La Jornada Semanal, 29 de octubre del 2000  
(h)ojeadas
 
Historia de la transición interminable
Eduardo A. Bohórquez
César Cansino,
La transición mexicana, 1997-2000,
CEPCOM,
México, 2000.

Alonso Lujambio (con la colaboración
de Horacio Vives),
El poder compartido. Un ensayo sobre
la democratización mexicana,
Océano,
México, 2000.

 

Nos vimos el dos de julio. Al encuentro acudieron ciudadanos, autoridades y partidos políticos. La fiesta de los votos terminó temprano por la noche, a eso de las 11:30. Surgieron los nuevos aliados, las campañas de júbilo en la prensa internacional, las muchas felicitaciones. Pero a decir de los académicos de la transición, de los estudiosos que pasaron la década anterior dibujando mapas generales, guías para principiantes o sesudos documentos de trabajo sobre el tema, la cuestión sigue siendo cuándo empezamos a vivir el cambio prometido por izquierdas y derechas, por candidatos sin partido y partidos sin candidato: cuándo termina el antiguo régimen y cuándo empezó (o empezará) la tan aludida democracia mexicana.

Desde trincheras y ropajes académicos distintos, César Cansino y Alonso Lujambio publican este año dos de los muchos materiales para entender el cómo y el cuándo de la transición política en México. Cansino, profesor de ciencia política y editor de Metapolítica, argumenta en contra de una transición satisfactoria a la democracia: “a seis años de distancia [de los comicios de 1994…] no se puede asegurar todavía que la liberalización política se haya diluido en algo distinto o haya cedido su lugar a una auténtica democratización”. Por su parte, Alonso Lujambio, académico de origen y actual consejero electoral federal, presenta una imagen nítida de un cambio en marcha y muy avanzado. Un cambio caracterizado por la presencia de “elecciones cada vez más limpias y poder crecientemente compartido entre partidos políticos”, un cambio definido por la llegada de las asambleas sin mayorías calificadas y la creciente democracia estatal y municipal.

Los argumentos: liberalización
política y democracia pluralista

Liberalización política versus democracia pluralista. La diferencia entre ambas coordenadas políticas no es menor. A partir de estos conceptos pueden dibujarse los límites históricos de la transición política mexicana. Por ello, mientras Cansino concentra su capacidad analítica en los faltantes de la transición democrática, en particular la alternancia partidista, Lujambio se esfuerza por demostrar los cambios que permitían hablar, incluso antes de la elección presidencial, de una transición fundamentada en una serie de reformas institucionales para conseguir elecciones legales, transparentes y equitativas. Por las mismas razones conceptuales, para Cansino la democratización se mide en términos de la alternancia presidencial, en tanto que para Lujambio la democratización se mide en términos de los niveles de competencia electoral.

En su recuento de la transición mexicana, Cansino reconoce un importante avance en la liberalización política del país (una estrategia adaptativa) pero encuentra pocos elementos para confirmar la democratización de las estructuras políticas (una estrategia negociada). En su opinión, la liberalización política ocurrida en los últimos veinticinco años muestra la capacidad de un régimen autoritario para flexibilizarse, pero no el arribo a una democracia pluralista. “A lo sumo –escribía Cansino antes de la elección presidencial–, estamos en presencia de un régimen transitorio que conserva buena parte de las inercias autoritarias del pasado y ha debido generar nuevas condiciones de participación y competencia para ganar tiempo antes de sucumbir.” Con ello, concluye, la ambigüedad del régimen queda en evidencia al mantener elecciones “correctas y transparentes” y prácticas tradicionales como el clientelismo incontrolado, los gastos excesivos de campaña, la utilización indiscriminada de los recursos del Estado a favor del partido oficial, la corrupción a gran escala y la coacción del voto.

