SABADO 21 DE OCTUBRE DE 2000
Ť Voz prodigiosa
La Negra ofreció un concierto de llanto y alegría
Arturo Cruz Bárcenas Ť Una noche de plata, de azules y blancos; de chacareras y tanguitos, ofreció Mercedes Sosa, La Negra, el pasado jueves en el teatro Metropólitan, en el primero de dos conciertos. Su voz expresó sus sentimientos y se dijo tan sólo intérprete, transmisora de la poesía, del arte de otros que ven el mundo y lo transforman en agua y roca, coraje y raíz, palabra, verbo, llanto y alegría.
''šEsa musiquita!'', expresó con su voz potente y diáfana, con todo el poder de sus 65 años de vida. El ritmo de una chacarera, cadenciosa, hizo que un hombre robusto bailara como si estuviera en las pampas, alrededor de una fogata, en medio de la noche, después de una pesada jornada laboral.
Al ver a ese conocedor de lo criollo, esa síntesis de historia, tierra y sol, alguien por allá muestra con orgullo una bandera nacional de Argentina; los coros se repiten; son ecos de un sentimiento que perdura, que habla y grita desde los ayeres del corazón, de las calles y los cafés, de la dictadura y la lucha por la libertad, por el libre tránsito, la posibilidad de darse un beso sin censura.
Mercedes pronuncia con clara fonía los textos antes prohibidos. La poesía huye del panfleto y da Gracias a la vida, esa imaginación real de Violeta Parra. Fue la cuarta canción de un repertorio que tuvo varios clímax. La Negra dio lo que todos esperaban. Y mantuvo la expectativa. No llegaría Luna tucumana, entre otras.
Pero cuando cantó Niño silvestre, de Joan Manuel Serrat, el estilo del español inundó el espacio. La oscuridad se hizo visible. En su voz, Mercedes mejoró la pieza musical, la hizo universal. Cada semejante es un humano en el discurso de un concierto de iconos latinoamericanos. Porque somos diferentes; tenemos historicidad, realidad y personalidad propias.
No hubo piedad -digámoslo así, por favor- cuando se escuchó Los hermanos, de Atahualpa Yupanqui, y El tiempo es veloz, de Reboll. Un extra: Mercedes baila; toma una parte de su vestido y mira al piso, hacia donde sus pies se mueven y conmueven. Va de un extremo a otro de ese escenario. Pide disculpas por no seguir con ese regalo; aduce que es por el aire de la ciudad.
En fila india se escuchan Todo cambia. Una niña no puede contener el llanto. Se seca con su mano los hilos líquidos. Canta, entre sollozos contenidos, Sólo le pido a Dios, el perpetuo recordatorio de que hay otros, millones, que sufren y están solos, más solos que nosotros.
Llegó un momento de optimismo: Ojos azules, que por acá se fusilaron Los Llayras, grupero de cumbia andina (así le llaman). De Fito Páez: Dale alegría a mi corazón, ese tema que al oírlo dan ganas de vivir con intensidad, porque se toma conciencia de que la vida es más corta de lo que uno piensa. Se revienta una rola de Charly García y eso ya es otro rollo. Deja su bombo y se para a bailar de manera gruesa.
Está cañón. La gente pide más. Muchos argentinos entre el público fueron a darse su baño de patria. Por acá andan León Gieco y Alberto Cortez. Entre españoles y sudamericanos hay conciertos, como el de Sosa, para todos los gustos y demandas.