DOMINGO 29 DE OCTUBRE DE 2000

 


Ť Carlos Bonfil Ť

Jinetes del espacio

ƑCómo no sucumbir hoy al magnetismo de una cinta de Clint Eastwood? De una experiencia a otra, de un género a otro, el más célebre autor estadunidense después de Robert Altman y John Huston, da muestras incuestionables de versatilidad y de un sentido del humor que la edad (70 años), lejos de fatigar, reactiva en forma constante. Esa misma edad ofrece en Jinetes del espacio (Space cowboys) una enseñanza inesperada: el placer delicado de procurar prioritariamente el placer ajeno. Eastwood no se priva así del placer de realizar el proyecto más descabellado, una aventura espacial con tintes de western crepuscular, y compartir dicho placer con un estupendo grupo de actores maduros en el papel de astronautas retirados dispuestos, ya en la tercera edad, a conquistar de nuevo en el espacio.

En colaboración con un guionista muy joven, Ken Kaufman (Muppets from Space), Eastwood elabora una reflexión melancólica sobre la brecha generacional a finales de milenio. Cincuenta años antes, en una época y una atmósfera presentadas en blanco y negro como parodia de un documental, los directivos de la NASA eligen a un chimpancé para remplazar en una misión espacial a los astronautas del equipo Dedalus. Viraje al color: medio siglo después, Frank Corvin (Eastwood) es requerido, en su calidad de técnico experto, para asesorar a los jóvenes que repararán en el espacio la estación que él diseñó. La oportunidad es única para una revancha colectiva: doblegar a la NASA obligándola a enviar a la estratósfera a Dedalus, el equipo original.

El tono de comedia se apodera rápidamente de la cinta, y el blanco central de la ironía de Eastwood es su propia figura y la de sus compañeros envejecidos: Donald Sutherland, sátiro infatigable, viejo (mega)rabo verde; Tommy Lee Jones, estupendo en su caracterización de enfermo desahuciado; James Garner, religioso de vocación endeble, ansioso de conquistar en fast-track el Reino de los Cielos. En este equipo, Corvin es el líder incuestionable, el viejo Josey Wales, forajido, enfrentándose al viejo villano de la NASA, como en un High Noon actualizado en Cabo Cañaveral. El enfrentamiento con la generación más joven es más divertido aún. Los ambiciosos astronautas graduados en el MIT y Harvard (arrogancia, impertinencia, pedantería) envían burlonamente a los pioneros "centenautas" unas latas de Ensure, en tanto éstos responden regalándoles papilla para bebés. Las pruebas de resistencia física, previas al lanzamiento al espacio, son también pretexto para diálogos jocosos, siempre inventivos.

Es evidente la libertad con la que Eastwood pone a prueba, de manera lúdica, la vigencia de las fórmulas genéricas. Mientras otros cineastas más jóvenes hacen volar en añicos los géneros, o supeditan lo fantástico y la ciencia ficción al capricho de la digitalización y los avances tecnológicos, el director de Los puentes de Madison se limita a recurrir a los géneros tradicionales para ofrecer, de modo muy vital, propuestas sugerentes, como el colapso del heroísmo y la afectividad en el marco de la globalización tecnocrática. Hay sin embargo mucho más. La reflexión sobre la edad, la metáfora del viaje espacial como ensayo general para el itinerario final de una tripulación ya entrada en años, el culto a la infalibilidad cibernética que vuelve obsoleta a cualquier empresa artesanal, todo esto lo señala Eastwood en una gran variedad de registros dramáticos. Hay escenas que lindan en la cursilería más elaborada, sobre todo en el desenlace, y que son contrapunto a una ironía incisiva que cuestiona diversas certidumbres y mitomanías de nuestra época. Hay una deliberada voluntad de entretener y divertir con el nivel de exigencia artística más elevado. No hay risas idiotas en Jinetes en el espacio, ni dentro ni fuera de la pantalla, y esto en sí es novedad en las carteleras comerciales.

Lo que confiere a Eastwood su calidad de autor completo es la manera en que ha venido armando, a lo largo de sus películas recientes (Los imperdonables, Un mundo perfecto, Media noche en el jardín del bien y el mal), un discurso a contracorriente del cine hollywoodense actual, al tiempo que manifiesta una enorme sensibilidad para dirigir a actores estupendos (Kevin Spacey, Meryl Streep, Kevin Costner) y extraer lo mejor de sus propio talento histriónico. A sus temas recurrentes, a sus elegías de la amistad viril y el desencuentro amoroso, Clint Eastwood añade ahora otros temas, la vanidad del progreso, la actitud desdeñosa frente a la ética y la responsabilidad y los múltiples simulacros de la gloria. En tonos más épicos, Philip Kaufman tuvo aciertos en Los elegidos (The right stuff, 1983), en tanto Stanley Kubrick había ofrecido en 1968 la visión cósmica de mayor perfección fílmica, 2001 Odisea en el espacio. El viejo sucio Harry no deja hoy de sorprender a seguidores y detractores con la mejor de sus herramientas artísticas, la ironía. El material maduro (the ripe stuff), como señala juguetonamente el cineasta, es en ocasiones la mejor de todas las sorpresas.