En contraste, Alonso Lujambio presta una mayor atención a los componentes menos espectaculares de una transición democrática: la alternancia en estados y municipios y, en general, la existencia de congresos opositores. En un recuento de los últimos veinte años de resultados electorales, Lujambio advierte que, hacia mayo de 1999, 46.46% de la población de dos mil 419 municipios del país era gobernada ya por un partido diferente al pri (en contraste con el 1.62% de 1988), mientras que nueve gobernadores y un jefe de gobierno pertenecientes a partidos diferentes al pri gobernaban al 32.5% de la población. El recuento no termina ahí. De acuerdo con el autor de El poder compartido, para mayo de 1999, en sólo dos de las treinta y cuatro asambleas del país el pri contaba con mayoría calificada (Nayarit y Puebla), lo que significa que sólo en estos dos casos ese partido sumaba más del 66% del quórum y con ello detentaba la posibilidad de tomar las decisiones sin negociar con otras fuerzas políticas. Dos meses después, apunta en una nota al pie el editor del libro, el pri habría perdido la mayoría absoluta en Nayarit. Para el verano de 1999, una sola entidad disfrutaba de un congreso con mayoría calificada.

Calidad de la vida democrática

Las diferencias en las interpretaciones de Cansino y Lujambio recuperan un catálogo de preguntas, frecuentes entre los llamados “transitólogos”, sobre cómo evaluar, con el mayor rigor posible, el avance de las prácticas democráticas. La primera y más aguda diferencia sigue siendo la naturaleza de la democracia. Así, aunque existe cierto consenso en señalar que las democracias políticas son formas de gobierno que asimilan la pluralidad de opiniones e ideologías mediante un esquema de competencia abierta, donde todas las opciones políticas tienen las mismas oportunidades para competir y ganar en una elección, el acento difiere entre procedimientos y resultados. De esta forma, lo que para algunos autores es una democracia emergente (una forma de gobierno que permite que voces distintas sean escuchadas, ciertos consensos se alcancen y las mayorías decidan qué opciones prefieren), para otros puede ser un régimen político autoritario y ambiguo, que se concentra en la vida electoral y que se olvida de los resultados gubernamentales (dado que junto a elecciones legales subsisten relaciones clientelares, de compra y coacción de voto, o incluso, de corrupción a gran escala). Lo que para Lujambio es un cambio en marcha desde hace más de una década, para Cansino es un régimen autoritario en proceso de liberalización política.

Aunque dichas posiciones no son excluyentes, la dificultad de encontrar un consenso sobre el fin de una transición democrática es consecuencia directa. La razón es simple. Si asumimos que la democracia es sobre todo un conjunto de mecanismos para elegir entre opciones múltiples, la transición democrática mexicana habría alcanzado, independientemente del resultado electoral del 2 de julio, un nivel satisfactorio. Por el contrario, si el acento está en qué fuerzas políticas ganan una elección, o en la existencia de prácticas autoritarias en regímenes donde la alternancia política ya se ha dado, la democracia será difícilmente reconocida aun cuando los procedimientos sean legales y efectivos.

En ese sentido, y siguiendo el razonamiento de Adam Przeworski, autor de Democracia y mercado, Alonso Lujambio afirma que “la práctica electoral mexicana de la posrevolución no generaba certeza procedimental e incertidumbre en los resultados, sino incertidumbre procedimental y certeza respecto a los resultados”. Durante muchos años los mecanismos que ordenaron la forma en que los electores ubicaban y seleccionaban opciones electorales fueron distorsionados: las condiciones de la competencia evitaban que los electores conocieran las distintas opciones y la mera posibilidad de fraude impedía que los procedimientos para elegir entre éstas fueran efectivos. La consecuencia analítica es clara: la democratización supone invertir la ecuación de Przeworski, incrementando la certeza en los procedimientos y ampliando la incertidumbre sobre el resultado final. Según Lujambio, “la calidad democrática del ejercicio electoral no se define en función de quién gana o quién pierde, sino en función de su legalidad, de su transparencia y equidad”. Así, bajo condiciones esencialmente similares, los partidos tienen posibilidad de presentar sus ofertas políticas y los electores de escoger entre éstas las que a su juicio más les convencen.

