DOMINGO 29 DE OCTUBRE DE 2000

 

Ť Guillermo Almeyra Ť

Israel: precisemos

Israel, y en particular los gobiernos de ese Estado, no pueden ser identificados con los judíos. Muchos judíos progresistas, en todo el mundo y en Israel, no son sionistas, y otros muchos no son ni siquiera religiosos, mientras que el Estado israelí, en cambio, está identificado con el sionismo y con la religión, al extremo de que ni Constitución tiene, pues rige el Talmud. En Israel, además, hay una proporción siempre creciente de ciudadanos de origen árabe, muchos de ellos cristianos. Atacar a Israel y al sionismo, por lo tanto, no puede ser signo de antisemitismo, pues en tal caso serían antisemitas semitas como los árabes o los judíos antisionistas (una buena parte de los cuales murió en los campos nazis o en el aplastamiento de la sublevación del ghetto de Varsovia). Israel es una creación histórica de los ingleses para dividir a los pueblos árabes; además, no fue la primera vez que una potencia imperial ofrece tierra ajena, pues ya Napoleón había ofrecido Palestina (entonces turca) a los judíos a cambio de su apoyo monetario para la expedición a Egipto.

El hecho de que entre los judíos (como entre muchos otros pueblos) existan nazis no quiere decir que todos los judíos ni Israel sean nazis. Israel es un Estado racista, expansionista, que utiliza métodos represivos y una propaganda que recuerdan a los nazis, pero internamente es formalmente democrático y muchos de sus habitantes repudian la política criminal de sus gobiernos sionistas. El racismo, por otra parte, no es privilegio de los sionistas: hay racismo antijudío entre los árabes y entre los cristianos de buena parte del mundo. Sólo que el racismo antiárabe de los judíos fomenta el racismo de los musulmanes (que antes convivían con aquéllos sin problemas), y éste, como una serpiente que se muerde la cola, desarrolla entre los israelíes el complejo del ghetto sitiado, con el miedo al Otro, o sea, más racismo.

No es cierto, como dicen los sionistas, que los judíos han retornado a su tierra milenaria al construir Israel. La diáspora se había generalizado mucho antes de la destrucción del Templo por los romanos en el año 70 de nuestra era. Y cuando los pogroms de los zares y de los polacos, 4 millones de judíos escaparon a Europa y América y sólo 120 mil a Palestina. Los árabes, mezclados con los pueblos anteriores, filisteos, moabitas, cananeos, siriacos, etc., estaban en cambio en su tierra. La represión nazi cambió las cosas: el fascista y terrorista ex primer ministro israelí Yitzhaak Shamir intentó negociar con los nazis la deportación de los judíos víctimas de aquéllos a Palestina, y el ejército judío clandestino durante el mandato británico, la Hagannah, saboteó barcos que llevaban fugitivos hebreos a otros países, para forzar la emigración hacia las tierras árabes y no hacia Argentina o Suráfrica.

Es falso igualmente que Israel no puede tratar con Yasser Arafat porque éste no puede controlar a su pueblo. En primer lugar, la paz se trata con los dirigentes del enemigo, no con los propios sirvientes. En segundo lugar, la paz no puede consistir en la rendición incondicional. Arafat y la Autoridad Nacional Palestina son criticados, justamente, por una parte creciente de los palestinos, pero debilitarlos sólo puede llevar a la guerra y a darle la dirección de las masas palestinas a Hamas o a Hezbollah. El argumento según el cual Israel debe poner las condiciones bajo las cuales quiere tratar, y los dirigentes árabes con quien hacerlo, muestra una vez más el belicismo y la arrogancia de Tel Aviv.

Es falso que un Estado palestino pueda amenazar la seguridad de Israel. Este es aliado de Estados Unidos y tiene armas atómicas y el ejército más poderoso de la región, además de controlar el agua, la electricidad, los caminos, el aeropuerto, el puerto, el aire (los palestinos no tienen aviación) en las zonas ocupadas. Los palestinos, por su parte, ni siquiera tienen un territorio único pues viven en islotes separados por el ejército de ocupación.

Es falso también que el Estado palestino puede ser el caballo de Troya de los Estados árabes: los gobiernos de éstos no tienen solidaridad sino sólo intereses, y temen mucho más una victoria contra Israel, que los dejaría prisioneros de sus pueblos, y romper con Washington, que el reforzamiento del Estado sionista.

Es mentira que Israel quiere la paz y Arafat la guerra. Los palestinos hicieron todas las concesiones posibles para lograr la paz, pero no pueden suicidarse, ni entregar Jerusalén a Israel (quizás sí a un control internacional similar al que tuvo Trieste después de la guerra). Si Israel quisiese la paz le bastaría con retirar su ejército de las zonas ocupadas y llevarse los colonos fascistas con él. Si quisiese la paz mantendría las negociaciones, en vez de congelarlas sine die. šPor favor, seamos serios!

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