SABADO 28 DE OCTUBRE DE 2000

 

Ť Luis González Souza Ť

Presupuesto democrático

Se acerca el inicio del Ƒnuevo? gobierno de Fox. Se acerca la hora de la verdad para las incontables promesas y expectativas generadas por las elecciones del pasado 2 de julio. Razonables o no, pero explicables, las apuestas siguen cruzándose. Sed de cambio, vaya que la hay. Por colmar esa sed, sin duda se votó.

"Dime quién gobierna y te diré qué pasará". Esa es la divisa tradicional, y aun seductora, de los analistas al parecer todavía mayoritarios. Otros aspiramos a que reine una nueva guía analítica: qué hacer a fin de que gobierne bien, quienquiera que gobierne. Y si gobierna mal, qué hacer para cambiarlo.

Esta "nueva" divisa -muy propia de nuestras culturas indígenas- parte de un presupuesto democrático, en un doble sentido. Analíticamente, presupone una definición democrática del "buen gobierno": desde y para la mayoría. Y concretamente, presupone (si vale la redundancia) un presupuesto democrático, así en su diseño como en sus consecuencias, así en su ejercicio como en la supervisión del mismo. Porque si la participación y el beneficio de la mayoría no comienza en la cuestión de los dineros públicos, la democracia será de papel, si la hay.

Y esto debe ser particularmente comprensible para los partidarios de la democracia instrumental, de la política pragmática o el vivir mercantilizado. Directa o indirectamente, el presupuesto gubernamental determina en mucho cómo viven ricos y pobres, mestizos e indios, chilangos y provincianos, nacionales y extranjeros. Define cuánto se gasta en rescates bancarios o en la educación de la gente, en fraudes como el Fobaproa o en la construcción de viviendas, en el pago de la deuda del gobierno con entidades extranjeras o en el no-pago de la deuda con sus gobernados.

Para no ir más lejos, el presupuesto gubernamental puede inclusive definir quiénes viven y quiénes mueren, aquí y ahora. Al efecto es determinante el gasto público en alimentación y salud. Cada peso que deja de invertirse en tales rubros, cada día que pasa sin pagarse la deuda social, tarde o temprano se traducen en un número indeterminado de muertes. No de gente rica con hospitales en Houston, pero sí de pobres que, si hace falta recordarlo, ya son la mayoría en nuestro país.

Presagios fatalistas aparte, lo cierto es que el Ƒnuevo? gobierno de Fox está más cerca de reprobar que de aprobar esta materia básica del presupuesto democrático. Su equipo de transición ya tiene prácticamente cocinado el presupuesto para el próximo año. Y hasta donde se sabe, ese presupuesto no es democrático ni en forma ni en fondo. Se cocina a la vieja usanza antidemocrática, es decir, en conciliábulos tan estrechos como oscuros y ajenos a la sociedad. Y sus efectos contra la mayoría pobre del país ya se anuncian con diversas excusas: "Herencias ineludibles del otro gobierno", "limitaciones insalvables del entorno internacional", en fin, "imperativos de la estabilidad macroeconómica".

Por fortuna, sigue creciendo la ciudadanía consciente y autónoma (aunque también, la seducida por los cantos del poder público). Crecen los sectores convencidos de su importancia para hacer realidad las ilusiones reactivadas el pasado 2 de julio. Sectores que ya se dejan ver inclusive en esta materia presupuestal otrora tan exclusiva de especialistas y tecnócratas.

El mejor ejemplo a la vista es la Red por un Presupuesto con Rostro Humano o, simplemente, por un presupuesto ciudadano, alternativo, ahora sí democrático. Nacida en 1998, dicha red acaba de celebrar hace dos días un encuentro orientado a vigorizar su trabajo con la participación de más y más organizaciones: del MCD a COPEVI, de la ANIT a COMEXANI, de CASA-SAPRIN a la ANEC, del Equipo Pueblo a la RMALC, de Causa Ciudadana a El Barzón, del FAT a Poder Ciudadano, por citar algunas, más lo que se siga acumulando.

En esa conjunción de esfuerzos, la ciudadanía misma es la que diseña un presupuesto acorde con las prioridades de la mayoría. Y entre éstas tal vez sobresalga el bienestar pleno de la sociedad. Pero no sólo el derivado de los pesos y centavos. También el bienestar correspondiente al saberse seres dignos, practicantes cotidianos y por cuenta propia, de la democracia desde abajo.

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