Pero este argumento es desdeñado por quienes consideran que la democratización de México incluye, por un lado, el resultado final, y por el otro, las condiciones generales del régimen, que pueden afectar la intención de voto. Es entre estos analistas donde el resultado del 2 de julio pasado genera mayor desconcierto, pues aun bajo condiciones que podrían calificarse como “ambiguas” o propias del “antiguo régimen”, la alternancia electoral se hizo presente. En contraste con lo señalado por el propio Cansino, la elección de 2 de julio muestra que el uso indiscriminado de recursos de un partido oficial puede no ser elemento suficiente para alterar, bajo reglas claras y de buen diseño, el resultado final de una elección.

Agenda y pendientes de la
transición interminable

En medio del inevitable debate sobre la normalidad democrática (y lo que esto conlleva), Cansino y Lujambio dejan claro lo que el elector promedio ha confirmado ya: la democracia no es la panacea para los gobernados. En realidad, extendiendo el argumento electoral de Lujambio, la democracia mexicana puede empezar a llamarse así porque ha conseguido sujetar la mayoría de los intereses políticos a la competencia y a la institucionalización de la incertidumbre. Pese a los pronósticos de las encuestas de opinión y las prácticas autoritarias de quienes se educaron en un sistema político distinto, la sociedad mexicana ha desarrollado una capacidad para juzgar las opciones que se le presentan. Es cierto que la racionalidad del voto puede ser diferente a la de los expertos, mas no deja de ser una forma calculada, racional, de elegir a sus representantes.

Pero la incertidumbre del resultado electoral no ha de ser la incertidumbre sobre el buen gobierno. En eso radica la fuerza de la democracia. Debajo de pactos tácitos o acuerdos entre las élites, la democracia está fundamentada en la posibilidad de asignar un costo político–la derrota electoral– a quienes no están a la altura de sus promesas de campaña. Tanto la democracia en el sentido de Lujambio como la liberalización política en el de Cansino, apuntan a romper el monopolio de la discusión de los problemas sociales y sus soluciones. Es ahí donde se encuentra el mayor dilema. Al dar por concluida la transición democrática en lo general, los partidos políticos y muchos de los expertos que la dirigían o explicaban, tendrán que participar en nuevas discusiones sobre las formas en las que la democracia sirve al buen gobierno. Como señala Lujambio hacia el final de su texto: “El carácter gradual del cambio democrático en México […] ha tenido un defecto, y en ese rubro nuestro balance político sí es deficitario, y mucho: los partidos políticos han discutido durante demasiados años, y a rabiar, asuntos de política, y muy poco de políticas públicas. Demasiado debate sobre cómo debe accederse al poder, y muy precario debate sobre qué hacer con el poder que se tiene.” La agenda de la democracia tendrá que convertirse en la agenda del buen gobierno. Cada día más, los estudios de la transición democrática o la liberalización política serán documentos que cubran largos periodos de nuestro pasado y ya no, esperemos, de nuestros variados futuros •

 
 


n o v e l a
Demonio decimonónico
Pablo Ortiz Águila
Juan Díaz Covarrubias,
El diablo en México,
Conaculta,
México, 2000.
Ubiquémonos primero que nada en la segunda parte del siglo XIX. El diablo en México es una breve novela escrita por un escritor jalapeño muy joven, pasante de medicina y muerto a los veintidós años en los fusilamientos de Tacubaya el 11 de abril de 1859 durante la guerra de Reforma.

El diablo en México es un retrato preciso de la novela romántica y de costumbres del siglo XIX. El lector encontrará, por lo tanto, una historia de amor para nada equiparable a las historias de amor que se pueden escribir en el año dos mil. Narrada con un estilo de sencillo romanticismo e ingenua ironía, el joven autor cuenta la historia del desencuentro amoroso de la primera juventud, siendo éste la revelación y el desenlace principal de la obra.

