Ť Mater Dolorosa, de Lavista, fue la música estelar
El órgano monumental del Auditorio recobró su canto
Ť Esta es una noche histórica, dijo el tenor Ramón Vargas
Pablo Espinosa Ť Un cetáceo cantor. En las profundidades del bosque de Chapultepec, una ballena recobró su canto: el órgano monumental (no es albur) del Auditorio Nacional fue reinaugurado la noche del jueves con un concierto en el que todo fue magno encanto.
Dio en el clavo, casi al final, el tenor Ramón Vargas, quien como invitado de honor entonó un Ave María junto a la consola del artefacto: ''Esta es una noche histórica".
El momento central, en todos sentidos, fue el estreno de Mater Dolorosa, partitura escrita por el compositor más importante del México actual: el maestro Mario Lavista, quien una vez concluida la ejecución, a cargo del organista Gustavo Delgado, fue requerido ?a la usanza antigua, cuando los potentados se cobijaban en los músicos? en el palco presidencial.
La parte trascendental de la noche fue el estremecimiento motivado por una intensidad conmovedora, una experiencia estética de elevación introspectiva. La organización estructural isorrítmica a partir de textos religiosos (Gloria in excelsis Deo y Stabat Mater) con la que articula Lavista su nueva partitura explora no sólo un extenso territorio tímbrico, también explaya la monumentalidad del instrumento más grande de América Latina, de esta manera gloriosamente renacido.
En el concierto inaugural participaron cinco organistas, dos orquestas, un tenor (Ramón Vargas), un director de orquesta y sendos auxiliares para los sucesivos cinco activadores del paquidermo, pues accionar 250 registros, 14 trémolos, 15 mil 633 flautas, develar 20 secretos (o somiers) principales y 18 independientes (porque hay secretos independientes, sí señor), las casi 3 mil electroválvulas y hacer correr la briosa caballería que activa a 10 ventiladores, movidos por ocho motores de dos caballos de fuerza cada uno, todo eso desde la consola de cinco teclados (con 61 notas cada uno), un pedalier (teclado de pies, con 32 notas) y 250 plaquetas de control de registros, además de darle la vuelta a la página de la partitura, requiere no sólo de talento extraordinario, también de un ujier de lujo.
Talento extraordinario demostraron, en efecto, los organistas que como las vocales ?que igualmente suman cinco? desfilaron por la consola del organote monumentalentoso: Daniel Chorzempa, quien al mismo tiempo que activó el tecladerío (como pastelote de boda para diez mil personas, que son las que caben en el Auditorio Nacional) hizo lo mismo con el Tiempo, pues el Allegro del Concertino de Bernal Jiménez (compositor panista que no vivió el triunfo actual de su derecha) ha despertado a generaciones de radioescuchas, pues es el lema de Radio UNAM, que suena diario a las seis de la mañana. Luego hicieron lo propio Abraham Alvarado, Rossina Vrionides, Héctor Guzmán y Gustavo Delgado.
Sólo sonaron dos piezas para órgano solo, solito y su almota: la obra de Lavista y la celebérrima Toccata y fuga (que no es eyaculación precoz, sino preludio a largo coito si se quiere) del piadoso y sensualérrimo Bach. Del resto, las dos orquestas se encargaron de tapar el sonido del organote. El único acierto fue ese coro fascinante de 15 trompetas en el final de la Sinfonía con órgano (¿es decir hermafrodita?) de Khachaturian que, junto con el Adagio de Albinoni sonó otra vez este fragmento de don Khacha a manera de regalo, encore, celebración y cierre magnífico de una noche histórica.
Ya tenemos órgano monumental. ¡Qué rico!