JUEVES 26 DE OCTUBRE DE 2000
Alimentarse con carne, un hecho inusitado en comunidades chiapanecas
Donde el hambre es canija
Hermann Bellinghausen, enviado, La Realidad, Chis., 25 de octubre Ť Misael está que no se la acaba. Con gesto feliz repite cada que habla: "tenemos carne en mi casa". De 7 años y una inocencia y una estatura como de 4, porque aquí entre algunos niños la desnutrición crónica ha sido canija, celebra lo que para su familia fue una pérdida: la vaca nueva, o lo que de ella queda.
Apenas venían de comprarla y en el camino cayó en un hoyo. No pudieron sacarla, todavía cerca del ranchito donde pagaron por el animal 3 mil 500 pesos, una fortuna. El papá de Misael la tuvo que matar, de lo perdido lo que aparezca, y allí mismo empezó a tasajearla para poderla trasladar a la comunidad. "La traíamos para criarla, no para que nos la fuéramos a comer", explica la Rosaura.
Las ondas expansivas del acontecimiento se perciben en las casas circundantes. Algunos han podido adquirir unos cuantos huesos con carne para roer y darle sabor al caldo. En casa de Misael a pura tortilla pasaron las últimas semanas. El frijol empieza a escasear por todos lados. Y de pronto llegan kilos y kilos de carne y vísceras. Doña Elodia, vecina, guisa ya un fémur, un pedazo de hígado y un pliego de la panza.
-Compramos poquito, da muy cara la carne mi comadre -se queja.
-También fue que pagaron mucho por la vaca -justifica su nuera Celia, a quien ni siquiera le alcanzó para comprar pellejos, pero trajo a sus niños para que les toque un poco de lo que guisa la suegra.
Misael mete su manita en la palma de mi mano, para que lo acompañe. Ya no trae el vientre abultado y lombriciento de su primera infancia. A diferencia de su vivaracha hermana mayor, Rosaura, Misael es un niño de pocas palabras. Tan pocas que no le alcanzan para ir a la escuela. Y repite impresionado: "tenemos carne".
Joel, su hermanito de 5 años (se ve más grande que Misael), dice que el perro me va a ladrar. Y Rosaura: "no es cierto. Nomás ladra en la noche. Orita además está callado".
La cocina, donde habitualmente hay un poco de masa, maíz desgranado, agua en las ollas y sillas que siempre ofrecen a las visitas, por lo regular se ve vacía y enorme, pero hoy es tendedero de una orgía de filetes desgarrados y tendones puestos a secar. Rosaura tuvo razón, el perro bravo dormita bajo una mesa, en trance de beatitud, ahíto de sobras.
Igual que muchas mujeres de la comunidad, doña Luisa, madre de Misael, luce excesivamente delgada y siempre enferma. Sus hijas son las que verdaderamente realizan las labores domésticas. Ella "mucho se cansa". Dónde que Luisa es de las que no dejan nunca de embarazarse, toda debilucha se la pasa por parir o aliviándose. Debe ser más de lo que parece, pero después de ocho hijos (vivos) ya no se le queda ninguna juventud. El último, Pichito, apenas anda, todavía le da pecho.
Perdida en un bosque de carne roja y sangrante que de los lazos gotea sobre el piso de tierra, doña Luisa es la única que no celebra. A la contrariedad de la pérdida suma el agotamiento de reducirla en trozos.
-No llegó siquiera al potrero el pobre animal. Allí tuvo que ir mi esposo a matarla en el camino.
Junto al fogón yace, grande e inútil, una de la orejas del animal. En un tapanco, dos grandes pezuñas y parte de las piernas acabaron colocadas como si estuvieran de rodillas.
En el patio, a pocos metros de la cocina, la comadre Mari, ella sí una mujer robusta y razonablemente sana, extiende al sol la vasta piel de la vaca desollada en proceso de convertirse en cuero.
-Mi papá lo va a usar para hacer monturas -informa Rosaura.
La parvada de chamaquitos, inusualmente tranquila (ninguno moquea, tose ni llora), parece flotar en una borrachera de proteínas.
Doña Luisa lamenta que ora a ver cuándo juntan para la paga de otra vaca. "Ibamos a dar una poca de leche a los niños". A Misael lo tienen sin cuidado esas cuitas. En su vida había visto tanta carne junta, en su propia casa, y para comer sin límite lo que duren los restos de la res, que no será mucho.
Con algo de extrañeza, en un respingo había contado Lázaro los soldados que pasaron por la mitad del pueblo:
-Fueron 250, más del doble del diario.
Tres camiones de cinco toneladas, llenos de tropa se sumaron hoy al convoy que cruzó con maquinaria pesada, muy despacio, hacia el cuartel del Euseba, y de vuelta a Tepeyac.
Pasado el convoy, en casa de don Raúl empezó la celebración de la boda de la Mercedes y el Rufino. Un grupo de hombres esperaba en el patio a que sus señoras sirvieran el "banquete", que habría de consistir en sólo pollo y sopa.
Resulta difícil imaginar una fiesta de bodas más pobre. Música, la del radio. Los refrescos iban a alcanzar uno para cada quien. Tortillas, esas sí son bastantes. Y arroz blanco. De tener plata hubieran ofrecido de la res caída en desgracia. Pero también para ellos, como dice Elodia, está muy cara.
El júbilo de Misael nada lo ensombrece. No se cansa de repetir, como en un sueño: "tenemos carne, en mi casa tenemos carne", y sonreír como quien ha firmado un armisticio con la vida.