DOMINGO 22 DE OCTUBRE DE 2000

 

Ť Rolando Cordera Campos Ť

De vuelta a lo básico

El herradero tabasqueño (Ƒo el aquelarre de todos los brujos habidos y por haber?) puede ser la última carcajada de la cumbancha priísta, pero también el principio de una danza tribal del relajo perpetuo. Entre ambos extremos, sin embargo, no está a la vista el justo medio de la democracia elegante, sino un entramado frágil y más bien precario, incapaz de dar cauce a los conflictos de la lucha real por el poder.

Hay que volver a los elementos básicos de la política democrática, si es que vamos a tener, en efecto, un buen estreno de la democracia y un buen gobierno emanado y sustentado en ella. Sin esto, la bruma seguirá mandando en los laberintos de la política del poder, con alternancia y sin ella.

Es importante reiterar que más allá de la movilización o la negociación, la confrontación callejera o el cabildeo, todas ellas prácticas admisibles por la política democrática en cualquier lado, está en el centro de todo la ley, y los procesos que la hacen posible.

Sin partidos y elecciones, y sin los gobiernos que emanan de éstas y se desdoblan en órganos ejecutivos y de deliberación y legislación, no hay manera de asegurar la duración y la reproducción ampliada del orden democrático.

Sin previo aviso, estos vacíos empiezan a ser llenados por el clientelismo y la acción corporativa, y la corrupción y el autoritarismo asoman garras y ambiciones. La democracia, siempre a prueba por la complejidad misma de la sociedad que la hace posible, encara en estas circunstancias el horizonte de su corrosión y la política empieza a hacerse por otras vías. El poder se aleja de la sociedad y los políticos pierden el piso y la relación con la ciudadanía.

Estos son procesos que ahora se viven de nuevo en muchos países de la región, y en otras partes del globo, pero a nosotros que estrenamos democracia deberían ponernos en estado de alerta. Tabasco, así, no debe ser visto como el episodio final de un sistema, sino como la muestra de que el nuevo orden no logra asentarse y requiere de unas acciones políticas que no se producirán por decreto o por la magia de las urnas. Son los partidos, con sus imperfecciones y contrahechuras, los que tienen que realizarlas.

En el principio está la ley, tal cual es, y su vigencia tiene que ser el principio ineludible para cambiarla, si así se quiere. El poder no podrá ejercerse más, no al menos dentro de las coordenadas de la lógica democrática, si esto no se asume y respeta a plenitud. El tiempo de Garrido Canabal ya se fue y no volverá, pero al parecer el modito se quedó bajo las arenas del Grijalva y ahora quiere revivir, con advertencias y amenazas sobre cargas y bloqueos de las nuevas camisas rojas... un tanto desteñidas, por lo demás.

Hay por delante tareas propias de la política democrática que sus actores hoy no registran. Son, por así decirlo, las tareas de a de veras, las que le dan adjetivos y relevancia, así como credibilidad social, a la democracia como forma de gobierno y no sólo como conjunto procesal. A la vista tenemos dos, y hay que registrarlas en la bitácora de estos últimos meses del año.

En primer lugar, está la cuestión del salario mínimo, que se quiere litigar en los medios y las cúpulas de los negocios y del sindicalismo espectral que nos legó Fidel Velázquez, pero que debería ser objeto del análisis de partidos y legisladores, para iniciar ya el camino del reparto y la redistribución del ingreso que por tantos años se ha postergado. Hasta hoy, lo que impera es el viejo discurso corporativo, dominado por la voz de la gran empresa, así como las vetustas formas de una representación sin representatividad, evidentes en el lado sindical, pero también presentes en el flanco de los patrones.

Por último, pero no al último. Si de reparto vamos a hablar, es preciso poner en su sitio el tema de la productividad y la innovación y, de esta forma, el de la educación y la escuela. Dejar de jugar con la educación superior pública, darle espacio y tiempo a la Universidad Nacional para que reflexione y decida serenamente sobre su reforma, debería ser un compromiso de todos. Lástima que no se entienda así, y que desde el Congreso se dejen oír ya las voces de los aprendices de brujo... o de economista.