MIERCOLES 25 DE OCTUBRE DE 2000
Ť Arnoldo Kraus Ť
Israelíes y palestinos
La distancia del conflicto entre israelíes y palestinos es corta. Por el horror de la guerra, por la presencia del odio y de los muertos, sean unos, sean otros. También porque, como en otras ocasiones, los problemas del Medio Oriente son motivo para mezclar posturas antiisraelíes con manifestaciones, veladas o no, de antisemitismo. La prensa mexicana ha acercado el conflicto y reaviva el tema judío.
En La Jornada, por ejemplo, se ha hablado de los "nazis israelíes", de "los gobernantes de Israel resultante del Holocausto (sic)", de "el racismo oficial --de Israel-- a la Hitler", de la "...fuerza económica de la colonia judía en México que está acallando a la prensa respecto del genocidio que sufre día a día el pueblo árabe". En otras fuentes se dice que "los judíos de todo el mundo deberían revisar su conciencia, vivir la realidad y no sólo el Antiguo Testamento, y decidir si se sienten solidarios de un gobierno (sic), semejante al de Hitler", de "los anti-Auschwitz", de que "esa posibilidad de guerra continuará mientras el pueblo judío no se libere de los falsos valores y símbolos que le han inculcado sus líderes e ídolos", y otra serie de comentarios a los cuales habría que agregar citas y datos equivocados.
La guerra está en todas partes. Son campo fértil para que estalle cualquier petardo, corresponda o no, a la confrontación. Son, asimismo, inmejorable escenario para manifestar odio e intolerancia. El problema es que las pasiones se confunden, las posturas se radicalizan, la sinrazón prevalece y la esperanza muere, y muere y sigue muriendo. La obligación de los opinadores, aunque nada (o casi nada) valga, debería tender a la conciliación. El juicio sensato, la voz inteligente, son mejor eje que la reprobación a ultranza. El mundo está enfermo de fundamentalismo.
Si hubiese que opinar a vuelapluma sobre las prioridades del conflicto palestino-israelí, recargados en la historia y en la ética como urgencia mundial, dignidad para los palestinos y seguridad para los israelíes serían los ejes centrales. No puede aspirarse al fin de la violencia si no se alcanzan esas circunstancias. La seguridad de los segundos depende no sólo de la actitud de los palestinos, sino de las conductas de los grupos extremistas regados y alentados por las naciones árabes, de los mismos gobiernos árabes y de todas las naciones interesadas en las riquezas y en la importancia estratégica del Medio Oriente. Pocas naciones han sufrido tanto del terrorismo como Israel.
En las últimas semanas, algunos imanes han predicado asesinar judíos. En Alemania han explotado bombas en sinagogas. En París, en Estados Unidos y en otros sitios han apedreado escuelas judías y agredido a sus miembros. Ese es otro brazo de la conflagración y muestra del peor de los fantasmas: el terrorismo.
Vivir con dignidad es una urgencia para los palestinos. Es evidente que Israel debe buscar cómo destrabar el conflicto y encontrar las vías para dialogar nuevamente con Arafat, quien, en ocasiones, no parece convencido de que cualquier "mala paz" es mejor que la guerra. Es también preclaro que figuras como Sharon o la creciente y lamentable presencia de judíos fundamentalistas enturbian ese proceso. Lo mismo sucede con la grandilocuencia de los líderes árabes, recientemente reunidos para tratar el embrollo palestino-israelí. Deberían encontrarse antes de las guerras y no ofrecer apoyo bélico a los palestinos cuando asoman los combates, sino escuelas, medicinas, arados y dignidad que los aleje de la miseria. Debe recordarse, además, que el único punto de cohesión entre los árabes, amén de la religión, es el odio contra Israel. Malhadada coincidencia. Poco se habla de los bombardeos de Hussein que diezmaron y mataron a miles de palestinos y de la responsabilidad, llamémosle "fraternal", de la Liga Arabe hacia los palestinos. Es cierto: sin una vida digna para los palestinos, la paz nunca llegará. Esa obligación deben compartirla israelíes, árabes y las potencias interesadas.
La prensa ha mostrado los rostros de niños y jóvenes palestinos luchando contra los israelíes. Colocarlos al frente de la batalla es una irresponsabilidad y un sacrificio amarillista. Los soldados israelíes tampoco son mayores: se enlistan a los 18 años. En esas tierras, la mayoría de los asesinados es inocente. Sin dignidad para los palestinos y seguridad para los israelíes, todo escrito es yermo, toda guerra infinita, todo esfuerzo por la paz inútil y cada muerte resumen de odio e intolerancia.