A través de sus breves páginas, el autor conduce su obra con la tierna fineza de un lenguaje al que hoy por hoy podríamos calificar de arcaico, y mediante esa pluma encontramos los escenarios, así como las características más representativas de la aristocracia y la burguesía católica de aquella época: la delicadeza del habla, de las vestimentas, las peculiares misas –tan propicias para el encuentro fortuito de dos pares de ojos en busca del candor amoroso y dulce–, los paseos a San Ángel y la fachada de sus campos y fuentes, los paisajes de un México que cuesta trabajo imaginarse, los bailes y su hipocresía, los deseos de algunas madres por “bien casar” a sus hijas, etcétera.

El diablo está siempre presente en cada uno de los capítulos de la novela, escrita para jóvenes intrépidos. Pero el diablo no es sino lo fortuito, es el destino de los amores que son víctimas y verdugos al mismo tiempo, dirige el destino y los sueños, es el causante del enredo y el desencuentro amoroso; es, por consiguiente, quien dicta al autor el destino de los acontecimientos.

A pesar de ser una novela de personajes arquetípicos en una sociedad moralina, se puede encontrar una suavizada crítica al positivismo de la época, a lo falso que era el comportamiento de la alta sociedad, así como el rechazo tan característico que los trágicos escritores románticos oponían a los convencionalismos sociales.

Una lectura no del todo desfasada de nuestros tiempos, por lo interesante que puede resultar la comparación de sociedades: la de ese pasado y la de este presente con su enorme riesgo de retroceso profesado por grupos conservadores y derechistas por todos conocidos.

Antes de su prematura ejecución, Juan Díaz Covarrubias había escrito y publicado versos: Páginas del corazón, relatos: Impresiones y sentimientos, y novelas: La sensitiva, Gil Gómez, El Insurgente y La clase media, mismas que aparecieron el mismo año en que murió.

El diablo en México se incluyó en las Obras completas del autor, y es una obra con tintes autobiográficos •

 

 


a n t o l o g í a
“Siempre hay un fuego que se enciende en Madrid...”
Adriana Villamizar

Rosa Regás, Francisco Ayala,
Juan Luis Cebrián, et al.,
De Madrid... al cielo,
Muchnik Editories,
España, 2000.

A mitad de camino entre el infierno y el cielo,
yo me bajo en Atocha, yo me quedo en Madrid...
Joaquín Sabina
 

Este libro reúne diecisiete cuentos sobre la ciudad que Rafael Alberti llamó “la capital de la gloria”. Rosa Regás, la autora de la novela Luna lunera muestra esa “Madrid movediza, volátil y contradictoria por su mestizaje”, que se da a conocer poéticamente a través de autores ligados de una otra forma a la ciudad.

“Sin temor a que nadie se los discuta”, como dice en la introducción de Francisco Ayala, candidato al Premio Nobel en 1996, cada autor de estas narraciones “encuentra el lugar adecuado para una acción original” en calles como Clavel y plazas como la de los Delfines, que comienzan a caminarse aunque no se conozcan; la prisa es por mirar en contrapicada la gran Puerta de Alcalá y asombrarse con las Cibeles, así sea porque sólo permanecen en el recuerdo por ese último largometraje de Pedro Almodóvar, o por el amenazante titular de prensa de la última escalada terrorista de la ETA.

Se siente la brisa de las tardes de otoño en los cafecitos o en el museo del Prado, como es el caso de “Madrid, otoño, sábado”; una historia de encuentros, desencuentros y aventuras de dos mujeres que advierten que en Madrid “si uno logra pasar el crepúsculo podrá sobrevivir toda la noche”. Con estas frases de Josefina Aldecoa, autora de la novela Mujeres de negro, quien fue finalista del Premio Nacional de Novela, se da paso a lo que se espera de una buena antología.

“1974”, del novelista y periodista Juan Luis Cebrián, presenta la contracara en el relato de Juanito, un hombre totalmente preocupado por la salud de Franco porque hace parte del Movimiento junto a don José y lo que más le angustia es perder su piso y con ello la estabilidad, ese orden con el que está muy de acuerdo.

