VIERNES 20 DE OCTUBRE DE 2000
ƑLA FIESTA EN PAZ?
No pienso... luego insisto
Leonardo Páez Ť Esta paráfrasis (San Alí dixit) de la famosa frase cartesiana define bien a los miembros de la AMAT (Asociación Mexicana de Agrupaciones Taurinas, es decir, ganaderos, empresarios, matadores y subalternos) y a sus plumas justificadoras, empeñados todos, o por instrucciones de algunos, en la autorregulación del espectáculo, para así seguir haciendo cuanto les venga en gana, hasta reducir la tauromaquia a etílico talk show.
Ahora que en México los autócratas se han vuelto a poner de moda -sólo yo tengo la razón e interpreto la realidad a mi antojo, y si no remítase a mi mamotreto de 1400 páginas-, también los inefables mandones del negocio taurino, con unas carencias inversamente proporcionales a sus dineros, insisten en culpar de la pobreza espectacular de la fiesta de toros a otros, en concreto a una fantasmagórica Comisión Taurina del DF, cuyo papel se ha reducido a convidado de piedra de las últimas administraciones.
Sin embargo, con todo y su poca influencia en las autoridades como órgano de consulta y apoyo al gobierno del DF, los cuatro sectores taurinos citados insisten en que desaparezca la Comisión Taurina, "que desde su nacimiento sólo problemas ha traído a la fiesta en la capital del país", como le dicen que diga a su vocero oficial.
Mientras tanto, pretendiendo recuperar un tiempo que por su soberbia tiraron en medio de la calle, cuando en 1996 ignoraron la invitación de la anterior comisión a elaborar el reglamento vigente, empresarios, ganaderos, matadores y subalternos trabajan afanosos en la revisión del mismo, no para agilizarlo, sino para adaptarlo a su enana percepción del espectáculo, eso sí, "cuidando sobre todo los intereses del público".
El trasfondo de tanto brinco estando el suelo tan parejo por parte de los llamados taurinos es hacer a un lado todo aquello que estorbe a sus afanes de autorregulación, ahora en la modalidad de un comisión corporativa en la que sólo sus criterios tengan validez, sin ninguna injerencia por parte de autoridades y de no taurinos.
Ante tanta insistencia de estos especialistas sin luces ni asomo de responsabilidad, hay que recordarles que la fiesta de toros no puede ser autorregulable porque:
1. No hay en el país competencia taurina real, sino dos monopolios chatos que se reparten el enmoscado pastel;
2. Para que existiera una autorregulación en materia taurina los organismos involucrados deberían contar primero con un código de ética, incorporarlo a los estatutos de sus respectivas agrupaciones, hacerlo público y, sobre todo, observarlo;
3. Dentro de los estatutos de cada agrupación establecer una comisión de honor y justicia -no tan rigorista como la del PRI- que vigilara, no solapara, el comportamiento de los asociados, y
4. Establecer en los estatutos sanciones para quienes incurran en cualquier violación al código de ética, y publicar esas sanciones.
Sin alguno de estos requisitos es grotesco pretender alguna forma de autorregulación, y menos taurina.