LUNES 23 DE OCTUBRE DE 2000
Ť Iván Restrepo Ť
Prosperidad y falta de equidad
Con motivo de las campañas de los dos candidatos que se disputan la presidencia de Estados Unidos, los analistas políticos han sacado a relucir el floreciente periodo en que se encuentra la economía del vecino país.
Algunas cifras ilustran ese optimismo: con apenas 4.5 por ciento de los habitantes del planeta genera poco más de la cuarta parte de la riqueza del mismo. Su producto global equivale a la suma del de Japón, Alemania y Francia. Sus exportaciones representan 18 por ciento de las efectuadas por todos los países de la Tierra, mientras que sus importaciones ascienden a 21 por ciento de las que se realizan en el mundo.
Por otro lado, Estados Unidos parece estar cosechando desde hace años los frutos de una tercera revolución industrial, gracias a las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, lo que le ha permitido aumentar notablemente la productividad del trabajo y la demanda de empleos.
Sin embargo, esa poderosa economía tiene también problemas que las autoridades han tratado de hacer menos graves dentro de una estrategia calificada como de "suave aterrizaje", donde los factores que juegan en torno a la inflación, el gasto público y el déficit comercial (para citar apenas tres elementos) son manejados según el comportamiento que registra la economía que absorbe una parte sustancial del ahorro del mundo.
Uno de esos problemas radica en que esa prosperidad tan sobresaliente y envidiada no va de la mano de la equidad a la hora de distribuir el ingreso y los recursos.
Un reciente estudio de la Reserva Federal muestra, por ejemplo, que mientras el ingreso de 10 por ciento de las familias más ricas creció entre 1988 y 1998 algo cercano a 5 por ciento, el ingreso de los más pobres se incrementó apenas 1 por ciento en el mismo lapso.
Especialmente esta última década del siglo se ha querido vender al mundo subdesarrollado la idea de que la prosperidad y los avances tecnológicos, la globalización y la informática, la sociedad en red, permitirá a millones de personas salir de la pobreza, que servirá para lograr una distribución más equitativa del ingreso y los recursos, y para detener el uso irracional de la naturaleza: bosques y selvas, áreas costeras, agua, hidrocarburos, etcétera.
Los reveladores datos que en estos días se conocen sobre lo que sucede con la economía y la sociedad estadunidense muestran algo diferente: los notables avances tecnológicos, y en otras áreas del conocimiento, y la producción, refuerzan las elites existentes, permiten el ascenso de un selecto grupo, mientras se acrecienta la desigualdad y la polarización. Por un lado, están los pocos que gozan de enorme prosperidad, y por otro, pueblos pobres marginados totalmente del progreso.
En el caso de México, la sociedad que llega al fin de siglo está muy lejos de mostrar signos de una mayor igualdad. Todas las estadísticas oficiales confirman la concentración del ingreso y la riqueza en una parte muy pequeña de la población: 10 por ciento controla casi 40 por ciento de la riqueza y el ingreso, mientras suman millones los que vieron agudizar su pobreza y su miseria.
Ese injusto modelo económico y social no tiene visos de variar, si nos atenemos a los planes expresados por quienes asumen sus responsabilidades administrativas en unas semanas más. Por muy buenas intenciones que tengan de variar el estado de cosas imperante, el nuevo gobierno es prisionero de los compromisos adquiridos en aras de la globalidad y de los personajes que en México se han beneficiado, como nunca, de la riqueza nacional.