Los Ángeles. Un tranquilo atardecer de verano, un camino que corre en el campo entre colinas, bosques y lagos, un maestro del horror rico y famoso que realiza su paseo cotidiano, pasa una camioneta y lo embiste a setenta kilómetros por hora, dejándolo casi moribundo. El escritor se recupera lentamente, pero sale transformado de ese accidente. La pequeña ciudad donde lo consideraban un dios se encuentra dividida y empiezan a verlo con una mezcla de curiosidad y de aprehensión.
Esa podría ser la premisa para un nuevo libro de Stephen King, por ejemplo, una variación de su Christine, la máquina infernal, historia de un automóvil poseído por el diablo, o de su Misery, el bestseller en el que un escritor sufre un grave accidente de auto y es salvado y luego hecho prisionero por una de sus fans que lo obliga a escribir sólo para ella.
Pero en vez de escribirla, esta es una historia que King está viviendo de verdad, desde que en junio del año pasado un tal Bryan Smith, al volante de una camioneta, se distrajo con su perro rotweill y atropelló a King de frente, haciéndolo saltar sobre el parabrisas y dejándolo con el fémur hecho pedazos, el cuero cabelludo lacerado, un pulmón desgarrado, numerosas costillas rotas y la pierna y la rodilla derecha fracturadas. El autor de El resplandor, Cujo y Cementerio de mascotas está vivo de milagro y ahora, luego de siete operaciones, probablemente deberá resignarse a cojear por el resto de su vida. King también ha perdido peso. En las raras ocasiones en que aparece arrastrándose con muletas en uno de los restaurantes de Bangor, la pequeña ciudad de Maine, donde reside en una morada gótica de treinta habitaciones y que tiene un portón de metal que representa a murciélagos, aparece pálido y débil. Y eso no es todo: el accidente también parece haber dejado una huella interna en el hombre, en su carácter y su comportamiento.
Al principio King había aceptado las excusas del señor Smith, pero luego decidió que las excusas eran demasiado poco, quiso hacer una denuncia en su contra y se ha empeñado en una batalla judicial para que le retiren el permiso de conducir de por vida. Por último, en vez de intentar olvidar el vehículo que lo golpeó, King ha gastado mil 600 dólares para adquirirlo y ahora lo tiene en el garaje mientras espera el día en que tenga la fuerza para deshacerlo a mazazos. ¿Acto de venganza? No serviría de nada, responde el escritor. Pero independientemente del hecho de que el señor Smith pueda ser un tipo más o menos bueno, lo cierto es que es un pésimo conductor.
2500 palabras al día
En Bangor, en donde King es reverenciado desde hace un cuarto de siglo porque, además, ha regalado dinero para construir bibliotecas y un campo de beisbol bautizado como Field of Screams (campo de los aullidos), hoy sus conciudadanos están divididos. Hay quien dice que King hace bien en buscar justicia; hay quien afirma que está obsesionado y que ha usado indebidamente su influencia para presionar a los jueces y a la policía. El King posterior al accidente es otro, dicen. Pero lo que preocupa más a los millones de fans del escritor convertido en sinónimo de american gothic, es el hecho de que no sólo entre sus vecinos, sino también en los círculos editoriales muchos empiezan a preguntarse si volverá alguna vez a publicar.
Stephen Edward King es uno de los más prolíficos autores contemporáneos. A partir de 1974, después de que un editor finalmente le aceptó su manuscrito de Carrie (tras veintitantos rechazos y luego de que el mismo King lo había tirado al cesto de papeles), ha publicado treinta y tres novelas y alrededor de veinte relatos. A partir de sus libros 300 millones de ejemplares vendidos y traducidos a treinta y tres lenguas se han filmado veintisiete películas. La última, Milagros inesperados (The Green Mile), ha recibido cuatro nominaciones al Oscar. Es la historia de un gigante negro que hace milagros y que está encarcelado esperando el brazo de la muerte; con Sueño de fuga (The Shawshank Redemption) es otra historia de King ambientada en una cárcel.
