La Petite Bande ofreció un concierto digno de la celebración del año Bach
Ť La dirección del agrupamiento estuvo a cargo del virtuoso violinista Sigiswald Kuijken
Ť Los ejecutantes y solistas lograron limpieza en el sonido y pulcritud en el fraseo
Pablo Espinosa, enviado, Guanajuato, Gto., 20 de octubre Ť Uno de los conciertos más bellos y trascendentales de los últimos meses, años y festivales cervantinos ocurrió el mediodía de este viernes en el templo de La Valenciana, cuando el agrupamiento belga La Petite Bande hizo caer en éxtasis, entrar en trance, rendirse exhaustos de placer a los ángeles de madera y oro en los retablos, los santos de cartonpiedra adentro de sus nichos y las vírgenes de yeso en los altares, con la Gran Misa en Si menor, BWV 232 del padre de la Música, don Johann Sebastian Bach, en lo que constituye hasta ahora, en este Año Bach, la conmemoración más intensa, conmovedora y cuasi perfecta de los dos siglos y medio de que dejó esta tierra nuestra para volverse inmortal aquel señor gordito y de peluca.
Ocho cantantes de primer nivel (al nivel de Nibelungos), cinco violinistas formidables, una dama con viola que rapta, seduce y crea adicción con su sonido, dos violas da gamba, es decir de pierna, dos contrabajos sin esfuerzos notorios para producir belleza, dos flautas barrocas, barroquísimas cañas entrepiernadas en el poema de Longo, Dafnis et Cloe, tres oboes da caccia, o d'amore, dos fagotes viejos soplados por dos jóvenes, uno belga y una japonesa resoplando de placer en espíritu amoroso; un corno antiguo, tres trompetas de alucine, serpentinas, cornamusas, objetos de cobre macizo y oro mate, templanza en sortilegio; un par de timbales cuya enorme edad también acusa su esplenderoso aspecto: piel de vaca holandesa, metales fundidos por el griego Heracles, de cuerpo entero los tambores cual óleo de la era del esplendor flamenco, emblema de la más alta cultura que floreció, así de alta, en los Países Bajos.
Insuperable aliento de inmortal
Y todas estas alturas de portento dirigidas por un señor cuyo genio está, a su vez, a la altura del mismísimo Nikolas Harnoncourt: su eminencia el violinista y director de orquesta Sigiswald Kuijken, director y fundador de La Petite Bande, esta orquesta que nos tiene, a los ángeles, los santos, las vírgenes y un titipuchal de humanos que repletamos los espacios disponibles en el interior del templo de La Valenciana, mojados de oro que escurre desde las alturas de los altares varios, extasiados con su manera de decir, con sonidos y silencios, el dulce nombre de Bach.
Apenas es la introducción, el primer Kyrie, y el efecto es instantáneo: el rostro de todos y cada uno de los circunstantes cambia, se afloja, se humaniza, se modula, sintoniza con la música. He aquí que una multitud pagana ha ingresado al éxtasis, al estado de gracia, a la dicha que consiste en ese instante interminable y puro en el que no existe el miedo al porvenir ni sensación alguna de pretéritos. ¡Ah, he aquí que Bach nos conecta a lo divino!
Han pasado 250 años desde que dejó de respirar su cuerpo y nadie, absolutamente nadie ha podido superar su aliento de inmortal, el fuelleo invencible de sus pulmones de ángel en forma de corcheas. Kyrie. Kyrie eléison. E-l-e-i-s-o-n, ele-i-son, eléi-s-ooo-n. Variaciones matemáticas, cromatismo en instrumentos, ornamentaciones áureas. El barroco, ese pánico a la nada.
Limpieza en el sonido, pulcritud en el fraseo, elegancia en cada frase, en cada poro, en todos y cada uno de los intersticios entre un compás y el otro, enunciados éstos con una elegancia que rebasa lo supremo. Si hay interpretaciones musicales perfectas, he aquí una, la de La Petite Bande a la Gran Misa en Si menor de Bach, el mayor.
El sonido de un espejo
Una escena del concierto: la soprano japonesa Midori Suzuki es una de las ocho solistas de La Petite Bande. En un momento sublime de la Misa tiene un dúo: a su lado (de morado, es decir con vestido de ese tono, pues Midori está de azul, a su lado) la soprano Elisabeth Hermans está a punto del Agnus Dei. Midori medirá unos 145 centímetros apenas, mientras Hermans unos 193. Sin embargo, las notas de Midori no se miden, son evidentemente las más altas, mientras las de Hermans son profundas.
De eso dan cuenta los orlos, los rulos, los rizos de oro que bañan a los músicos: los retablos cuajados en ornamentaciones áureas, barroquísimas, que parecen lluvia de oro sobre las cabezas, pentecostés p aganos, de los músicos belgas que rinden tributo a Bach, cuya música, de tan perfecta como suena, nos hace entablar contacto con la divinidad. Los rostros del público lo acusan: es el éxtasis.
Bach el Divino no hizo en toda su vida cosas más bellas que escribir espejos en forma de corcheas. Al rendir tributo a Dios rendía homenaje al ser humano. El mediodía del viernes en el templo barroco de La Valenciana sonó un espejo y en él se reflejó un rostro en éxtasis con un cuerpo chaparrito y con peluca. Mojados de placer los ángeles, los santos, las vírgenes y todos los humanos que casi gemíamos de tanto, tantísimo placer reunido.
Amado Bach, bendito seas.