VIERNES 20 DE OCTUBRE DE 2000
Ť Leonardo García Tsao Ť
Pagando la cuota
En su corta trayectoria, la productora mexicana Altavista ha exhibido ya tres películas de registros diferentes. La tercera de ellas, Por la libre, se sitúa en un punto medio entre el abierto interés comercial de Todo el poder y las cumplidas ambiciones artísticas de Amores perros. A diferencia de En el aire (1995), su primer largometraje, el realizador Juan Carlos de Llaca ha acometido lo que podría llamarse un trabajo de encargo.
El proyecto parte de un guión de Antonio Armonía cuyo inicio nos sitúa en la perspectiva de Rocco (Osvaldo Benavides), un joven rebelde muy contrario a las ideas de su padre y, en general, de la familia Carnicero, que se reúne en un torneo de tensiones y reproches. En dicha reunión, el abuelo (Xavier Massé) fallece de un infarto tras sufrir otro disgusto. A la hora de leer su testamento, Rocco es el único dispuesto a cumplir la última voluntad del viejo: esparcir sus cenizas en el mar de Acapulco. Para hacerlo a su manera, el nieto se lleva la urna y toma el Mercedes-Benz heredado por su primo fresa Rodrigo (Rodrigo Cachero). A pesar de la declarada animosidad entre ambos, deciden viajar juntos a Acapulco pues la novia del segundo lo espera allá.
El inicio no es exactamente promisorio. Por alguna razón misteriosa, nunca nos creemos la descripción cinematográfica de la pequeña burguesía nacional. Aquí los diálogos demostrativos y las actuaciones enfáticas conspiran para crear un aire de falsedad, pues es evidente que la finalidad primordial de esas secuencias iniciales es armar un pretexto para la premisa de la película.
En efecto, el arranque es forzado pero una vez que Rocco y Rodrigo se lanzan la carretera, Por la libre agarra su paso. Contra las expectativas, la relación entre ambos no va a desarrollarse en el camino, como ha ocurrido en tantos road movies. La llegada a Acapulco es inmediata y es ahí donde ocurrirá el encuentro emocional con otros personajes: Felipe (Héctor Ortega), el viejo refugiado español a quien el abuelo ha legado una cuenta bancaria; y sobre todo María (Ana de la Reguera), la bella chica que ayuda a su madre a administrar el modesto hotel La Perla de Acapulco.
Sin revelar los giros de la segunda parte de Por la libre, cabe apuntar que el tono de melodrama familiar cambia por uno simpático de comedia juvenil. Otra sorpresa: la apariencia de producto lite, comparable a la línea Videocine, es contrariada por elementos de humor negro -las cenizas del abuelo son tratadas con afectuosa irreverencia- y por coqueteos con temas tabú como son el canibalismo y el incesto, sin asomos de culpa.
Aunque el patriarca de la familia sólo aparece al inicio, De Llaca logra establecer su presencia por medio de su automóvil y, claro, la urna de cenizas. En esencia, la película trata sobre la reconciliación entre los tres parientes llamados Rodrigo Carnicero, pues un sentimiento de afecto y solidaridad acabará por surgir entre los primos. Curiosamente, el desempeño de los intérpretes va volviéndose más verosímil conforme avanza la narrativa. Al principio, Benavides parece suponer que intensidad equivale a decir cada línea con la mandíbula apretada; pero al final su actuación se ha relajado, encontrando un buen complemento en el medido trabajo del debutante Cachero.
Al margen de algunos detalles como la falta de ingenio en algunos diálogos (el que los jóvenes actuales digan "güey" en cada frase no obliga su reproducción fiel), y la innecesaria aparición de los otros familiares en la parte final, cuando el asunto compete en términos dramáticos sólo a Rocco, Rodrigo y María, Por la libre es una competente realización que, cumpliendo las exigencias de mercado, le permite a De Llaca ejercer su oficio con soltura. Habiendo pagado su derecho de piso, ya le toca hacer algo más personal.
Por la libre (México, 2000), de Juan Carlos de Llaca/ G: Antonio Armonía/ F. en C: Checco Varese/ M: Gabriela Ortiz/ Ed: Jorge García/ P: Altavista Films.