La Jornada Semanal, 22 de octubre del 2000  
 

UNA MONJA EN LA PENUMBRA
 

Los salesianos se hicieron cargo de la originalísima iglesia de Santa Rosa de Viterbo de Querétaro por varios años y, hace unos meses, el obispo Gasperín, persona visceralmente interesada en los bienes raíces y en las reivindicaciones de los inmuebles, los puso de patitas en la calle y entró con sus huestes seculares al monumento construido con alma y talento por el prodigioso alarife Mariano de las Casas.

Algunos tesoros artísticos, la mayor parte en pésimo estado, sobrevivieron a la incuria salesiana (como prueba de su insuperable mal gusto está su teatro sin actrices y con las más insoportables moralejas. Dejaron en el altar mayor ­neoclásico de carpintería que suplantó al original barroco­ una escultura de San Francisco de Sales señalando el camino del cielo a un Santo Domingo Sabio más cursi que un diputado verde homenajeando a su papi), y ahora se llenan de polvo, humedad, sombra y olvido bajo el peso de la incuria de una Curia muy interesada en los bienes terrenales, pero que ni siquiera por razones mercadotécnicas ha intentado mejorar sus conocimientos artísticos o, por lo menos, solicitar el auxilio de los especialista en esos temas.

Acompañado por la Maga Peña y Luis Tovar, entré a la tenebrosa sacristía del prodigio barroco. La inquietantemente hermosa Madre Neve era apenas el blanco resplandor de su hábito manierista, pues mandaron quitar el foquito mosqueado que cada siete u ocho meses cambiaban los salesianos. Los desaforados apóstoles lucen limpios y bien restaurados en la sacristía. Lo mismo algunos cuadros, pero al fondo, en un cuartucho húmedo, languidecen las esculturas en madera de los doctores de la ley y se hunden en la sombra, atacados por polillas, manchados y devorados por el polvo, los retratos de varios frailes de mirada siniestra y de rasgos más bien caricaturescos. Apenas logramos entrever sus narices puntiagudas, sus orejas de Nosferatu, sus calvas amarillentas y sus manos engarfiadas. Bajo la mirada recelosa de los sacristanes y de las señoras de la limpieza, regresamos al templo y nos topamos con una estampa atroz incrustada en una hornacina. Nos golpeó el anacronismo que no funcionaba ni como una burla kitsch, pues era un producto involuntario de la ignorancia y del mal gusto.

Conviene, ahora que se están discutiendo tantos aspectos de la vida cultural y artística del país, recordar la forma en que la jerarquía eclesiástica ha tratado los monumentos y obras de arte religioso. En muchos lugares del país todavía pueden verse las atrocidades “restauradoras” realizadas por párrocos zafios e ignorantes: iglesias pintadas de colores increíbles, atrios conventuales destrozados, esculturas e imágenes del kitsch decimonónico y de las primeras décadas del siglo pasado (Cristos rubios y de ojo azul, santas y santos del apogeo de la cursilería misticoide...) ocupando un extraño lugar en las hornacinas barrocas; espadañas destruidas para poner en su lugar torres indescriptibles, el auge del neón dentro y fuera de los recintos religiosos... y, además, la incuria en la que yacen altares barrocos, púlpitos y confesionarios con aires orientales y los pavorosos criterios de construcción de las iglesias nuevas. En algunos arzobispados funcionan comisiones de arte religioso (mucho les ha ayudado, aunque generalmente no le hacen caso, nuestra muy sabia maestra Elisa Vargas Lugo), pero sobre ellas prevalecen los criterios de los presbíteros cursis e ignorantes.

Hace unos días comentaba con Augusto Isla que la Iglesia católica mexicana no ha tenido grandes intelectuales entre los obispos, arzobispos, cardenales y clérigos del siglo que acaba de terminar. Tal vez por eso maneja una cantidad notable de estereotipos para dar forma a sus obsesiones y mantener ­o tratar de hacerlo­ el poder sobre una feligresía que en cosas como el control de la natalidad, el aborto y la sexualidad en general, actúa como los alcaldes de la capital de la Nueva España que se ponían las cédulas reales en la cabeza diciendo: “Se acata, pero no se cumple.” Fray Bartolomé de las Casas, Sahagún, Motolinía, Fray Diego de Landa (primero quemó los códices y luego, arrepentido de su barbarie, escribió la Relación de las Cosas de Yucatán), Sor Juana (su figura llena las letras de todos los años virreinales), Sigüenza, Clavijero, Alegre, Landívar, Abad, Montes de Oca y Pagaza... son algunas de las figuras de valía intelectual del catolicismo. En este momento hay clérigos de notable talento en los países europeos (El Vaticano cada vez piensa menos. Esa declaración trentina sobre la “única y verdadera fe” huele a leña verde y a tontería), y muchos de ellos han sido acusados de heterodoxia y hasta de herejía. En nuestro país, algunos clérigos sostienen posturas progresistas respecto a la situación socioeconómica, pero en las cuestiones de la sexualidad y el control de la natalidad mantienen criterios iguales a los de sus colegas más reaccionarios. En fin... el Espíritu Santo debe andar ocupado en otros rumbos. A nosotros cada vez nos visita menos y parece haber dejado de su mano a los locuaces, erráticos y fundamentalistas jerarcas de su Iglesia.

 
 
Hugo Gutiérrez Vega
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