Lunes en la Ciencia, 23 de octubre del 2000



Glorioso, el pasado de la institución

IPN, un siglo XXI lleno de retos

Octavio Paredes López

La búsqueda de los antecedentes del Instituto Politécnico Nacional conduce indefectiblemente a los grupos prehispánicos mesoamericanos, que a partir de elementos sencillos desarrollaron una singular tecnología poco valorada y comprendida al momento de su encuentro con la cultura española; dentro de sus avances destacan los de ingeniería hidráulica, el mejoramiento genético de diversos materiales, la nutrición racional basada en la rica biodiversidad y sus sobresalientes conocimientos de astronomía.

Son pocos los desarrollos de la educación técnica del país durante los 300 años de la Colonia; después de la Independencia se tienen algunos logros como consecuencia de la Constitución de 1824. Al inicio del siglo XX, sin duda el acto más significativo en la educación es la apertura de la Universidad Nacional en 1910, y posteriormente la conformación de la enseñanza técnica bajo la guía de Vasconcelos con la creación de la SEP.

En 1936 el denominador común en México era un sistema educativo que en su conjunto preparaba preferentemente profesionales en las carreras liberales y humanísticas, ya que las de ingeniería y de tipo técnico eran vistas con muy poco interés. En ese entorno, Lázaro Cárdenas decreta oficialmente la creación del IPN bajo la diligente supervisión de Bátiz Paredes y de otros mexicanos muy distinguidos.

portada El novedoso modelo educativo del Politécnico y la incursión en áreas técnicas estratégicas no cubiertas en el país rápidamente empezaron a llamar la atención de la sociedad mexicana. Sin embargo, el bajo nivel económico de sus estudiantes, procedentes en su mayoría del campo y de los pequeños poblados -jóvenes que por ello disfrutaban de becas de manutención- y la poca atención que al principio se prestó a las materias humanísticas y sociales dieron pie para que algunos consideraran a sus egresados técnicos con baja preparación.

Las grandes actividades tecnológicas en que el personal formado participó y participa fueron y son demostración plena de su gran capacidad. Otra de las grandes hazañas fue la creación hace casi 40 años del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados del IPN (Cinvestav) por parte de Eugenio Méndez Docurro, acompañado de otros visionarios egresados del mismo.

Dicho centro arrancó con modalidades estructurales para la investigación poco conocidas en México. Igualmente, los politécnicos fueron pieza clave para la construcción del sistema educativo tecnológico en todas las regiones del país, con el que es menester interaccionar ahora mediante nuevas modalidades.

En el terreno de la autocrítica es oportuno reconocer que en las últimas dos décadas no se han hecho los esfuerzos necesarios por mantener y mejorar los niveles de excelencia que caracterizaron siempre a las escuelas del IPN, como consecuencia de los bajos presupuestos recibidos y de los padrinazgos burocráticos, pero quizá también debido en parte a la pérdida parcial de la mística de trabajo que mostraron siempre sus egregios fundadores; por todo ello, algunos de sus mejores hombres y mujeres han emigrado a otras instituciones en búsqueda de horizontes más propicios para su trabajo educativo y de investigación. A gran parte de los académicos que han permanecido en el IPN francamente debe atribuírseles una buena dosis de heroísmo, en virtud de las condiciones frecuentemente precarias que tienen para desarrollarse, a excepción del Cinvestav y algunos otros pocos grupos.

Y aunque en este último sexenio las autoridades y la comunidad han hecho esfuerzos importantes por mejorar, y cuando se creía que los vientos soplarían en la dirección correcta porque el presidente Ernesto Zedillo es egresado de sus aulas, el presupuesto real no sólo no aumentó, sino tendió a disminuir por estudiante; por consecuencia, el número de sus miembros en el Sistema NacionaI de Investigadores sigue siendo bajo, así como los programas de posgrado registrados en el padrón del Conacyt.

En estos momentos de cambios y oportunidades en el país, el IPN tiene que establecer programas de entrenamiento continuo a su personal de todas las categorías y rejuvenecer la planta académica, y debe crear los espacios físicos óptimos para sus estudiantes y para la generación de conocimientos científicos cuyo denominador común y único requisito sea la calidad. La educación por medio del Politécnico virtual debe reforzarse y complementar las acciones previas, así como la interacción con la sociedad en todos sus niveles; y la comunidad politécnica debe insertarse más insistentemente en la libre discusión de las ideas que promuevan la depuración del pensamiento crítico, reflexivo y responsable.

El IPN del siglo XXI debe ofrecer una educación de mayor calidad, que garantice un óptimo desenvolvimiento de sus egresados; que el sujeto aprenda a aprender, a hacer y, lo más importante, a ser. Sus egresados deben representar a los agentes de cambio capaces de contribuir a lograr la transformación armónica y equilibrada de una sociedad que todavía tiene viejos reclamos históricos de bienestar y progreso. Existen en el país suficientes espacios académicos y científicos, y es ahí donde el IPN puede y debe continuar ejerciendo, como en el pasado, un liderazgo indiscutible para bien de la tecnología y de la cultura tecnológica de México.

El autor es director del Cinvestav-Irapuato, Unidad de Biotecnología e Ingeniería Genética de Planas del IPN.

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