DOMINGO 22 DE OCTUBRE DE 2000

 


Ť Bárbara Jacobs Ť

Cave canem

Lo que sigue puede parecer un cuento. Yo misma no sé ni puedo saber a qué grado pudiera serlo si lo fuera, o si lo llegara a ser. La cosa es que una tarde a finales de año hace dos o tres, acompañé a mi cuñada María a comprar un colchón que acto seguido debimos trasladar a casa afianzado sobre el techo del automóvil, prohibido como está transportar mercancía de esa naturaleza en un vehículo que no tenga los permisos pertinentes. Se entenderá que hiciéramos el trayecto sobrecogidas de risa; pero también temerosas de que la policía nos detuviera y no lográramos salirnos con la nuestra. (ƑEs válido decir, "salirnos con la nuestra"? ƑEquivale correctamente a, "salirse con la suya"?)

De cualquier forma, llegamos a casa sin problema. El problema, sin embargo, empezó cuando no pudimos bajarnos a abrir y entrar. Echado a la puerta, un perro callejero negro nos lo impedía. Ni mi cuñada ni yo pusimos en palabras qué nos detenía más, si el miedo a que el perro se nos echara encima; o la superstición, alguna, cualquiera, pero desprendible del hecho de que fuera negro. Lo cierto es que, durante un buen rato, permanecimos dentro del coche con el colchón amarrado sobre el techo, encima de nuestras cabezas. El incidente habría quedado entre nosotras, o compartido a lo sumo en familia, de no haber sido que, días más tarde, en la misma entrada, aunque sin el perro negro, tuvo lugar un crimen.

De hecho, el crimen no pasó de ser uno más, y aunque a mí me atraen todos, más interesantes o tan ordinarios como éste, éste se convirtió, para mí, en una intriga personal, que incluso despierta en mí cada vez que lo recuerdo un sentimiento de culpa infundado, sí, pero real. Sucede que asaltaron a un empresario y su madre dentro del vehículo estacionado precisamente a unos pasos de la entrada que digo. A la madre la asfixiaron con un tirón de la mascada que llevaba alrededor del cuello; y a él lo acuchillaron. Parece que madre e hijo salieron del banco y los criminales los estaban esperando en el asiento de atrás del coche en cuestión. La nota que alcancé a leer en la prensa no decía mucho más; salvo que el empresario se recuperaba en el hospital, y que los asesinos de su progenitora no habían sido rastreados todavía.

Y, una vez más, aquí habría quedado el incidente de no haber sido que, días más tarde, en una reunión oí contar a alguien, que conocía personalmente al empresario asaltado, que éste le había contado, como sin duda lo estaría contando a sus parientes y demás relaciones, que, mientras él y su madre efectuaban los trámites que fuera que hubieran ido a hacer al banco la tarde fatídica, su madre le había referido, sin darle tampoco mayor importancia, el sueño que soñara la víspera.

Antes de recogerlo, quiero hacer notar un par de cosas. No me puse la gabardina cuando me senté a escribir estas líneas porque el escritor es detective en cuanto a que debe encontrar su tema dentro de los temas, pero nada más. Si el tema es un crimen, lo que él debe averiguar no es quién es el culpable, y ni siquiera cuáles fueron las causas, sino sencillamente por qué lo atrajo a él. Lo cierto es que si su tema no lo suelta mientras él no lo encuentre, no descansará ninguno de los dos, ni tema ni escritor.

Establecido lo cual, paso a registrar el sueño que la madre del empresario tuvo la víspera de ser asesinada, y que refirió a su hijo momentos antes de ser víctima del crimen. El sueño, pues, consistía en que madre e hijo compraban un colchón que transportaban a casa sobre el techo del automóvil, por calles pequeñas y apartadas para evitar ser sorprendidos y detenidos por la policía; y que, a pesar de que llegaban a casa con bien, finalmente no conseguían entrar y descargar su compra debido a que, a los pies de la puerta, un perro callejero negro que estaba echado ahí se lo impedía.