“No sé qué fue del tiempo” es una historia apasionante sobre la obsesión del narrador por los enanos, a tal punto que llega a decir: “Y, tras ella, tras la enana a la que también seguían, estaban los dos ojos como huracanes de los que ya no he quitado los míos, ni siquiera cuando ella no está, probablemente.” El cuento es del escritor Eduardo Chamorro, quien también se ha destacado como traductor de Conrad y Joyce.

De Almudena Grandes, autora de Las edades de Lulú, fue seleccionado el relato “Demostración de la existencia de Dios”, una divertida historia que podría caer en el melodrama barato, pero es inteligentemente resuelta por su autora cuando el narrador enfrenta a dios por la muerte de su hermano y su gran pasión por el “Atleti”.

Los privilegios de “Las buenas familias”, aquellas a las que todo les funcionaba como el mejor reloj en el barrio Salamanca “cuando el Caudillo estaba en su apogeo”, son la trama de la narración corta y certera del ensayista y novelista Manuel Longares. De Gonzalo T. Malvido, traductor de Julio Verne, destacan las descripciones de personajes y las estampas de la ciudad “con un atardecer rosado de primeros de junio contrapunteado por los susurros del follaje”, en “Retablo madrileño”.

En “Sinara, cúpulas malvas”, del novelista José María Merino, el escenario es la pensión de Crucita y los protagonistas de una imposible historia de amor son Tomás y la bailarina Pepita Purchena. La narración callejera, yonqui y nocturna es “Mimetismo”, de Pedro Molina T., quien también es guionista de cine y televisión.

Se suman dos adictos a la escritura y a las costumbres en “La calle Viriato”, de Fernando Morán, y también otros dos personajes peculiares: Dios y el Diablo, discutiendo por la suerte de un chaval en líos, preso y por un pequeño error, hacen parte del maravilloso cuento “Crucigrama” de Lourdes Ortiz.

“La Brisa”, de la filóloga románica Fanny Rubio es la historia de Brisa, una mataora andalú en Las Ventas. La tía Marieta, una telefonista con deseos de ser cantante que se enamora de la voz de un muchacho que persiguen por pertenecer al partido es la trama de Clara Sánchez en “La vida en el aire”.

El sinsentido de Madrid del que habla García Hortelano se hace evidente en “De unos amigos de Goya”, de Francisco J. Satué, una historia que rompe con el tiempo y la lógica para exponer la transmutación de las almas. En contraste, “Lejos de Madrid”, de Lorenzo Silva, donde cada calle, cada recoveco que sí existe, no ignora la verdad: “Uno conserva, sólo, la ciudad que minuciosamente ha perdido.”

El recuerdo de un primer amor y de las aventuras de un provinciano en la capital son parte de la hermosa narración “Sólo para lectores”, de Pedro Sorela. Esa misma “ciudad que se ha olvidado de su nombre y es evidente que ya no me reconoce”, está presente en “Domingo de invierno”, de Francisco Umbral. Y el cierre lo realiza Juan Eduardo Zúñiga con “No llegará el sobrino de Praga”, un homenaje a La montaña Mágica, a la melancolía, a los viajes sin retorno y al Madrid donde “la bruma convierte en fantasmas a los viajeros” •

 


F  I  C  H  E  R  O
Los libros que llegan a nuestra redacción
 

Cocina

• Recetario del semidesierto de Querétaro. Acoyos, rejalgares y tantarrias, Agustín Escobar Ledesma, Col. Cocina indígena y popular, núm. 8, Conaculta, México, 2000, 149 pp.

Ensayo (literario)

• Algunos ensayos, Hugo Gutiérrez Vega, Col. ¿Ya leissste?, Biblioteca del Issste, México, 2000, 103 pp.

• El ladrón de plumas, Gabriel Santander, Instituto Politécnico Nacional, México, 2000, 97 pp.

• José Martí y el equilibrio del mundo, Introducción de Armando Hart Dávalos, selección y notas del Centro de Estudios Martianos, Col. Tierra Firme, Fondo de Cultura Económica, México, 2000, 281 pp.

