MARTES 24 DE OCTUBRE DE 2000

 


Ť Teresa del Conde Ť

Gabriel Orozco

Aunque la trayectoria de Gabriel Orozco ha originado ya un buen número de escritos, no es del todo fácil referirse a sus obras porque él, como sucede con todos los artistas, es el primer espectador de las mismas, pero a diferencia de pintores, escultores o colaggistas como Francisco Toledo o como Jorge Yaspik e Irma Palacios, que van buscando los efectos, es el único que sabe por qué es buena ocurrencia alterar la mesa de billar (las ha habido alteradas de distinta manera por otros artistas) o por qué hay que modificar las dimensiones del elevador, de manera tal que su posible funcionalidad quede en entredicho. No sólo eso, al introducirse en él, el espectador copartícipe puede sentir que se encuentra en una alcantarilla y que por tanto está bajo tierra.

Mi primera acompañante a la muestra de Gabriel fue mi nieta ''adulta" que acaba de cumplir cinco años y que ha visitado conmigo muchas exposiciones. Nos introducimos en esa cabina. Me preguntó si era ''de Orozco", no, Teresa (así se llama), le respondí: es de Gabriel Orozco, el Orozco que tú conoces conmigo es el único que puede llamarse, por ahora, Orozco a secas. Bueno, me dijo, de todos modos, si el elevador subiera, nos dejaría en la banqueta y señaló hacia arriba. Después de eso me pidió que la alzara junto a la mesa de billar, que me señalaba con insistencia. Había un jugador que practicaba incesantemente. Ella quiso tocar la mesa, pero el custodio con muchísima delicadeza se lo impidió. ƑEs escultura, abuela? Sí... Pero creo que Gabriel Orozco te dejaría tocarla y si estuvieras mucho más alta, tú también podrías tomar un taco y practicar. Me indicó que los árboles tenían hostias pegadas, pero que no eran comibles y estuvimos mirando largo rato los ventiladores agitando el papel higiénico que a mí me produjeron realmente un efecto poético. La pieza que congrega mayor número de espectadores es el Citröen, pero se debe considerar que es la más reproducida y tal vez la mayormente famosa de todas. Un tercio al menos de la parte central fue suprimida, con lo que el diseño ganó en esbeltez y en ligereza. Este proceso de adelgazamiento, pensé, podría haberme servido de ejemplo para mi conferencia en el Hospital Angeles sobre arte y obesidad, misma en la que tenía que comentarse su contrapartida, la disminución del volumen. El Citröen me hubiera funcionado de maravilla para contrapesar las naturalezas muertas de Botero.

Ya conocía muchas piezas, pero esta es la primera vez que las veo juntas. No puedo negar la filosofía comprimida que en varias de ellas se da, ni tampoco dejar de admirar la idea de que el mural de la Cerveza Sol (algo reminiscente del sol azteca) es un acierto. ƑPor qué? Porque a partir de verlo empecé a fijarme en los espectaculares ''normales" que en el ámbito citadino anuncian ese producto: la verdad es que el diseño, el color, la caligrafía son excelentes. Gabriel realizó, pienso, un homenaje a su padre y al diseño publicitario bien llevado, tal y como quería el surrealista Robert Desnos que sucediera. Entonces me acordé de que éste fue, antes de Prévert, el primero en tratar de fundir la voz surrealista con el lenguaje popular. La raíz de Gabriel Orozco anda por allí y es seguro que él lo sabe bien, porque nada, absolutamente nada, nace de la nada. Pero sus raíces andan también por otros lados. No puedo olvidar a su padre: Mario Orozco Rivera, hombre de izquierda, muralista no muy afortunado como pintor y obsesivo radioescucha de Radio UNAM. Durante la última etapa de su vida intervino en cuanto programa a teléfono abierto hubo. Ahora extraño sus intervenciones.

El tiempo en el que emerge un artista es fundamental para el éxito de su trayectoria. Años atrás le hubiera sido difícil a Gabriel Orozco la obtención del merecido reconocimiento internacional que guarda y quizá, de despuntar más tarde, también.

Está incluido en una importante publicación reciente que Taschen dio a luz: L'Art au Tournatn de l'an 2000. Es el único mexicano que allí aparece. El volumen editado por Burkhard Riemschneider y Uta Grosnik reúne en sus 561 páginas con breves textos y buenas ilustraciones casi sólo instalaciones y fotografía. El otro latinoamericano que allí está presente (aunque por desgracia ya falleció en Miami) es el cubano Félix González Torres (1957-1996). Su poética estuvo a la altura de la de Gabriel: las asociaciones de aquél se antojan producto de procesos cognitivos emparentados con los que Gabriel, siendo ambos muy distintos artistas entre sí, lo único que compartieron (aunque dudo que se hayan conocido) es el amor por el billar y por otros juegos.

El libro-catálogo de Gabriel Orozco se convertirá en volumen de colección: todavía no lo obtengo, pero es muy probable que en otra nota lo comente, tomando en cuenta que tres colegas suyos: Abraham Cruzvillegas, Gabriel Kuri y Damián Ortega aportan escritos, así como la curadora del MOCA Los Angeles, Alma Ruiz, además de Molly Nesbit y de Benjamin H.D. Buchloh.