VIERNES 27 DE OCTUBRE DE 2000
Ť Astillero Ť
Ť Julio Hernández López Ť
Una de las bases presuntamente inamovibles del priísmo había sido la burocracia federal.
Las cifras (electorales) alegres
Ya que los resultados electorales eran un mero ejercicio en solitario (como lo ha pretendido volver a hacer Madrazo en estos días en Tabasco), los virtuosos acomodadores de las cifras triunfadoras del tricolor incorporaban como clientela cautiva al número total de quienes vivían del presupuesto o de alguna de sus derivaciones asistenciales: tantos millones de miembros de la FSTSE, más los millones de trabajadores de la CTM, más los millones de campesinos de la CNC, más estos y aquellos ciudadanos vivos o muertos, con credencial para votar o sin ella, daban los resultados aplastantes con los que se inflaba gustosa la maquinaria PRI-gobierno en la era del carro completo.
El Frankstein priísta
Pero he ahí que ese buen negocio, cuyas divisas publicitarias eran el nacionalismo revolucionario y la justicia social, produjo una mercancía entonces rara: el neoliberalismo. Así llegaron al poder los tecnócratas, fríos especímenes para quienes lo importante eran los indicadores macroeconómicos y no la grilla y sus accesorios como sería la atención demagógica a los pobres. José Ramón López Portillo y Rosa Luz Alegría comenzaron a instalar en el escenario nacional los afanes presuntamente correctivos del ejercicio público. Luego llegaría Carlos Salinas tras de Miguel de la Madrid y, seis años después, delante de él. Y Ernesto Zedillo y su heredero llamado Vicente Fox.
La tecnocracia. El neoliberalismo. Que se equilibren las finanzas aunque ello implique retirar subsidios, ayudas y demás lastre clientelar del priísmo sombrerudo. Lo importante, han dicho los genios de la economía, es mantener buenos resultados en los mercados, en la bolsa de valores, en la paridad cambiaria, en el índice inflacionario. El que no produzca, y por tanto no tenga dinero, deberá conformarse con la marginación social a la que él solo se habrá condenado, por premoderno y atenido.
Forbes o Fobaproa, this is the question
En este sexenio que está por terminar, el gran artífice de los recortes presupuestales asistenciales ha sido Santiago Levy, el subsecretario estrella al que ahora Fox pretende conservar a su lado. Los tijeretazos han pegado donde menos resistencia puede haber, es decir, en los segmentos que se estimaban o eran más desprotegidos. De ahí el problema de la UNAM, pero de ahí también la irritación social de un pueblo abandonado a su suerte por un gobierno que piensa en inglés y que sólo tiene propósitos de auxilio cuando los damnificados son los grandes empresarios cuyo naufragio, suponen esos neoliberales, arrastraría a la economía entera y, por ello, resultaría de interés nacional ayudarles a seguir siendo ricos para que no dejen de hacer negocios que, si triunfan, les harán aparecer en Forbes, y si fracasan los endilgarán a Fobaproas, Ipabes y demás.
Ya sé quién eres, te he estado observando
Si algún sector de la sociedad conoce los enjuagues de los jefes de jefes del gobierno son justamente los empleados, los burócratas. Por ello nadie les puede jugar el dedo en la boca: saben de los rescates hechos a los amigos del poder, a los capitalistas de fortunas enormes. Saben que a Fox y sus patriotas funcionarios, que decían que trabajarían sólo "por amor a México" en los meses de la transición del poder federal, se les encontraron rendijas ilegales por las cuales filtrarles los millones de pesos con los que se les pagan sueldos y viáticos. Saben de las tempranas jubilaciones de Jesús Silva Herzog, de Oscar Espinosa, de José Angel Gurría y de muchos otros ilustres pensionados.
El conflicto que insólitamente estalló en Los Pinos el miércoles recién pasado, y que ayer ganó espacios públicos y mediáticos con especial fuerza, ha llevado a aliarse en votaciones legislativas al PRI y al PRD, frente a un PAN que ha defendido a Zedillo porque, en el fondo, el actual Presidente comparte las mismas tesis extremas del neoliberalismo que ahora continuará, con más crudeza, Fox.
La torta sobre el escritorio
Nadie se atrevería a negar las evidencias históricas de las penosas deformaciones laborales que ha sufrido la burocracia mexicana (tanto la federal como las otras: estatales y municipales). La imagen tradicional de la secretaria comiendo torta sobre el escritorio de trabajo no se ha convertido en estereotipo nada más porque sí. Los mexicanos hemos sufrido abundantemente maltratos, demoras y extravíos a causa de una parte de esa casta burocrática que con frecuencia emergía de su abulia ante algún estímulo económico no facturable.
Pero esos estereotipos son producto de nuestra realidad, de nuestro sistema, y no sólo de voluntades personales corrompidas o de tendencias innatas a la flojera. Sin embargo, el neoliberalismo zedillista, como el foxista, pretenden desmarcarse de sus responsabilidades institucionales y generalizar la mala imagen del burócrata para así poder aplicar sus estrategias de desatención de las responsabilidades sociales del Estado.
Los gerentes sexenales de "México S.A."
Fox, como es sabido, entiende la función pública como un asunto gerencial. Para él, y su equipo, México es una empresa y ellos son los gerentes. Se ufana incluso el presidente electo de advertir a audiencias extranjeras, para que no crean que están frente a un jefe de Estado: vengo a hablar de negocios. Los negocios son fríos. El dinero manda. La sensibilidad social, las preocupaciones por los marginados, por los desprotegidos, no pueden existir en el expediente del neoliberalismo. Si acaso se deben abordar con nociones caritativas, como las fundaciones o los clubes a través de los cuales los ricos distraen una parte de sus ganancias para ayudar a los pobres (previo recibo deducible del pago de impuestos, desde luego).
Cuando más alegres andábamos
La exigencia de los burócratas federales en demanda de un bono sexenal no tiene, ciertamente, sustento jurídico exacto, aunque otra fuente del derecho es la costumbre, y se puede alegar en su contra, como lo hacen voceros empresariales y patronales, que al no estar considerado en el presupuesto ese pago sería ilegal hacerlo. Tampoco estuvo considerado el pago de sueldos a los foxistas, ni los rescates bancario y carretero.
Por ello el conflicto puede crecer justo en los momentos finales del gobierno zedillista, cuando más amplia parecía ser la sonrisa del Presidente, cuando más contento se mostraba. La directiva tradicional de esa burocracia no parece tener capacidad para contener un movimiento que, como una chispa en pradera seca, se ha ido extendiendo y ha llevado a funcionarios como Diódoro Carrasco a sostener prolongados encuentros con esos líderes formales para tratar de encontrarle salida política a un conflicto esencial: la inflexible postura de un Presidente que no quiere pagar bonos que no están autorizados por la ley, y la demanda de un segmento social importante de recibir compensaciones que tradicionalmente se le daban.
Mexicano: tú puedes (y si no, qué lástima)
Pero, por sobre todo, no hay que olvidarlo: este gesto de Zedillo no es sino un anuncio de lo que será el gobierno de Fox. El gobierno por venir habilitará a los mexicanos con los instrumentos básicos que le permitan pelear, combatir, en el mundo de los negocios y la globalización. Un vocho y un changarro, es la zanahoria con la que el foxismo querrá jalar la vieja carreta de la mexicanidad. Todos somos triunfadores, se nos dirá, pero si algunos, por flojos, por irresponsables, por indolentes, por malos mexicanos, por burócratas, no quieren ganarse un lugar en el mundo de esos triunfadores, habrá que dejarlos a que paguen sus culpas con dolor, hambre y pobreza.
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