• Los fantasmas de la carne. Las vanguardias poéticas del siglo XX en Chiapas, Gustavo Ruiz Pascacio, Serie Literatura, Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas, México, 2000, 83 pp.

• Un banquete canónico, Rafael Rojas, Col. Lengua y estudios literarios, Fondo de Cultura Económica, México, 2000, 166 pp.

Ensayo (sociológico)

• Braudel a debate, Carlos Antonio Aguirre Rojas, Ediciones Imagen Contemporánea, La Habana, Cuba, 2000, 241 pp.

• El café en la frontera sur. La producción y los productos del Soconusco, Chiapas, Daniel Villafuerte Solís (coordinador), Serie Ciencias sociales,  Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas, México, 2000, 175 pp.

Fotografía

• Efe ocho por uno. Temas de reflexión a partir de conversaciones con ocho fotógrafos, Omar Gasca, Serie Artes plásticas, Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas, México, 2000, 135 pp.

• Rituales atmósferas, Juan Coronel Rivera, Col. Fotografía, Editorial Envidia, México, 2000, 71 pp.

Filosofía

• Los anormales, Michel Foucault, traducción de Horacio Pons, Fondo de Cultura Económica, México, 2000, 350 pp.

Narrativa

• De la marimba al son y otros cuentos (antología), Eraclio Zepeda, Ediciones Casa Juan Pablos/Universidad de Ciencias y Artes del Estado de Chiapas, México, 2000, 116 pp.

• Divertimenta, Jesús Morales Bermúdez, Editorial Verdehalago/Universidad de Ciencias y Artes del Estado de Chiapas, México, 2000, 95 pp.

• La princesa azteca, Colin Falconer, traducción de Alberto Coscarelli, Editorial Grijalbo Mondadori, Barcelona, España, 2000, 443 pp.

• Partituras, Gabriel Bernal Granados, Col. Ficción breve, Universidad Veracruzana, México, 2000, 40 pp.

Poesía

• Antología poética, Jorge Carrera Andrade, selección y prólogo de Bladimiro Rivas Iturralde, Col. Tierra Firme, Fondo de Cultura Económica, México, 2000, 371 pp.

• Dead placebo (Minuta), Juan Coronel Rivera, Col. Poesía, Editorial Envidia, México, 2000, 87 pp.

• Delante de la luz cantan los pájaros, Marco Antonio Montes de Oca, Col. Letras Mexicanas, Fondo de Cultura Económica, México, 2000, 1180 pp.

• De persiana que se abre, Gabriel Bernal Granados, Tsé-Tsé, Buenos Aires, Argentina, 2000, 62 pp.

• El libro de los tiempos. Imagen de la palabra, Jorge Verea Palomar y Javier Verea Saracho, Fundación Jesús Álvarez del Castillo V., Editorial Ágata, México, 2000, 159 pp.

• La casa de Marcela, Zaria Abreu Flores, Ediciones del Barril, México, 2000, 59 pp.

• Pueblos fantasmas, Bernardo Ruiz, Conaculta/Instituto de Cultura, S.L.P., San Luis Potosí, México, 2000, 202 pp.

• Summa de la noche, Ramón Bolívar, Conaculta/Instituto de Cultura, S.L.P.,  San Luis Potosí, México, 2000, 170 pp.

Revistas

• Dosfilos, núm. 79, septiembre-octubre 2000, textos de Andrés Trapiello, Arturo Suárez, Javier Martínez de Pisón, Hugo Mujica, entre otros, Dosfilos Editores, México, 44 pp.

• IPN, núm. 33, septiembre-octubre 2000, vol. II, nueva época, año 6, textos de María Luisa Sevilla Hernández, Esthela Romo Ramos, Margarita García Burciaga, entre otros, Instituto Politécnico Nacional, México, 80 pp.

• Vagón literario, núm. 0, invierno 2000, año 0, textos de Alba Nora Martínez, Anna Ratoni, Beatriz Donnet, entre otros, Grupo Editorial Santillana, México, 32 pp.