausto judío no duraría ni cinco minutos en la Casa Blanca, y es completamente inimaginable que algún medio de comunicación negara el genocidio perpetrado contra los judíos.
En otras palabras, durante las campañas electorales estadunidenses las minorías étnico-religiosas poderosas (como los judíos o los exiliados cubanos) pueden determinar el programa y la posición de los partidos principales pasando por encima de los deseos del resto de los votantes y de otros actores económicos interesados. En el caso de minorías étnicas menos poderosas económicamente, como los colombianos o los armenios, los candidatos presidenciales basan sus políticas en los intereses militares y económicos estratégicos de Estados Unidos: la tradicional búsqueda de una hegemonía global o regional.
Las minorías etnorreligiosas imponen un alto grado de rigidez y extremismo a la política exterior estadunidense. En el Oriente Medio, el cabildeo judío le impone límites muy estrechos a lo que el presidente estadunidense pueda decir o hacer. En primera instancia, los candidatos presidenciales deben otorgar apoyo incondicional y una ayuda de dos mil millones de dólares a Israel. Después de cumplidas estas condiciones, Washington puede entonces discutir con aquellos dirigentes árabes deseosos de aceptar el principal alegato de Washington. En el Caribe, los candidatos presidenciales deben primero jurar alianza con los exiliados cubanos y después discutir su política hacia Cuba.
En Asia, no existiendo minorías étnico-religiosas tan poderosas, Washington puede ejercer una flexibilidad mayor en la definición de sus políticas. No hay una plataforma de cabildeo coreana, china o vietnamita -comparable con la plataforma israelí- que pueda bloquear las negociaciones o las relaciones de Washington con Corea del Norte, Vietnam o China. Emergen entonces dos lecciones básicas de nuestra discusión en torno a la política exterior estadunidense.
Primero: la política exterior estadunidense es moldeada por las corporaciones multinacionales y por los imperativos militares que impulsan una hegemonía global y más mercados económicos excepto cuando esta hegemonía entra en conflicto con minorías internas bien organizadas y poderosas financieramente. En este caso son éstas las que determinarán la política estadunidense de acuerdo con su propio programa etnorreligioso.
Segundo: las campañas electorales entre los candidatos principales son muy vulnerables al financiamiento estratégico de grupos étnico-religiosos bien situados (en los medios de comunicación y en los círculos financieros), sobre todo cuando estas minorías influyentes mantienen fuertes compromisos con un régimen en el extranjero. Mientras los votantes estadunidenses se preocupan en especial por los asuntos internos y se involucran sólo marginalmente en asuntos de política exterior (excepto en periodos de guerra cuando se trata de bajas estadunidenses), las minorías etnorreligiosas, con dinero, organización y una fanática obsesión por una causa "única", pueden ser la fuerza principal en delinear áreas específicas de la política exterior.
El peligro es, por supuesto, que una minoría fanática interna, sesgada en su respaldo a un régimen extremista -como es el caso de los judíos estadunidenses hacia Israel- pueda conducir a una confrontación que afecte el petróleo del Oriente Medio, lo que seguramente afectará la economía y los estándares de vida estadunidenses. Si esto ocurre, la plataforma proisraelí atraerá sobre sí la ira del público en Estados Unidos, algo que las masacres de palestinos en Tel Aviv no ha disparado.