JUEVES 26 DE OCTUBRE DE 2000

 


Ť Jean Meyer Ť

Guerra, guerra

Ya empezó el año segundo de la segunda guerra de Chechenia. Hace poco más de un año empezaba la gran ofensiva rusa después de una serie de golpes chechenos en Daguestán. El entonces primer ministro Serguei Stepashin anunciaba una breve operación "antiterrorista"; no tardaron en ocurrir explosiones mortíferas en Moscú y en otras ciudades y el pueblo ruso entendió inmediatamente que eso significaba la guerra. Apoyó de manera masiva la decisión de su gobierno, como no lo hizo nunca durante la guerra de 1994-1996. Los chechenos en ese momento estaban divididos; los "señores de la guerra", unidos contra el presidente bien elegido Aslán Masjadov, peleaban entre ellos; los ultraortodoxos islámicos eran criticados por el Islam mayoritario en Chechenia, una versión menos beligerante que la de los primeros. Muchos chechenos pensaban que la independencia resultaba peor que la situación anterior. En Moscú se decía que Chechenia iba a caer como una fruta madura, sin combates, después de una impresionante demostración de fuerza: algo de política, algo de dinero, dividir para reinar, emplear a los chechenos "leales" antes de "perdonar" a los últimos rebeldes, así se pensaba, sobre el modelo de las guerras coloniales.

La conducta del presidente Masjadov, quien buscaba desesperadamente negociar con Moscú fue mal interpretada, como la prueba que la fruta era madura. Sus ofrecimientos, sus aperturas fueron rechazados y él empujado hacia sus adversarios, los del partido de la guerra. En ese momento, Moscú pudo haber optado -así se dijo al principio de las operaciones- por limitarse a ocupar el norte de la pequeña república, hasta el río Terek, una zona plana, habitada por una población en parte rusa, en parte compuesta por chechén rusófilos. Esa zona pudo servir fácilmente de cinturón de seguridad estratégica, para observar cómo el sur se dividía y se autodestruía en una guerra de bandas y de jefes.

Pero no. Moscú se lanzó en la guerra grande con el objetivo de la victoria total hasta la destrucción no menos total del adversario, de los adversarios obligados por lo mismo a reconciliarse para sobrevivir. Expertos como Timur Musayev o Pavel Felgenhauer habían cumplido con el clásico papel de Casandra: cuando Shamil Basayev y Al Jatab pegaron de manera provocadora en Daguestán, esos analistas señalaron que la reacción militar rusa, totalmente ineficiente, manifestaba que el ejército no había sido reformado después de la derrota del verano de 1996; que seguía impreparado, indisciplinado, poco fiable; que el alto mando, el Estado Mayor General seguía "soviético" en el sentido de que mantenía su estrategia errónea: preparación masiva con artillería y bombardeos aéreos, seguida por un asalto masivo y frontal de la infantería, a la prusiana, casi como en tiempos de Federico El Grande, estrategia apenas revisada con una mala lectura de Clausewitz (sin leer su capítulo fatídico sobre la "pequeña guerra" que le había inspirado la resistencia de las guerrillas españolas contra Napoleón).

El resultado es que durante un año el ejército ruso ha peleado de manera pesada, lenta, sangrienta, sin meta estratégica. El resultado ha sido que la voluntad del adversario en lugar de diluirse se ha endurecido, que la población civil, principal víctima de esa conducta de la guerra, no ha podido ver libertadores en los rusos, cuya ocupación resultó peor que el violento caos anterior. Ya se cerró el círculo vicioso de guerra, guerrilla, represión ciega que radicaliza las víctimas y fortalece la guerrilla. Cada semana las fuerzas rusas pierden de 20 a 30 muertos y tres veces tantos heridos, sin que se le vea fin a la guerra.

Mientras, en Asia central, los tambores de guerra han pasado de Afganistán, donde los talibanes acorralan a Masud, a las repúblicas ex soviéticas vecinas: Tadzhikistán, Uzbekistán, Kirgiztán. Las fuerzas rusas están en primera fila sobre la frontera afgano-tadzhik, mientras que Tadzhikistán, víctima de una terrible sequía, se encamina hacia el desastre humanitario. En Afganistán, chechenos y uzbek se preparan en campos de entrenamiento proporcionado por los talibanes.