DOMINGO 29 DE OCTUBRE DE 2000

 


Ť Angeles González Gamio Ť

Flores, panes y golosinas

Estamos nuevamente en los días de Muertos; ya aparecen por todos lados esos soles con pétalos que son las flores de cempasúchil, a las que les quieren hacer la competencia las bien llamadas "terciopelo", con su intenso tono morado carmesí. Estas maravillas que nos regala la naturaleza van a adornar las casas y las ofrendas, que día a día en la ciudad de México vuelven a tomar auge.

No hay que olvidar que el siglo pasado la vida capitalina durante estas fechas giraba alrededor de dicha conmemoración. En los pueblos siempre ha estado viva, al igual que las tradiciones gastronómicas que la acompañan, como los panes de muerto, siempre suculentos y atractivos. Esta costumbre, con sus adaptaciones, data de la época prehispánica, ya que coincide con el fin del ciclo agrícola de varios productos fundamentales en la dieta del mexicano de todos los tiempos: el maíz, el chayote y la calabaza.

A éstos, tras la conquista, se agregó el trigo, que paulatinamente fue uniendo el pan a la tortilla como acompañante de los alimentos y como dulce agasajo para el paladar, cuando se le combina con azúcar, miel o piloncillo. Estas mezclas alcanzan sus mejores expresiones en los panes de muertos que se hacen en toda la República, cada uno con su receta propia y su particular diseño, que en algunos casos son obras de arte, como los oaxaqueños, con sus caritas coloridas. Por cierto que éstos, fresquecitos y esponjosos, los puede encontrar, aquí en la capital, en sus tiendas de la calle de la Santísima, junto al soberbio templo barroco que bautiza la calle. Para todo fin práctico, es como si estuviera en el mercado de Oaxaca: tlayudas, asiento, moles, chapulines y toda clase de panes, comenzando con el de yema, para sopear en el exquisito chocolate de la entidad. Si gusta puede comer allí mismo un rico tamal, en las mesas que están en la hermosa calle, ahora sabiamente peatonal.

Esto data de la época en que se restauró el templo, devolviéndole su nivel original, varios metros debajo de la calle, lo que permite apreciar a plenitud su majestuosidad. La mayoría de las construcciones de siglos pasados tienen una buena parte bajo tierra, lo que impide apreciar sus magníficas proporciones. De este recinto religioso, obra del arquitecto Lorenzo Rodríguez, salían las famosas procesiones de Semana Santa durante el virreinato.

Volviendo a los Muertos, estos días las panaderías se vuelven una fiesta con las calaveras de azúcar, alegremente decoradas con papel brillante y el consabido nombrecito en la frente. Estas conviven con los panes con "huesitos", levemente azucarados. Todo esto forma parte de las ofrendas que muchos creyentes ponen en sus hogares y las que instalan diversas instituciones para deleite de la ciudadanía, así es que hay que aprovecharlas; Ƒqué les parece darse una vuelta por el Zócalo capitalino? Allí va a estar nuevamente el enorme altar de muertos que instala el Gobierno del Distrito Federal.

Ahora se podrá visitar también la extraordinaria ofrenda azteca que se encontró en el predio de la Casa de las Campanas, vecino al de Las Ajaracas, al pie de la recién excavada escalinata al sexto Templo Mayor. No hay que perderse la del Claustro de Sor Juana, que cada año levanta magistralmente la pintora y restauradora Laura Arellano. Como siempre, está dedicada a la ilustre poeta, pero con una idea original. También vale la pena la que instaló el Templo Mayor, que dirige el gran arqueólogo Eduardo Matos, dedicada a don Manuel Gamio, quien fue el primero, a principios de este siglo, en señalar que en ese sitio se encontraba el gran templo de los aztecas, contradiciendo la teoría ancestral que sostenía que estaba debajo de la Catedral. Esta acompaña la exposición De ánimas y perros, homenaje al xoloitzcuintle, ese can lampiño que fue compañía y bocadillo de nuestros antepasados prehispánicos.

Ahora el joven y talentoso escultor Sergio Peraza, autor del busto de Gamio que preside la ofrenda, presenta una serie de esculturas en bronce del hermoso animal. En todos los altares de muertos mencionados aparecen flores, calaveras de azúcar y, con profusión, panes, y viandas que gustaban al difunto, entre los que destacan: tamales, moles, arroz coloradito y, en su caso, su bebida espirituosa y cigarrillos.

Ya se me abrió el apetito con la reseña de tantas suculencias, así es que los invito al Café de Tacuba, en la calle del mismo nombre, a merendar: štamales, pan de muerto y chocolate!