Pero después del accidente la proverbial disciplina y capacidad de producción de King se ha roto. Escribía todos los días cuando menos cuatro horas cada mañana, produciendo un promedio de dos mil 500 palabras. Ahora, si bien le va, logra trabajar noventa minutos. En estos últimos meses no ha escrito más que un breve tratado sobre el arte de la escritura, titulado On Writing, y unos cuantos relatos sobre los que vuelve continuamente. Pienso que Stephen escribirá siempre, pero que se decida a publicar es otra cosa, comenta Judy Sherman, gerente de Bettes Bookshop, una librería de Bangor donde sólo venden libros de King. Otros confirman anónimamente la misma duda, alimentada por las no tan sibilinas palabras del propio autor, quien ha declarado que al principio se sentía bloqueado, como un principiante frente a la famosa página en blanco. Pero en el curso de una inesperada entrevista por televisión, King ha dejado escapar un tal vez habrá algún otro libro, tal vez no. También ha hecho saber que su resistencia está muy disminuida. Y mientras permanece la hipótesis de que King ya no producirá más, una famosa entrevista concedida el año pasado al Daily Telegraph, que para algunos se ha convertido casi en una profecía, continúa siendo objeto de debate y discusión. Un escritor tiene un número finito de historias que contar y yo estoy cerca del final, declaró; no quiero caer en la autoparodia, no quiero volverme un Harold Robbins...
King es una máquina de hacer dinero que ha sabido vender más ejemplares que Michael Crichton y John Grisham. Hace un par de años, en el curso de una misma semana, tuvo libros en el primero, el cuarto, el décimo, el duodécimo y el décimo cuarto lugares en la clasificación del New York Times. No por casualidad, pocos meses después del accidente hizo saber que quería renegociar su contrato; la Simon & Schuster en los Estados Unidos y la Hodder & Stoughton en Londres han aceptado condiciones que podrían llevar a los bolsillos de King la hermosura de cuarenta y ocho millones de dólares. Su musa ha regresado, de nuevo se ha vuelto muy productivo y lo mejor todavía no ha llegado, afirma Martin Neild, director general de la empresa británica.
No obstante la seguridad o los exorcismos de sus editores, la duda sobre si King podrá o querrá volver a publicar permanece, aun cuando el autor haya empezado a demostrar que no sólo sabía ganar millones de dólares, sino también el respeto de sus pares y de los críticos. Como Steven Spielberg en el cine, King también ha empezado la búsqueda de su Lista de Schindler, explorando nuevas direcciones. Si uno lee los primeros trabajos de King, libros como Cujo, por ejemplo, se descubre que son más bien crudos y que la única finalidad es la de impresionar y espantar al lector. Cuando leo esos libros, me gustaría desaparecer, admite el mismo autor. Pero con el paso de los años, su prosa se ha vuelto más sofisticada y su temática se ha ampliado.
La atención de la crítica
King siempre ha afirmado que el talento literario es un factor natural, pero que también es algo que se adquiere y se desarrolla con la voluntad y el estudio. Y un libro como The Green Mile, publicado por entregas y que aborda la cuestión de los inocentes condenados a muerte, le ha revelado a muchos que sus esfuerzos no han sido en vano. También ha gustado su Bag of Bones, que curiosamente tiene como protagonista a un escritor que decide dejar de publicar cuando está en la cúspide de su genio narrativo. Luego sigue el último bestseller, Corazones en la Atlántida, una colección de cinco relatos oníricos sobre la experiencia de Vietnam en los que King señala con el dedo a una generación que había tenido la oportunidad de cambiar todo y ha terminado ocupándose únicamente de la bolsa de valores y de los jeans de marca: Como la generación perdida de los años veinte, sólo que algunos de sus protagonistas cuando menos tuvieron la decencia de seguir siendo borrachos. Nosotros no hemos sido ni siquiera capaces de eso.
En su crítica a Corazones en la Atlántida, el Village Voice comenta: Si Stephen King logra reinventarse y conquistar la atención crítica que merece, no se rescataría únicamente su carrera, sino todo el género gótico, mediante uno de los pocos actos verdaderos de transformación literaria.
Aunque todavía no era un Philip Roth, King estaba logrando el respeto de los críticos que siempre lo habían eludido. Pero luego siguió aquel atardecer en el camino cerca de su casa, con aquel maldito accidente. Y algunas declaraciones suyas que años antes habían parecido inocuas observaciones de un artista excéntrico, ahora adquieren otro sabor. King ha confesado tener una mente muy retorcida y enferma. En otra ocasión declaró: No es de excluirse que también podía haberme convertido en uno de esos hombres que suben a una torre en Texas con un rifle y se ponen a disparar. Pienso que soy naturalmente agresivo y que una parte de mi agresividad se canaliza en el trabajo. Pero desahogarse en el trabajo se ha vuelto para él un sufrimiento. Y los pocos que de tanto en tanto logran verlo se preguntan si no será hora de que Stephen King acepte buscar inspiración en Stephen King, tal vez el personaje más imprevisible y singular de su rico universo gótico.