VIERNES 20 DE OCTUBRE DE 2000
Ť Mauricio Schoijet Ť
Por el fin de la violencia en Israel-Palestina
El pueblo palestino está siendo víctima de una represión brutal. Es evidente que el gobierno de Ehud Barak ha cedido a las presiones de los sectores más agresivos y chovinistas de la sociedad israelí, y que se alejan las perspectivas de un acuerdo de paz. El linchamiento de soldados israelíes por una multitud palestina le ha dado el pretexto que le faltaba, pero éste fue un acto de barbarie y como tal debe ser condenado. Que haya sido producto de muchas décadas de frustración y desesperación no lo justifica. Sus resultados sólo pueden ser contraproducentes.
Es posible que la solución de partición de Palestina en dos estados, árabe y judío, que se produjo en 1948, no haya sido la mejor posible, y que hubiera sido preferible la de un Estado único, laico y binacional.
La falta de un liderazgo palestino, y la intervención armada de los gobiernos árabes para impedir esta solución crearon las condiciones para que el gobierno judío aplicara una política de limpieza étnica que llevó al exilio a centenares de miles de palestinos. Su permanencia y la de sus descendientes durante 50 años en campos de refugiados es una gran tragedia, de la que la clase dominante de Israel es la mayor responsable. Pero los gobiernos árabes también tienen responsabilidad, al no haber permitido la gradual integración de esos refugiados dentro de sus sociedades.
Se trata de una de las pocas situaciones de colonialismo que persisten en el mundo actual, pero de un colonialismo muy peculiar, puesto que a diferencia de los casos clásicos en los que la potencia colonizadora estaba a miles o decenas de miles de kilómetros, en este caso la nacionalidad colonizadora y la colonizada conviven en un territorio superpoblado y pequeño.
Este hecho, más las terribles memorias no sólo del Holocausto nazi, sino de la situación de falta de derechos y de antisemitismo generalizado en Rusia a comienzos de siglo, cuando los progromos organizados por la canalla zarista diezmaban a las comunidades judías, o el rechazo de muchos países a los judíos que trataban de escapar de la barbarie nazi, han servido como elementos ideológicos para mantener la dominación de los sectores más chovinistas sobre las masas judeo-israelíes.
También ha operado en el mismo sentido el hecho de que Israel está rodeado por estados hostiles que han desencadenado varias guerras en su contra, así como los ataques terroristas contra la población civil israelí. Todo ello ha facili- tado la discriminación y las acciones represivas contra la población palestina, en algún aspecto del calibre de las aplicadas por dictaduras sudamericanas, por ejemplo la existencia de presos que no lo están por ningún delito sino, en nuestro lenguaje, a disposición del Poder Ejecutivo.
Para la conciencia democrática de millones en todo el mundo es irrenunciable la necesidad de un Estado palestino, así como el reconocimiento de Israel como sociedad binacional, la igualdad jurídica de judíos y palestinos y el carácter laico del Estado.
La demanda de los palestinos de un Estado que incluya la mayoría de los territorios en que hay una mayoría de población palestina es tan justa como la demanda del regreso de los refugiados. Sin embargo, harían bien en aceptar una solución no justa, pero que representara un adelanto sustancial respecto a la situación actual. Por ejemplo, un Estado con un territorio menor al que les correspondería, con una capital en Gaza o cualquier otra ciudad palestina y el retorno de sólo una parte de los refugiados. Una solución de este tipo podría poner término a la pesadilla actual, y podría ser seguida por una lucha pacífica y democrática para avanzar gradualmente hacia una solución más justa.
Mientras tanto, es urgente que israelíes, palestinos y todos los interesados en la paz y los derechos de los pueblos exijamos el cese de una violencia que no va a traer soluciones sino ocasionar mayores desgracias.