VIERNES 27 DE OCTUBRE DE 2000

 

Ť Horacio Labastida Ť

Saramago y los de abajo

Con José Saramago --cuenta hoy más de tres cuartos de siglo-- pasa algo semejante a lo que ocurría en la primera mitad del siglo con Thomas Mann (1875-1955), a quien se otorgó el Nobel hacia 1929: recuérdese con qué avidez leíanse textos tan fascinantes como Los Buddenbrooks (1900), la célebre Montaña mágica (1924), Doctor Fausto (1947), Muerte en Venecia (1913) y sus estudios sobre Goethe y Tolstoi (1921), por ejemplo. Yo lo rememoro muy bien: al salir de mis clases de ética, en la preparatoria, o en las que impartía, ya en Mascarones, en la entonces Escuela de Ciencias Políticas y Sociales, me allegaba a las librerías de Porrúa Hermanos, de Robredo o de Emilio en la avenida Juárez, para enterarme de alguna novedad salida del genial Mann. Con Fernando Benítez discutí muchas veces la esencia y grandeza de La montaña mágica, sin olvidar nunca las reflexiones siempre oportunas del filósofo Settembrini o las voces serenas y generosas de Hans Castorp, el personaje central de la obra; y con frecuencia me preguntaba si en el futuro aparecería un autor de mayores tamaños y profundidades, semejantes quizá al León Tolstoi de La guerra y la paz (1865-69) y de Ana Karenina (1875-77), o bien de las dimensiones sin límite de Los hermanos Karamazov (1879-80) del casi sin igual Fedor Dostoievski, novela en la cual el hermano de Aliocha, Iván, declara su fe en la existencia de Satanás, sin importar la de Dios, porque los malos nunca deben escapar al castigo de sus pecados, meditación que debieran tener en cuenta los muchos funcionarios públicos y privados que en nuestro país practican la corrupción como forma de enriquecimiento personal y de los grupos que representan, en el ejercicio del poder público y empresarial.

Y mi sorpresa fue gigantesca cuando terminé de leer El año de la muerte de Ricardo Reis (1985, ed. española) y El evangelio según Jesucristo (1991, ed. española), pues de inmediato comprendí que estaba de cara a un hombre iluminado por los más altos valores de la conciencia humana. No sólo era la enjundia lingüística y su peculiar manejo de la sintaxis, que evocaban en mí las sutilezas con que el gran escritor cubano Alejo Carpentier (1904-1980) construyó sus relatos en El reino de este mundo (1949), El siglo de las luces (1992) y El recurso del método (1974). No se olvide la influencia que el surrealismo carpentierista tuvo en el popularizado realismo mágico que logró Gabriel García Márquez en Cien años de soledad (1967). Ahora bien, Saramago --nació en 1922-- pronto alcanzó la cumbre que nadie le niega, ni siquiera el Papa en su furiosa reacción al saber del Premio Nobel que le fue otorgado al creador de El Evangelio según Jesucristo; sus libros son ansiosamente leídos en Portugal y en el mundo entero, según consta en la multiplicación de traducciones que registran el Manual de pintura y caligrafía (1977, ed. española), el Memorial del convento (1982, ed. española), la terrible y fulgurante fantasía de La balsa de piedra (1986, ed. española), Todos los nombres (1997), dedicada a su esposa Pilar, y el Ensayo sobre la ceguera (1995), vertido al español por Basilio Losada. Consta en el calendario literario que Levantado del suelo fue novela registrada en Lisboa hacia 1980, y la edición de Alfaguara, en español, en el actual 2000, y que al llegar a nuestras manos provocó de inmediato el sentimiento que reproduce con exactitud trágica, igual que lo hiciera Esquilo en su Prometeo encadenado, la hiriente cuestión que anota Almeida Garret en el epígrafe elegido por Saramago: yo pregunto a los moralistas y economistas, dice Garret, si han calculado el número de gentes que es necesario condenar a la miseria, a la ignorancia crapulosa y a la penuria absoluta, para producir un rico, interrogación que en Levantado del suelo hace Saramago a la sociedad de nuestro tiempo y a sus gobiernos, al relatar las indigencias y desesperanzas de los pueblos del Alentejo frente a los poderosos señores feudales de esta región portuguesa, tradicional y fuertemente apoyados del mismo modo por las monarquías de la era manuelina, el brutal fascismo de Oliveira Salazar y los republicanismos militaristas de Costa Gomes o del Consejo Supremo Revolucionario que concluyó en 1976, sin que sean excepciones las democracias que han seguido a la promulgación constitucional de 1982. Sin embargo, los alentejenses y sus vecinos han conquistado algunas ventajas, nos hace ver Saramago; ahora suelen comer un poco de pan y carne por semana, hasta donde es posible se sindicalizan y ya no trabajan de sol a sol como antes. Tan cierto es esto como no es cierto que el escaso pan que hay en los hogares, de algún modo signifique la felicidad y justicia que el hombre quiere vivir desde que descubrió que es hombre, aunque no vive porque otros hombres, los menos, subyugan hasta el presente a los más.