JUEVES 26 DE OCTUBRE DE 2000
Ť Margo Glantz Ť
Literatura japonesa
Dicen que el nuevo premio Nobel es un escritor muy bueno, pero hay quienes aseguran que hay otros mejores, y ésos viven en China. No puedo decir mucho a este respecto, aunque de las literaturas orientales prefiero y conozco mejor la japonesa, sobre todo por las traducciones que se publican en Francia (las ediciones de la UNESCO y las Philippe Piquier, Stock) y en Estados Unidos (Vintage International). Bastante conocidos en Occidente son Akutagawa, Yukio Mishima, Yasunari Kawabata, Junichiro Tanizaki y Kenzaburo Oé, dos de los cuales han sido galardonados con el Nobel y casi sin excepción todos los escritores prestigiados han comenzado sus carreras recibiendo alguna vez el famoso premio Akutagawa, además, es por este autor que el arte y la cultura de Japón se difundieron mejor en el extranjero después de la Segunda Guerra Mundial o, mejor dicho, fue la famosa película de Kurosawa basada en el cuento de Akutagawa, ''Rashomón'', la que popularizó tanto al escritor como al cineasta fuera de su país.
Otro escritor muy importante y poco conocido es Osamu Dazai, quien dio su nombre a otro de los premios más reconocidos de Japón. Aún objeto de culto en su país, Dazai se suicidó en 1948 y su vida parecería pleonásticamente inventada por un novelista japonés. Perteneció a una familia aristocrática y poderosa, se afilió al partido comunista por lo que fue repudiado y perseguido, fueron famosos sus escándalos sexuales, su afición a las drogas y sus tres ''suicidios de amor", de los cuales, obviamente, sólo tuvo éxito el último.
Podría asegurarse que, a pesar de que este país se ha occidentalizado de manera extrema, la literatura japonesa sigue ligada a una vieja tradición, y que tanto sus novelas como su cine participan de una estética que podríamos llamar ''samurai", estética ceremonial, ligada a un concepto de la muerte con su enorme carga de violencia y su acendrado erotismo.
Una ambivalencia esencial recorre las páginas de los escritores nacidos desde finales del siglo pasado hasta la fecha, la fascinación por el mudo occidental -el progreso- y a la vez por la tradición.
Un caso notable sería el de Tanizaki, inclinado en algunas de sus primeras obras a analizar el fenómeno de un Japón volcado a la modernidad, por ejemplo El amor de un idiota, publicado en 1924, donde además de esa curiosidad por lo occidental, en suma poco importante a la larga, ya aparece un rasgo característico suyo, un masoquismo amoroso expresado más bien en las conductas de los personajes y no en el lenguaje y que causó escándalo: una mujer desvergonzada subyuga a un hombre y la historia es relatada en primera persona, equívocamente confundida con un yo autobiográfico. Su obra más destacada es probablemente Las hermanas Makioki, publicada entre 1946 y 1948, época en que Tanizaki tradujo al japonés moderno la clásica novela Romance de Genji, de Murasaki Shikibu, escrita en el siglo XI de nuestra era y que tanto influiría en la literatura del propio Tanizaki, muerto en 1965. También Fumiko Enchi (1905-1986), la gran escritora, tradujo a Shikibu, para Marguerite Yourcenar la escritora más grande de todos los tiempos. En su novela Crónicas gloriosas, Enchi recrea con precioso esteticismo los mecanismos del poder en las antiguas cortes y la importante aunque escondida función que en ellas jugaba la mujer.
Con pasión he leído, casi completas, las obras de Soseki (1867-1912), de formación clásica japonesa, china y especialista en literatura inglesa que enseñó en la Universidad Imperial de Tokio. Se habla de su irónico humor a la Swift y como Proust, su contemporáneo, preocupado en comprender los mecanismos de la memoria. Lo acepto, pero en última instancia este dato sólo nos avisa de ciertas coincidencias pero no explica la grandeza de este escritor que esboza con finura la vida íntima de ciertas familias acomodadas en un mundo en transformación.
He leído con apasionada atención la obra perturbadora de Kawabata, cuyo erotismo perverso y delicado es para mí, junto con el de Tanizaki, el ejemplo más acabado de eso que he designado como una estética a lo samurai.
Otro gran escritor desconocido es Yasushi Inoué (1907-1991), inclinado a la novela histórica, ha recreado a grandes figuras del mundo oriental como Gengis Khan. En otra ocasión hablaré con más detenimiento de su obra.
Por fin, trataré de destacar la obra de Teru Miyamoto, autor nacido en 1947 en Kobe, que me sugiere a otro autor al que no he aludido, Abe Kobo, famoso por la magnífica adaptación de su novela La mujer de arena y autor de obras inquietantes y de una temática muy original. Miyamoto recibió los premios Akutagawa y Dazai por sus novelas El río de lodo y El río de las luciérnagas, otorgados cuando apenas tenía 30 años, con el beneplácito de Inoué y el rechazo de Oé; más tarde publicó La gente de la calle de los sueños y El jardín de los placeres, así como Brocado, novela epistolar.
En Miyamoto coexisten la vena humorística y popular, la recreación irónica de personajes y ambientes caricaturescos de ciertos barrios de Osaka, su ciudad preferida, y en su obra se inserta también el erotismo, tierno y descarnado a la vez. Quienes conocen el japonés explican la imposible tarea de traducir el sutil e intrincado estilo de este escritor y se disculpan por no haber conseguido reproducir su carácter oral cosa que, aunque de otra forma, debe suceder con la mayoría de estos escritores.
Y con todo, šque novela -Las gente de la calle de los sueños- tan rica en matices, tan curiosa, tan divertida, tan profunda y tan popular!