DOMINGO 22 DE OCTUBRE DE 2000

 

Ť Guillermo Almeyra Ť

Palestina-Israel: la espiral sangrienta

Las resoluciones de Naciones Unidas, desde 1948, condenan regularmente a Israel y son sistemáticamente desconocidas por el gobierno de Tel Aviv. Las últimas, de esta semana misma, han sido también desoídas y Shlomo Ben Ami, ministro israelí de Relaciones Exteriores, nacido sin embargo en suelo árabe, simula no darse cuenta, para rechazar la formación de una comisión investigadora sobre los orígenes infames de la actual Intifada, de que el asesino y racista Ariel Sharon no es "un simple líder de la oposición, que no necesita permiso alguno para visitar lugares conflictivos" cuando pisa premeditadamente suelo sagrado para los musulmanes, acompañado de un regimiento de guardias (y, por supuesto, con conocimiento del gobierno de todo lo que podría implicar su provocación). La mala fe acompaña siempre al cinismo y a la violencia racista.

Así, la condena al terrorismo bárbaro de los desesperados se une a la concesión de altos cargos gubernamentales a terroristas y criminales conocidos (Yitzhaak Shamir fue primer ministro; Sharon, varias veces ministro, y podría próximamente remplazar como primer ministro a Ehud Barak) y el embajador de Israel en México pone en el mismo plano las hondas de los niños ("las piedras también matan", dice) que los balazos en la frente que fulminan a esos infantes, o los bombardeos con helicópteros, mientras irresponsablemente el gobierno israelí dice que Arafat no puede ser el interlocutor para negociar la paz. Si ésta no se trata con el presidente designado por el pueblo considerado enemigo, Ƒcon quién habría que hacerlo: con un sirviente, con un agente del Mossad?

La arrogancia se une al racismo, que considera a los palestinos inferiores e incoherentes, incapaces de decidir lo que les conviene.

De este modo el odio, la avaricia, la arrogancia racista y el terrorismo de Estado impiden hacer concesiones, respetar resoluciones internacionales, y engendran, a su vez, entre las víctimas, odio, impotencia y, por consiguiente, terrorismo y racismo antijudío (no antisemita, porque los árabes son tan semitas como los judíos).

ƑEn qué puede amenazar a Israel un miniestado, casi un bantustán o una reserva india, que no controla el agua, que está fragmentado y dividido por las carreteras militares y las colonias judías presentes en su territorio, y cuyos ciudadanos carecen de ejército y ganan su sustento en Israel? La negativa a aceptarlo proviene del miedo al precedente: a la autonomía, en primer lugar, que estimulará el antisionismo de los árabes ciudadanos de Israel y de la izquierda o de los pacifistas judíos, y también a tener que enfrentar, tarde o temprano, el problema de la reinstalación de los millones de palestinos expulsados violentamente de sus hogares, o el pago de una cuantiosa indemnización por sus tierras y bienes usurpados. El temor a reconocer el Estado palestino no viene en realidad del miedo a perder el Estado israelí, no del pavor a reconocer, de hecho, que sólo la lucha da resultados y paga, o sea, que sin Intifada y sin mártires los palestinos vivirían en tiendas en tierra ajena o serían esclavos en la propia.

El principal agente del antisemitismo y del terrorismo antijudío es el gobierno de Israel que, repito, ha convertido al país en un ghetto dentro del mundo árabe y ha hecho de todos los ciudadanos israelíes víctimas potenciales de un gigantesco pogrom, en el caso de que se unan los países árabes y movilicen incluso a la minoría árabe israelí. El principal promotor del fundamentalismo y del terrorismo religioso es también ese gobierno, con su apoyo a los colonos fascistas en tierras palestinas, con su infiltración en Hamas, con sus potentes lazos con el fundamentalismo judío que tanto pesa en la vida del Estado israelí.

Si quieres paz, prepara la paz. Hambreando y acosando a los palestinos se echa leña a la hoguera de la Intifada, y multiplicando las provocaciones en plenas negociaciones de paz se anula la idea misma de la paz. La rendición sin condiciones de los palestinos está excluida y nadie en la Autoridad Nacional Palestina podría aceptarla ni imponerla a su pueblo. Israel está obligado a tratar. Un lector judío, protestando contra mis artículos, me escribe que "acabaremos con nuestros enemigos mortales, los árabes". Si los israelíes ven a cientos de millones de árabes y musulmanes, desde los niños de pecho hasta los ancianos, como "enemigos" -para colmo, "mortales"-, se encaminan con su racismo al suicidio, pasando quizás por un genocidio sin precedentes. Los nazis como Sharon no pueden condenar a eso a sus conciudadanos. Hay judíos, por suerte, en Israel y en el mundo, que quieren la paz. Y ésta se logra reconociendo al Otro y negociando con él antes de que la espiral sangrienta siga cobrando más víctimas.

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