JUEVES 26 DE OCTUBRE DE 2000

 


Ť Orlando Delgado Ť

El trabajo decente

Dos hechos caracterizan al mercado de trabajo: la incapacidad de la economía para generar los empleos que demanda el crecimiento de la fuerza de trabajo y la constante reducción de los salarios reales.

Frente a la falta de oportunidades y la precariedad de las remuneraciones, la economía informal se ha expandido de manera vertiginosa generando dificultades diversas: en los espacios que se ubica compite ventajosamente contra las empresas de la economía formal, generando ocupaciones volátiles y remuneradas sin ninguna prestación de carácter social, entre otras.

Vicente Fox, en su etapa electoral, planteó que atacaría decididamente estos dos problemas, generando las condiciones para que se crearan anualmente un millón 300 mil empleos y mejorando inmediatamente en salarios reales. Vicente Fox, en la etapa de transición, se ha retractado: las oportunidades de empleo aumentarán, pero no será sino hasta el 2003 cuando se alcancen los nuevos puestos de trabajo necesarios para que todos y todas los que ingresen a la fuerza de trabajo puedan emplearse; en materia salarial ha establecido que no habrá aumentos por decreto, sino asociados a los incrementos en la productividad. Ni empleos suficientes ni mejoría salarial.

Empleos y mejores salarios forman, además, una unidad que no puede separarse: si se crearan decenas de miles de empleos nuevos, en los que se ofreciese el salario mínimo legal o una cantidad cercana, tendríamos decenas de miles de vacantes que no se cubrirían o, en el mejor de los casos, se ocuparían una o dos semanas y de nuevo quedarían disponibles. Este es el caso, por ejemplo, de la industria de la confección y de algunas tiendas de autoservicios, en donde los niveles de rotación del personal son altísimos. Por esto, el desafío que enfrenta el país es no solamente generar empleos, sino que cumplan con una condición: sean "trabajos decentes"; se trata, en consecuencia, de la calidad del trabajo.

La Organización Internacional del Trabajo (OIT) ha venido difundiendo desde hace algún tiempo el concepto de trabajo decente como un nuevo paradigma que sintetiza la relación causal de cuatro aspectos centrales, verdaderos objetivos de cualquier política activa de empleo: creación de nuevos puestos de trabajo, con mejorías en la protección social que ofrecen, que se constituyan, a partir del diálogo entre capital y trabajo, lo que tendría implicaciones fundamentales en el proceso de desarrollo económico.

El trabajo decente en nuestro país exige mejorar las remuneraciones reales de los asalariados, que durante los 18 años de neoliberalismo, se han reducido sistemáticamente, gracias a una política clara de contención salarial en la que la norma ha sido aumentar los mínimos con base en la inflación esperada. Este lineamiento ha implicado que anualmente los asalariados hayan perdido capacidad de compra a través de dos vías: por la diferencia entre la inflación observada y la esperada, esto es la del año cero contra la del año uno; y por la diferencia entre la meta y el resultado. Se podría decir que en 1999 la inflación fue menor a la meta y que esto volverá a ocurrir en el 2000, de modo que estos dos años no sólo no ha habido pérdida, sino ganancia; esto es cierto, pero en los 16 años anteriores se deterioraron drásticamente los salarios reales.

El planteo de Carlos Abascal, coordinador para asuntos laborales del equipo de transición, de que en la próxima administración "no habrá promesas populistas en torno a empleos y aumentos salariales" y que tampoco empezará a "repartir una riqueza que no existe", obliga a recordar que Fox no sólo prometió, sino se comprometió con metas específicas de creación de empleo y de incrementos salariales, y que es indudable que en este país hay riqueza, pero extraordinariamente concentrada. Un solo dato lo comprueba: en Canadá, el 10 por ciento más alto recibe 11.7 veces más que el 10 por ciento más pobre; en España la relación es de 11.2 veces, mientras que en México es de 31.9 veces. Es claro, entonces, que se requiere más que un "humanismo profundo"; hace falta entender que aumentar los salarios reales no es necesariamente inflacionario, como lo muestra la experiencia reciente, por lo que es posible iniciar un proceso serio de recuperación salarial sin afectar los equilibrios económicos.

El presidente electo puede, y debe, honrar su palabra; veremos si lo hace.