JUEVES 26 DE OCTUBRE DE 2000

 

Ť Adolfo Sánchez Rebolledo Ť

Madrazo y Fox

Tabasco prueba que la madurez democrática exige mucho más que reglas claras. Bajo la máscara de las cifras y las formas legales, allí persisten los viejos vicios electorales, las mismas conductas que acabaron por convertir al PRI en un obstáculo mayor para la modernización política del país. La grave situación tabasqueña plantea dudas más que razonables en cuanto a la imparcialidad, autonomía y profesionalismo de las autoridades electorales locales, cuestiona severamente la legitimidad del proceso en su conjunto, y arroja una sombra sobre el futuro del proceso que tuvo su punto más alto el 2 de julio.

El gobernador Madrazo, lejos de mantenerse a prudente distancia, se ha convertido en el protagonista principal de este escándalo, sea que gane o pierda el candidato Andrade. El propició la derrota interna de Arturo Núñez, a quien ahora busca expulsar del PRI, y consiguió desde el gobierno los votos para su delfín. Esa es una realidad que nadie puede negar, pues el mismo gobernador ha querido dejar constancia de su intervención, antes y después de los comicios. De eso no hay duda.

Lamentablemente no estamos ante una entelequia incapaz por ello de contaminar la vida política nacional. Todo lo contrario. En Tabasco resurge el caudillismo, nervio vital del autoritarismo mexicano, en consonancia evidente con las aspiraciones de innumerables priístas que, dada la orfandad en la que se hallan y su fuerza real, buscan el alivio de una mano firme. Tabasco es la revancha que muchos esperaban para salir de la confusión del 2 de julio sin abandonar los viejos métodos, en un afán nostálgico de reconstruir su presencia sobre los mismos cimientos, aunque cambiando la fachada.

Cierto es que las cosas no salieron como seguramente esperaba el gobernador tabasqueño; pero, a pesar del desgaste causado por los comicios, Madrazo es todavía el único de los dirigentes priístas en activo que tiene una agenda precisa para ponerse a la cabeza del partido, toda vez que los intentos democratizadores de los demás, a pesar de críticas a deshoras y golpes de pecho tardíos, no avanzan, no existen o se expresan con cansina timidez esperando mejores tiempos. Puede ser que los recientes sucesos empañen las pretensiones del gobernador, pero es indiscutible que una buena parte de la cúpula priísta ve con buenos ojos el ascenso de Madrazo como la vía para recomponer el partido, aunque se tenga que pagar por ello el precio de una cierta división.

También se ha dicho en estos días que hay entre Fox y Madrazo un pacto para darle la victoria al PRI a fin de garantizar la estabilidad interna en el más grande e influyente de los partidos nacionales. Sin embargo, no hay pruebas de que esto sea así, salvo la negativa del presidente electo a refrendar las críticas de su propio partido a los comicios, pero es obvio que Madrazo sí está interesado en venderle al nuevo gobierno la idea de que él es "el bueno" en su partido y puede que tenga éxito. La clave será, por supuesto, la decisión final del Tribunal Electoral.

El caso está en chino. Aun si los partidos ofrecen pruebas suficientes para acreditar sus respectivas posiciones, el tribunal tendrá que pronunciarse en una situación plagada de riesgos dada la carga política del asunto. Debe resolver el litigio conforme a la ley y tiene que hacerlo sin crear un problema mayor que el original. Si acepta el resultado del Instituto Electoral Estatal (y en su caso del tribunal local) y emite una resolución favorable al PRI, se reactivará la llama de la desconfianza que casi se había apagado con la alternancia. Si desconoce el triunfo de Andrade, la decisión posiblemente desatará la guerra interna en el PRI, con efectos inmediatos sobre el gobierno de Fox. Si Madrazo vence, el nuevo gobierno tendrá que lidiar con las críticas de su propio partido que pidió anular las elecciones y, desde luego, con la oposición perredista, proclive a no confiar en la imparcialidad del máximo tribunal electoral. Si al fin se reconoce el triunfo del PRI, será difícil superar el estigma de que hubo una concertacesión entre el presidente electo y Madrazo. En cualquier hipótesis se echa de menos la existencia de un clima favorable para que las partes en conflicto acepten en buena lid la decisión por venir de los tribunales. La pregunta que sigue es: Ƒquién asegura la futura gobernabilidad en Tabasco?

Mientras se halla una respuesta, Fox deshoja la margarita aquella de la "sana distancia" y espera.